miércoles, 16 de mayo de 2012

El fin del capitalismo, una vez más


“El capitalismo moderno ha llegado al final de su camino. No es capaz de sobrevivir como sistema,” ...“Lo que estamos viendo es la crisis estructural del sistema. Una crisis estructural que comenzó en la década de los setentas del siglo XX y que mantendrá sus nefastos estertores por diez, veinte o cuarenta años. No es una crisis a resolver en el curso de un año o un momento. Se trata, pues, de la mayor crisis de la historia. Estamos en la transición a un sistema nuevo y la lucha política real que se ha desatado en el mundo con el repudio de la gente, no plantean el nuevo curso del capitalismo, sino sobre el sistema que habrá de reemplazarle”. Inmanuel Wallerstein

El capitalismo es el "sistema económico" que más veces ha sido declarado muerto o sin futuro, y sin embargo nunca ha dejado de estar vigente. Hasta cierto punto ya resulta ridículo escuchar los anuncios de muerte del capitalismo cuando incluso los ex países socialistas han ingresado al capitalismo y ahora les va mucho mejor. A decir verdad lo que han hecho es volver a la realidad, porque aquello que conocemos como "capitalismo", más que un "sistema económico", es la vida común y corriente en un mundo natural y libre. El socialismo, por su parte,  es un mundo de ficción gobernado por una ideología. Nunca pudo ser declarado sin vida porque se murió antes de que nos diéramos cuenta. Es cierto que muchos vaticinaban su extinción debido a que era materialmente insostenible a largo plazo. Finalmente colapsó bajo el peso de sus propias contradicciones. Las versiones modernas de socialismo, que van desde la socialdemocracia hasta el "socialismo del siglo XXI" y que han abandonado ciertos aspectos políticos e ideológicos clásicos, pero que siguen el mismo derrotero económico fundado en un rígido control estatal del mercado, haciendo del Estado el principal agente económico y convirtiéndolo en una gran Beneficencia Pública que proporciona servicios gratuitos a toda la sociedad indiscriminadamente, han vuelto a colapsar, todas ellas, tal como lo vemos hoy en Europa y empezamos a ver en Latinoamérica.

Más allá de la retórica catastrófica de los progresistas que vaticinan la muerte del capitalismo, lo que nos interesa es ver la realidad de los hechos. Estos son los que cuentan. Y estos hechos demuestran que el capitalismo siempre es fuerte aunque a veces tenga que atravesar algunas crisis, pero sigue firme llevando a las naciones al progreso; mientras que los socialismos de cualquier marca terminan invariablemente en el fracaso y en la miseria de las naciones. ¿A qué se debe esta insólita situación del capitalismo que aparenta estar en crisis y de pronto resurge con más bríos, mientras que los socialismos -incluso los más moderados- acaban siempre en el fracaso total e irremediable? Esto es lo que debería ser motivo del análisis, en lugar de andar vaticinando la muerte de un sistema natural, surgido de la vida misma de las personas en su tarea de intercambio de bienes y servicios mutuos. El capitalismo es, en última instancia, un nombre sobrepuesto a la realidad, así como "mercado" es una etiqueta sobrepuesta a la sociedad. No existe ni capitalismo ni mercado como entidades diferenciadas del mundo libre y de la sociedad. Son lo mismo.

Hay que tener en cuenta que muchas de las actuales crisis económicas le son atribuidas equivocadamente al capitalismo siendo en realidad el resultado de medidas socialistas, basadas en la teoría de la "redistribución equitativa de la riqueza" mediante la prestación de servicios públicos masivos y gratuitos por parte del Estado, realizados con el soporte de una gran burocracia. Este es un sistema adictivo ya que se sustenta con deudas. Por muy largos plazos que tengan estas deudas, tarde o temprano hay que pagarlas. Y es entonces cuando el gran sistema de fantasía social colapsa para volver a una dramática realidad. Este no es un sistema capitalista. Tampoco es culpa de los bancos. Es más bien consecuencia de un sistema socialista que se basa en la irresponsabilidad de políticos populistas, quienes no dudan en contraer deudas a largo plazo creyendo que algún día se resolverán solas. Estas deudas tratan de cubrir las brechas cada vez más grandes entre sus gastos y sus ingresos. Algo inevitable porque el socialismo siempre está combatiendo el mercado, que es el único generador de riqueza, mientras que por otro lado pretende repartir una riqueza que se agota cada vez más rápidamente. Es una fórmula sin sentido. La crisis actual no es pues del capitalismo ni de la banca sino de un populismo de izquierdas que no cree en el mercado, ni en un mundo libre con economía abierta sino que viven convencidos de que es misión divina del Estado combatir "la voracidad y el afán de lucro desmedido de la empresa privada", a la vez que montan un paraíso de servicios públicos gratuitos, pues no creen en las responsabilidades individuales de los ciudadanos. No hay ninguna manera de sustentar ese mundo tan contradictorio donde se ataca el mercado y a los empresarios, para luego ofrecer todo gratis a los ciudadanos, incrementando constantemente los gastos del Estado y afectando cada vez más al mercado. Es un mundo de esquizofrenia total.

Ese mundo de ficción donde el Estado se hace cargo de todo es simplemente insostenible. Es la razón de que el socialismo fracase siempre y que el capitalismo sea fuerte porque reposa en la libertad individual del ciudadano libre. Mientras que el socialismo apuesta a una sola carta -el Estado- el capitalismo le apuesta a muchas: los ciudadanos libres dotados de poder de decisión. Lo peor es que el socialismo le apuesta a una carta podrida, porque el Estado siempre acaba carcomido por la corrupción, la irresponsabilidad y la negligencia de los burócratas. No hay manera alguna de que el Estado funcione mejor que el libre mercado, pues en la sociedad abierta existe una competencia individual y corporativa por el éxito, mientras que en el Estado solo hay inmovilidad, conformismo burocrático sin responsabilidades ni expectativas personales. Esto es algo tan simple de entender que deberían enseñarlo en las escuelas, así nos evitaríamos la pena de tener más tarde estos progresistas iluminados que pretenden utilizar al Estado como su varita mágica para crear lo que llaman "justicia social". La "justicia social" asumida como concepto para ser administrada por el Estado es simplemente una aberración.

En esencia, la crisis presente de los países de Europa son derivadas de una larga mentalidad eurocomunista surgida en la posguerra (pero con raíces muy viejas) y asentada en el ideario y el discurso político que da sustento al "pensamiento correcto" del progresismo. En particular la crisis que afecta a España y Grecia, es una crisis del tamaño del Estado y de los abultados presupuestos que exige su funcionamiento. Es el Estado el que ha resultado ser una carga demasiado grande para la sociedad. No hay manera racional de solventar sus gastos, y fundamentalmente el peso de su deuda. Hay un punto en el que ya resulta imposible seguir sustentado la ficción de un mundo feliz. La necesidad de superar esta crisis exige volver a la realidad y hacer recortes en el Estado, es decir, achicarlo. Los recortes han tenido que darse desde los sueldos y pensiones hasta las prestaciones de salud, así como el cierre de oficinas públicas. ¿Es eso la crisis del capitalismo? No. Es más bien la crisis del progresismo. Una crisis que podríamos llamar también de "adicción", porque el Estado es adicto a la deuda y los ciudadanos son adictos al Estado. Al final esta droga les permite vivir en un mundo de ficción en donde todos se engañan; pero algún día hay que volver a la realidad: el día en que se te acaba la droga porque ya no tienes dinero para seguir comprándola. Y la realidad es que cada quién tiene que hacerse cargo de su existencia y que la sociedad tiene que aprender a solucionar sus problemas por sí misma. Esa es la realidad. El Estado actuará para legitimar el orden natural y acudirá a cubrir las brechas; pero no es papel del Estado (en última instancia el gobernante) diseñar una sociedad y un mundo según su visión, y someter a todos a ella. Aunque lo intente con la mejor de las intenciones, su destino final es siempre el fracaso.

En otros casos la crisis se atribuye al papel jugado por la banca. Esto es comprensible si se tiene en cuenta que la banca simboliza al capitalismo hasta en las tiras cómicas. Cada vez que se pretende dañar la imagen del capitalismo o "matarlo" se tiene que llegar a la banca, considerada el corazón del capitalismo. Pero gran parte de la crisis financiera ha sido producto del exceso de confianza o de la irresponsabilidad o corrupción de funcionarios. Todo el sistema bancario y financiero reposa en un manto de confianza, tanto en el sistema como en las personas. El exceso de confianza y de expectativas lleva a períodos de crisis por una especie de "sobre explotación", pero también genera vacíos en el sistema que son aprovechados por los corruptos. En principio, el sistema financiero bien manejado, funciona. Y de hecho es la base del capitalismo. Por eso mismo resulta lógico que los gobiernos acudan al rescate de la banca en medio de una crisis. Los enemigos del capitalismo han puesto el grito en el cielo por el rescate bancario, creyendo ver en ello un pecado del liberalismo. Pero acá hay una diferencia notable. La intervención se hace para rescatar al sistema, y se le rescata porque es esencial. No hacerlo sería peor, incluso para los países socialistas que son los que más se endeudan. Pero se ha tomado nota de la crisis y algo se hará al respecto. Sin duda algo surgirá, así como surgieron en su momento el Banco Mundial y el FMI. Hace tres siglos que este sistema se viene perfeccionando de diversas formas. El capitalismo es en realidad producto del ingenio humano para crear riqueza y hacer que las ofertas y demandas se encuentren mutuamente, de manera que todos los agentes involucrados en la operación obtengan un beneficio. No hay nada que sea intrínsecamente malo en ese sistema. Por el contrario, este es el motor del desarrollo de las naciones. No estamos haciendo alarde ni fantasía. Son expresiones respaldadas por hechos históricos y pruebas tangibles. Cualquiera que dude, si esto es posible, solo tiene que estudiar el éxito de los emporios del capitalismo a lo largo de la costa asiática, empezando por Hong Kong.


El capitalismo se funda en el libre mercado y esa es la mejor fórmula para el progreso social. Gracias al libre mercado, que no es otra cosa que la misma sociedad libre, los ciudadanos encuentran múltiples fórmulas y soluciones para hacer que la economía funcione. El capitalismo permite que cualquier individuo tenga la posibilidad de obtener beneficios de sus ventajas o capacidades, ya sea para crear y ofrecer bienes o servicios, directos o indirectos, o para administrar algún aspecto de ese mercado ofreciendo sus artes o servicios orientados al mejor flujo de la información, las mercancías, los capitales, los clientes, o todo eso al mismo tiempo. No hay pues forma de que exista un sistema mejor. No confundamos las crisis que derivan del crecimiento del sistema. A medida que el capitalismo incrementa su complejidad mediante el empleo de más instrumentos financieros, aparecen escenarios desregulados donde las cosas pueden fallar. Pero esta es una crisis del crecimiento y la complejidad. Tarde o temprano se tendrá que reparar y el sistema recobrará sus bríos nuevamente. Las crisis suelen ser parte de la evolución del sistema. Cada crisis da lugar a nuevas reglas de juego y al nacimiento de nuevas instituciones. Es parte de la evolución del capitalismo. Y el papel del Estado es precisamente garantizar el funcionamiento de este libre mercado mediante una regulación que se orienta a impedir el juego sucio. En otras palabras, el papel del Estado en el mercado es el mismo que en la sociedad: perseguir a los rufianes. Y uno de los rufianes del mercado suele ser el propio Estado cuando cae en manos del progresismo. Todas las experiencias negativas sobre el mercado han permitido crear reglas de juego e instituciones que garantizan una constante evolución del capitalismo.

Esto es algo que no ocurre con el socialismo. Es decir, el socialismo no evoluciona. Y no lo hace porque es fundamentalmente una teoría. Es decir, no se basa en la realidad sino en las ideas. Y para colmo, en ideas malas, que parten de prejuicios y de fantasías. Mucho peor aun, se basa en ideas que ya han probado su fracaso no una sino varias veces. El socialismo no tiene fórmula de solución. Está siempre condenado al fracaso. Y es que el socialismo carece de fuerzas dinámicas propias que lo impulsen al desarrollo. El esquema es muy pobre debido a que se basa en las ideas de unos pocos que manejan el gobierno y controlan el Estado. Si en el capitalismo existen millones de ciudadanos libres intentando fórmulas de éxito, en el socialismo suele haber solo un genio iluminado que es el profeta máximo y líder absoluto tratando de resolver todos los problemas de la sociedad con un interés general muy político, puesto en la fidelidad del sistema y la doctrina antes que en el ciudadano libre. La visión es muy general, no hay ciudadanos sino sociedad. Esta visión castrante de la realidad humana es el impedimento para que se active el caldo de cultivo que es el libre mercado. En el socialismo todo transcurre en la monotonía de la doctrina del bien común, cuyo único responsable es el Estado. La consecuencia lógica de este sistema es la miseria y la pobreza. No hay manera de que un sistema socialista genere una sociedad de progreso. Nuevamente no estamos expresando simples opiniones sino afirmaciones que están probadas por la historia y cuyas evidencias están a la vista. Veamos el caso cubano. En Cuba se ha vivido ya más de medio siglo ininterrumpido de socialismo bajo el mismo régimen castrista. Una continuidad política de la que no ha gozado ningún país de Latinoamérica. Y lo que Cuba muestra hoy solo puede llamarse crisis, miseria y fracaso. No tienen ninguna escusa. Viven en la misma crisis hace décadas, y como fórmula de salvación han empezado a hacer lo mismo que todos los países socialistas cuando les llega la hora final: reducir el Estado.  Acaban de echar un millón de trabajadores estatales a las calles para que sobrevivan por cuenta propia, trabajando en un capitalismo de pequeña escala.


Los únicos peligros del sistema capitalista están del lado de la corrupción, pero esto sí es parte intrínseca de la humanidad, por lo que afecta a cualquier sistema económico. No obstante, afecta con peor intensidad a los sistemas socialistas que concentran poder gratuito, es decir, no producto de una capacidad de manejo de mercado sino simple poder político con capacidad de decisión arbitraria sobre el mercado. Es muy difícil que en un sistema capitalista la corrupción se mantenga indefinidamente sin alterar la dinámica básica del funcionamiento de una economía. En el capitalismo esto suele ocurrir en esclusas independientes que al detectarse no repercuten en el sistema general. Ocurre muy seguido y nadie más allá del cluster afectado se entera. Pero en el socialismo la corrupción suele ser una especie de cáncer permanente que corroe las entrañas de todo el sistema sin que nadie lo perciba hasta que el sistema total colapsa, como ocurrió con el comunismo soviético y como está ocurriendo hoy con los países super burocratizados de Europa.

Muchos de los que pronostican el fin del capitalismo tienen una idea muy equivocada de lo que es el capitalismo. Incluso es curioso ver cómo estos "indignados" gritan consignas en contra del mercado. ¡Pero si el mercado son ellos mismos! Todos y cada uno de los miembros de la sociedad conformamos el mercado. Le damos vida a diario. Apenas nos levantamos y abrimos la llave de la ducha ya empezamos a consumir, empezando por el agua y el jabón. El mismo acto de untar el pan con mantequilla es una decisión de mercado. Salir a trabajar o quedarse en casa afecta la economía. No podemos renegar del mercado sin renegar de nosotros mismos. ¡Nosotros somos el mercado! ¿A quién le echamos la culpa? ¿No somos nosotros los que tomamos las decisiones a la hora de comprar, pedir una hipoteca, aceptar una tarjeta de crédito, firmar un contrato, etc.? Entonces ¿a qué mercado le estamos reclamando? ¿Quién quieren que tome las decisiones? Solo en la mente de los progresistas existe este divorcio artificial entre el mercado y la sociedad. Cuando decimos "mercado" nos estamos refiriendo a la sociedad en sus acciones y decisiones que toma sobre la economía, ya sea al consumir, vender, comprar, alquilar, ofrecer, etc. Resulta cómico pues leer a los progresistas satanizando al mercado y defendiendo a la sociedad. Es parte de la esquizofrenia progresista. Esto significaría que los ciudadanos son muy buenos cuando nos referimos a ellos en términos de "sociedad", pero son una escoria cuando nos referimos a ellos en términos de "mercado". ¿Quién entiende a los progresistas?

Hay muchos mitos regados en torno al capitalismo. Algunos parten de tesis totalmente equivocada, como por ejemplo, que el beneficio del capitalista reside en una diferencia entre el valor del trabajo y el sueldo que paga. Es decir, que para obtener beneficios el capitalista debe pagar siempre por debajo del valor real del salario. Eso es simplemente una aberración. El valor del trabajo lo decide otra vez el mercado, es decir, los trabajadores cuando aceptan o rechazan un empleo basados en el salario. Hay casos en que los salarios se disparan porque de pronto hay un requerimiento exagerado de cierta mano de obra, como la que ocurrió en Lousiana luego de Katrina. Los sueldos de los obreros de construcción se triplicaron. Es la demanda de empleo la que hace que los sueldos suban y que las condiciones de trabajo mejoren.

A lo largo del tiempo se han levantado mitos en contra del capitalismo. Han enfrentado absurdamente al empleador y al empleado, graficando esta relación como una especie de esclavitud. Han cifrado las ganancias en la plusvalía. Nada es más equivocado que esa idea. En el capitalismo se han producido las más diversas formas de lograr utilidades mediante la inventiva, administrando de diversas formas los bienes, las ofertas y las demandas. Incluso muy pocos llegaron a entender la dinámica del capitalismo financiero. En su libro "El dinero", John Kenneth Galbraith nos hace una narración de los inicios de la banca que son muy ilustrativos. En ella veremos que las crisis son consustanciales al sistema, y que estos siempre se corrigen. En estas líneas veremos cómo resulta sorprendente el ingenio del capitalista para crear riqueza. Y eso que estamos hablando solo de los inicios de la banca. En apenas un siglo se llegarían a generar diversas variantes que le darían forma al complejo mundo de las finanzas como la aparición de los numerosos títulos valores, los conglomerados comerciales, las sociedades anónimas, las bolsas financieras, las franquicias, los trust, los holdings, las corporaciones, etc. Veamos cómo empezó toda esta magnífica historia de creatividad.

"El proceso de creación del dinero por los Bancos es tan simple que repugna a la mente. Tratándose de algo tan importante pareciera que un mayor misterio sería lo más adecuado. Los depósitos del Banco de Amsterdam que acabamos de mencionar estaban sujetos, según las instrucciones de sus dueños, a transferencias a otros para liquidación de cuentas. (Esto había sido, desde hacía tiempo, una facilidad ofrecida por los Bancos). La moneda en depósito no servía menos como dinero por el hecho de estar sujeto a transferencia por el rasgo de una pluma.

Inevitablemente se descubrió -en realidad por los ciudadanos conservadores de Amsterdam, al verlo reflejado en sus propias necesidades como Directores de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales- que otro plumazo bastaba para que otro prestatario del Banco, no acreedor del primitivo depositante, obtuviese un préstamo tomado del primitivo e inoperante depósito. El depositante podía saber que su depósito sería empleado para este fin... y tal vez cobrar por ello. El depósito original seguía siendo acreditado por el depositante primitivo. Pero ahora había un nuevo depósito producido por los réditos del préstamo. Ambos depósitos podían ser empleados como dinero para hacer pagos. De este modo se había creado dinero. El descubrimiento de que los Bancos podían, de este modo, crear dinero, se produjo muy pronto en la evolución de la Banca. Había este interés a ganar. Y con la perspectiva de esta recompensa, en el hombre afloraba un instinto natural de innovación.

Pero había otra posibilidad alternativa: la de los billetes de Banco, que habría de ser maravillosamente explotada en la futura república americana. Consistía en dar al prestatario no un depósito sino un billete convertible en dinero efectivo colocado en el Banco gracias al primitivo depósito. Con este billete, el prestatario podía hacer su pago; el receptor de este pago, en vez de convertir el billete en dinero, podía emplearlo para sus propios pagos y así ad infinitum. Mientras tanto, el Banco iba cobrando intereses por el préstamo primitivo. Tal vez un día el billete sería devuelto y cobrado en dinero efectivo del depósito original, pero entonces el prestatario habría pagado ya su débito, también en dinero efectivo. Todo habría ido bien, y se habría ganado un interés.

También había la posibilidad de que el billete siguiese circulando de mano en mano sin hacerse jamás efectivo. El préstamo que había dado lugar a su emisión ganaría intereses y a su debido tiempo sería pagado. Mientras tanto, el billete seguiría circulando, y nunca se reclamaría el dinero primitivo que había permitido el préstamo original. En los años de 1960, Mr. George W. Ball, eminente abogado, político y diplomático, abandonó sus funciones públicas para ingresar como socio en la gran empresa Lehman Brothers, de Wall Street. Apenas se hizo cargo de sus nuevas funciones preguntó: "Bueno, ¿y por qué no me habían hablado antes de la Banca?"...

La maravilla de los Bancos en relación con el dinero -la maravilla de crear depósitos o emitir billetes para este fin- pendía de un hilo finísimo. Este era la necesidad de que los depositantes o tenedores de billetes acudiesen en un número bastante reducido a cobrar el dinero que el Banco estaba obligado a pagarles. Si lo hacían todos a la vez, el Banco no podría pagarles...

Así, al desarrollarse la Banca y a partir del siglo XVII se desarrollaron también, con la ayuda de otra circunstancia, los ciclos de euforia y de pánico. Su duración dependía a grosso modo del tiempo que tardaba la gente en olvidar el último desastre, del tiempo en que tardaba el genio financiero de una generación, hundida y desacreditada, en ser sustituidos por nuevos artífices capaces de hacer que el público les atribuyera las dotes de Rey Midas".

John Kenneth Galbraith, "El dinero", 1975



Dante Bobadilla Ramírez


miércoles, 9 de mayo de 2012

La ley del cine: un mal ejemplo de intervención estatal


Estamos nuevamente en una discusión sobre la “Ley del Cine”, que nada tiene de nueva ni de original. Y me refiero tanto a la discusión como a la ley, pues esta famosa nueva Ley del Cine es casi copia fiel de la que existe en otros países, lo cual prueba que la mentalidad progresista se extiende por todo Iberoamérica y Europa. En consecuencia, lo que diremos acá es aplicable a cualquier escenario, pues en casi todos lados hay gente convencida de que el Estado debe apoyar al cine nacional, bien sea financiando sus producciones o secuestrando salas de cine para obligarlas a exhibir sus películas. Solo falta que obliguen a los ciudadanos a verlas, y creo que están a un paso de proponerlo, pues no ven más alternativa para "competir" con las producciones de Hollywood y otras de igual calidad en lo que ellos llaman "igualdad de condiciones". La ley del cine es un excelente ejemplo para apreciar lo negativo que resulta la intervención del Estado en el mercado y las argumentaciones a las que apela el progresismo para lograr controlarlo mediante leyes autoritarias. 

El primer truco del progresismo es jugar con el lenguaje buscando recrear un mundo artificial donde existen buenos y malos, peligros atroces, monstruos malvados y valientes profetas que señalan salidas milagrosas. Hay que tener mucho cuidado con el lenguaje progresista porque es la flauta con que seducen y encantan a sus incautas presas. Por ejemplo la nueva ley del cine tiene un inicio espectacular que llega a tocar las fibras más sensibles del ciudadano común: “proclamar el Derecho al cine propio como un derecho inaliebable”. Este es el tipo de redacción amanerada que caracteriza al progresismo, y una de sus manías más recurrentes que consiste en convertir todo en un "derecho", de modo que al final la cuestión acaba convertida en una lucha por la conquista de los derechos. Y no de cualquier derecho sino de un "derecho inalienable". ¿Alguien puede oponerse a un derecho inalienable? Gracias a la magia progresista hoy tenemos este novedoso "derecho al cine propio". 

La ley reposa en el clásico pensamiento progresista que ya ha probado infinitas veces su fracaso en todos los países donde se han aplicado leyes de este tipo. Bastaría revisar la situación del cine en los países que tienen leyes similares, con el mismo impuesto a la taquilla destinado a financiar a un grupo de escogidos que tienen el privilegio de hacer realidad el sueño del cine propio. O mejor dicho, el derecho. Ya sabemos que los magos del progresismo nos sacan un derecho de la manga cada vez que quieren hacer su truco favorito: sacarle dinero al Estado. Aunque en esta ocasión el robo no es al Estado sino directamente al ciudadano. Como es obvio, el asalto se disfraza de impuesto. Se llama nada menos que “Impuesto Extraordinario para el Fomento, Promoción, Preservación y Desarrollo de la Cinematografía Nacional” y corresponde al 10% de la entrada al cine. A lo que debe añadirse el 1% de la facturación de la TV por cable. Más allá del aparatoso nombrecito del impuesto -parte de las conocidas manías lingüísticas del progresismo- lo que significa finalmente es esto: robo sin pistola.

La nomenclatura del impuesto está cuidadosamente diseñada para disfrazar el robo y conseguir el engaño colectivo. Ni siquiera es “extraordinario” porque en este país el robo institucionalizado al Estado o al ciudadano es cada día más ordinario. En general, esta ley del cine, como todas las leyes que pretenden promocionar y desarrollar algo propio de la sociedad y la cultura, reposa en una serie de falacias teóricas destinadas a justificar la intervención del Estado, haciéndonos creer que el Estado tiene el poder mágico de: fomentar, promover, preservar y desarrollar la cinematografía nacional. Sería bueno que a los niños les enseñen en las escuelas que el Estado no es un Dios al que se le puede pedir milagros como desarrollar el cine, el arte o el deporte. Así tal vez evitaríamos la constante estupidez del progresismo que siempre anda tratando de utilizar al Estado para intervenir en actividades que la sociedad ha descuidado, generalmente porque no tiene un mercado adecuado que la incentive o porque no es parte de su idiosincracia cultural. Por lo común se debe a que no resulta atractivo ni rentable, o no existe la tradición cultural y por tanto se carece del amplio y variado entorno de soporte que una actividad compleja requiere. El Estado no puede cubrir estas deficiencias de la sociedad obligando a la gente a realizar tales actividades, y tampoco obligándolas a apoyar a quienes desean realizarlas. Eso es simplemente autoritario, artificial y contraproducente.

La ley del cine es un perfecto ejemplo de los permanentes intentos de intervención en el mercado por parte del Estado. Siempre hay una noble intención detrás de tales intentos, como proteger la industria nacional o los empleos, pero lo real es que existen grupos que desean ingresar al mercado con privilegios. Se sienten incómodos con la competencia porque no encuentran manera de alcanzar sus estándares. Lo más fácil para ellos es conseguir que el Estado los apoye. Esto puede hacerse impidiendo el ingreso de la competencia, por ejemplo, algo que en el caso del cine sería muy escandaloso pero que en otros rubros se produce con frecuencia, como en los textiles. Para conseguir este apoyo los interesados forman un lobby muy activo que actúa a dos niveles, por un lado generan ideas favorables en la sociedad apelando al patriotismo, al nacionalismo y a la preservación de la cultura y de la industria nacional; y por otro, presiona al gobierno para sacar una ley que consagre el atropello del mercado. Todo esto se hace con una puesta en escena que saca a la luz las aparentes maravillas de la ley, empezando por su nombrecito exótico, asegurando un aumento del empleo, el rescate de un "derecho inalienable" y otras paparruchadas por el estilo. Los interesados en el negocio del cine tienen motivos para festejar pues han conseguido dinero fiscal para sus proyectos y un mercado cautivo, aunque sea menor. 

¿Tienen los ciudadanos motivos para celebrar? No lo creo. Ellos tendrán que solventar con su dinero las aventuras fílmicas de unos cuantos que, para colmo, tienen en su mayoría sus propios criterios de cine, con una visión muy particular de la misión que esta debe cumplir para la sociedad, la cual dista mucho del sentir de la mayoría de los ciudadanos amantes del cine. En añadidura, casi les obligarán a ver sus películas porque las salas de cine tendrán que ponerlas en cartelera a la fuerza, aun cuando no sea un negocio para los exhibidores debido a la escasa convocatoria que tienen en el público. A los progresistas esta situación les parece una maravilla y lo califican como "igualdad de condiciones".

Al final esta ley pretende que los ciudadanos financiemos los proyectos cinematográficos de un grupito de elegidos, y elegidos por otro grupito de elegidos, creando con ello un perfecto círculo de argollas que acaba siempre en rivalidades y corrupción, como es ya historia conocida. Pero ¿por qué tendríamos que financiar todos nosotros estos proyectos privados? No lo sé. La verdad es que no tienen ninguna razón. Ni siquiera diré “una razón válida”. Simplemente no tienen ninguna razón. Todo lo que tienen son escusas y mentiras disfrazadas de Grandes Verdades, muy típicas del “pensamiento correcto”, tributario de un progresismo que apela a la cultura para disfrazar lo que es llanamente un negocio. La estrategia es disfrazar el cine de "producto cultural" para solicitar apoyo -ya no al negocio de ellos sino- "a la cultura". Justifican la importancia de este apoyo asegurando que "el cine es vital para formar la conciencia ciudadana”. En otras palabras el apoyo es para su "cine-cultura", y no para lo que todo el mundo entiende por cine: un negocio del entretenimiento.

Para los fines que perseguimos acá, que son defender el libre mercado y señalar las consecuencias negativas de la intervención del Estado, carece de sentido ingresar al debate progresista sobre el cine, la cultura, la sociedad y su mutua relación, alejándola artificialmente de sus otros aspectos como el negocio, la empresa y hasta la frivolidad. Sin embargo, podemos abordar este argumento del cine-cultura tan solo para demostrar que se trata de un disfraz. El concepto de cultura al que aluden los propulsores de la ley es elitista. El cine más bien busca todo lo contrario: no ser elitista sino masivo. El cine-arte, que si bien existe, es bastante reducido, llegando a veces a la extravagancia, y es apreciado por un reducido grupo de conocedores y exégetas que por lo general se concentran en los cine-clubs. ¿Es este el cine que la gente quisiera apoyar? No lo creo. El cine real y masivo no encaja en los conceptos usados por los progresistas. Ellos manejan sus propios conceptos elitistas, maniqueos y artificiales para vender la tesis de que su actividad es una necesidad vital para la cultura y la sociedad. Se trata de un exclusivo grupo que no quiere ir a competir en el mundo real sino vivir protegido en el seno del Estado y succionando la mamadera fiscal. Por otro lado, ya sabemos lo peligroso que resulta poner la cultura en manos del Estado. Al final veremos lo que un grupo de iluminados cree que debemos ver. Y el cine seguirá en la misma mediocridad, tal como ha ocurrido en todos los países en donde leyes igual de estúpidas se han perpetrado.

Los ciudadanos apoyamos la cultura de una manera muy simple y directa, sin necesidad de lobbys ni de leyes especiales. Lo hacemos cuando compramos una producción discográfica o fílmica, cuando asistimos al teatro, al cine, a los conciertos, etc. Así es como se apoya la cultura y como se diferencia lo bueno de lo malo: por el apoyo del público. No se necesita una “comisión de expertos” que decida lo que es bueno y lo que la gente debe ver. Nadie puede ni debe reemplazar al mercado. Los intentos de suplantar al mercado (o sea a la realidad) fracasan siempre. No se debe hacer lobbys para exigir el apoyo de la gente por la fuerza. Como tampoco deberían hacer lobbys para vetar una expresión cultural de mayor arraigo que el cine, como son los toros. No debemos torcerle el brazo a los ciudadanos para que vean o para que no vean algo. Eso es prepotencia totalitaria.

Debemos defender siempre la libertad del ciudadano a su libre elección, y rechazar cualquier proyecto que pretenda obligar a la gente a apoyar con su dinero una actividad lucrativa como es el cine, o a impedir que vea una manifestación cultural de largo arraigo como los toros. No importa qué argumentos "nobles y justos" nos presenten como escusas. Los ciudadanos deben ser siempre libres de elegir. Las leyes totalitarias que intentan imponerse al gusto de la gente y anular su poder de decisión deben ser rechazadas. El único poder que tiene la gente en una sociedad libre es su capacidad para decidir qué comprar y a dónde acudir. Ese es el único derecho inalienable que hay que defender. El cine nacional debe aprender a respetar los gustos y decisiones de la gente, aprender del mercado y la realidad, y no tratar de imponer sus gustos y criterios a la sociedad. En un país que carece de la cadena productiva que da sustento a la capacidad fílmica, tienen que salir necesariamente a establecer acuerdos y proyectos conjuntos en el exterior. Y si lo que buscan es sustentar su trabajo a largo plazo tienen que dejar de ver la sociedad local como mercado y olvidarse de los nobles supuestos culturales que sustentan su ley.

No me impresionan las argumentaciones que contiene la ley del cine. Son las típicas del entorno burocrático progresista y maniqueo, que además copia a otras leyes similares de otros países. Prefiero pasarlas por alto y enfocarme en los argumentos que esgrimen quienes defienden esta ley. Son los progresistas que nos repiten lo mismo de siempre, como por ejemplo que “la realidad está distorsionada”. No me sorprende. Para todo progresista la realidad está mal, es injusta o “distorsionada”. Así es como ven el mundo y por eso andan siempre tratando de hacer revoluciones o leyes arbitrarias que "arreglen" el mundo a su peculiar forma de entender la vida. Las personas sensatas empiezan reconociendo la realidad tal cual es, y aprenden de ella. Un verdadero revolucionario es aquel que cambia la realidad introduciendo novedades mediante su creatividad e ingenio. Tenemos muchos ejemplos de estos visionarios y revolucionarios que cambiaron el mundo: Henry Ford, Tomas Alva Edison, Bill Gates, Steve Jobs, Walt Disney, etc. La otra clase de revolucionarios solo causaron genocidios y miseria.

Lo que el progresista intenta decir es que "la realidad está distorsionada” porque hay una predominancia del cine de Hollywood. Esto es tan ridículo como afirmar que la naturaleza está equivocada porque hay más insectos que humanos. Hay razones perfectamente lógicas y naturales que explican por qué las cosas están como están. Pero en la mentalidad de un progre la realidad debe ser igualitaria porque toda desigualdad es injusticia. Ese no es un problema de la realidad sino de la mente progre. En el mercado del cine quien manda es el consumidor. Es el ciudadano que elige libremente qué ver y a qué cine ir. Es una elección libre. Pero los progresistas viven convencidos de que el mercado está manipulado por "las Majors" y que son estas quienes deciden “monopólicamente” lo que se exhibe en las salas. Por ello el progresismo afirma que los enemigos del cine nacional son “las Majors”. Pero realmente no es así. Quien decide al final siempre es el público. Los dueños de cine están haciendo un negocio y les conviene exhibir lo que la gente quiere ver y paga por ver. De lo contrario perderían dinero. El capitalismo progresa porque las empresas buscan maximixar sus ganancias ofreciéndole a los ciudadanos más y mejores productos. Así es como todos ganan. Así que todo ese odio progresista a "las Majors" no tiene ningún sentido. 

Víctimas de sus errores ideológicos, los progresistas no solo sospechan de las empresas sino que pretenden un "mercado igualitario", donde las producciones nacionales compitan “en igualdad de condiciones” con las extranjeras. Para corregir el mercado "distorsionado" el Estado debe obligar a los exhibidores a reservar una cuota de pantalla para las películas nacionales. Pero no creo que la igualdad deba estar referida tan solo a cuotas de pantalla. ¿Y qué hay de la calidad? No me refiero tan solo al empleo de sofisticada tecnología, grandiosos escenarios, vestuarios, libretos, música y afamados actores, sino principalmente a la sintonía con los gustos del público. ¿Hay igualdad en ello? ¡Casi nunca! Al progresismo le tiene sin cuidado la opinión del mercado, es decir, el gusto del público, al que finalmente desprecian. Los progresistas quieren que la gente vea lo que producen porque se sienten elegidos, iluminados, dueños de una verdad trascendental que le hacen bien a la sociedad. La gente debe ver sus producciones porque consideran que es un arte especial que lleva "un mensaje social", porque "refleja la realidad",  porque toca "fibras sensibles" y porque así lo han decidido ellos. Pero el mundo no funciona así. Por lo menos el mundo libre. Si quieren que la gente vaya a ver sus películas, lo único que tienen que hacer son buenas películas, o sea, acorde con los gustos y expectativas del público y no acorde con los criterios progresistas sobre el buen cine. Lo que pretenden con su “igualdad de condiciones” es simplemente gozar de privilegios mediante el abuso de poder. Una ley que exige cuotas de pantalla sí distorsiona la realidad, la falsea, hace perder dinero y al final nos engañamos todos y perdemos todos. 

Antes de recurrir a leyes autoritarias, lo que deberían indagar los cineastas es ¿por qué fracasan sus películas? ¿Por qué no son atractivas para el público? Un progresista nos lo explica así: ellos no hacen películas para el gran público sino para un “público selecto”, amante del “buen cine”, para aquel que considera al cine “una expresión artística que contribuye a formar ciudadanos críticos de sus circunstancias, cada vez más conscientes y libres. Y lo hacen con películas que señalan las cosas que creemos que merecen ser cambiadas“. De esto se trata: los progresistas quieren imponerle a la sociedad su concepto de cine-cultura y utilizarlo como plataforma de adoctrinamiento ideológico y lucha política. ¿Y nosotros tenemos que financiar esos despropósitos? ¡No faltaba más!

El cine es fundamentalmente un medio de entretenimiento. Eso es lo que busca la gente cuando va al cine y para eso paga su plata. Por su parte, para el Estado el cine debería ser básicamente una industria y un negocio. Así es como debería verse. Únicamente para el lobby que anda detrás de la famosa “Ley del cine”, del dinero fácil y la comodidad de una sala secuestrada, el cine es exclusivamente “cultura”, y una “cultura progre”. Aunque este argumento solo se sostiene para pasar la ley, porque una vez que esta rige, lo que se aprecia es una variedad de producciones que incluso lindan con lo vulgar y el mal gusto. La comisión burocrática oficial encargada del cine explica que han apoyado estas malas producciones por falta de otras y para evitar perder el dinero de las subvenciones. Es decir, un absurdo descomunal, porque significa que los ciudadanos acaban financiando las producciones basura. Y encima nos la tenemos que bancar!

Lo peor de todo es que ya hemos comprobado muchas veces lo nefasto que son estas leyes de supuesta y aparente promoción. Han fracasado en todos los países. Cada vez que el Estado ha intentado promover una industria asegurándole la preferencia artificial del mercado, lo único que se ha conseguido es su postergación, atraso y mediocridad, además de grandes corruptelas. Esto ya lo sabemos de memoria. ¿Por qué se insiste siempre en la misma clase de errores? ¿Es que nunca vamos a aprender que la competencia sana es lo único que permite desarrollar cualquier actividad?

miércoles, 2 de mayo de 2012

Cómo ser un progresista exitoso


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Amigo candidato: las recomendaciones que damos a continuación te permitirán perfilar una carrera política exitosa, sobresaliendo en tu medio hasta ser considerado un hombre inteligente y sabio, pudiendo incluso, si tu constancia es suficiente, acceder a la presidencia. No es broma. Las fórmulas que presentamos en este post han sido probadas repetidas veces y han demostrado su valía para llegar a la presidencia, más allá de lo científicamente demostrable. Van pues nuestros tips o recomendaciones para ser un progresista de éxito.

En primer lugar tienes que mostrar un pensamiento sumamente progresista. ¿Cómo se logra esto? Es muy simple: solo tienes que pensar igual que las grandes mayorías. Como buen progresista debes interpretar o asimilar el pensamiento generalizado de las masas y luego repetirlo como si fuera tuyo. Esto te asegurará que las masas se identifiquen de inmediato con tus planteamientos, colocándote en el pedestal de la fama. Serás admirado por tu sabiduría y por tus irrefutables ideas, pues provienen de la lógica aplastante de las masas. Si ellas creen que los cerdos vuelan, no te hagas problemas, tu deber es afirmar que ello es cierto. Y no solo eso: promete que siempre habrá suficientes cerdos volando para cubrir el cielo.

Todo tu discurso deberá girar siempre sobre el mismo tópico: el pueblo. Si pretendes ser más específico, menciona a los más necesitados. También puedes utilizar otros términos como pobres, marginados o excluidos. Ese debe ser tu tema central. No te preocupes por abordar otros temas de la política que ni tú ni el pueblo entienden. Sólo ocúpate de lo que el pueblo quiere escuchar. Debes mostrar mucho interés por los pobres, ya que eso te garantiza un perfil de gran sensibilidad social y porque significan muchos votos. O sea que eso es muy importante para tu imagen y para tu caudal electoral. Una manera de mostrar este interés es ofreciendo toda clase de ayudas al pueblo. Obviamente, no de tu bolsillo sino de parte del Estado, pero eso no se notará. No estaría mal si dices que llevarás al Estado adonde no ha llegado. Ofrece ayuda del Estado por donde vayas: a los pescadores, artesanos, artistas, camioneros, jóvenes, etc. Ofrece créditos, pensión, becas, seguros, etc. Todo gratis. Lo que se te ocurra. No tienes que preocuparse de nada. Tú solo ofrece. 


Paralelamente no olvides renegar del sistema. Culpa al "sistema" y al pasado de todos los males del presente y anuncia una nueva era. Preséntate como el mesías que cambiará la historia. Por eso tu mensaje debe girar alrededor del cambio. Haz del cambio una consigna. Si quieres aparecer con mayor contundencia habla de una revolución. Deberás incluir en tu discurso tópicos más modernos más sofisticados como la inclusión social y la lucha contra la pobreza. Es exactamente lo mismo pero con otro lenguaje de moda. Ah! y no olvides ser contundente en la lucha contra la corrupción. Afirma que todos los que pasaron por el poder son unos corruptos y que tú los meterás en la cárcel. Esto causará el delirio de las muchedumbres, siempre ansiosas por linchar a todos. Consigue asesores progresistas. No es nada difícil porque son los que abundan. Puedes buscarlos en universidades que son famosas por estar infestadas de progresistas y caviares. Ellos te prepararán estos mensajes llenos de contundencia combativa. Tendrás que agregar algunos conceptos misteriosos de imposible elucidación tales como la "redistribución equitativa de la riqueza". Otra vez, no te preocupes de lo que significa. Eso va dirigido a tus enemigos políticos que así tendrán en qué pensar y de qué escribir. Pero digan lo que digan, ignóralos y sigue repitiendo tus consignas. Recuerda que una mentira muchas veces repetida se convierte en verdad.

Es muy importante emplear un discurso recargado de palabritas sumamente elocuentes y sonoras. A la gente le encanta el floro y algunas palabras producen un efecto mágico. Abusa sin reparos de palabras como dignidad, igualdad, equidad, soberanía, reivindicación, justicia, derechos, pueblo. Hazte una lista de estos términos mágicos que causan un efecto contundente en las masas, y en especial entre los más jóvenes, quienes sin duda te apoyarán ciegamente con canciones y poemas. Marcharán con sus pancartas: "por más justicia y dignidad" y crearán incontables redes sociales con nombrecitos como "juventud rebelde" o "juventud por el cambio". Ah! y no olvides convertir todo en un derecho. Es fundamental hablar de derechos. Acá tienes que ser creativo: inventa derechos. Por ejemplo, derechos para los pequeños comerciantes, derechos para los usuarios de bancos, derechos para los viajeros, etc. Todos pueden tener algún tipo de "derecho". Recuerda que "derecho" es una de las palabritas mágicas. Promete leyes que garanticen estos nuevos derechos. Hasta puedes prometer Ministerios. Nadie podrá superarte si prometes un Ministerio de los Derechos Humanos. Y no olvides el tópico de moda: el medio ambiente. Es cierto que al pueblo le tiene sin cuidado el medio ambiente, y menos si se interpone en su actividad predadora informal. Así que no seas tan meticuloso en este punto. Ataca a las grandes empresas mostrándolas como explotadoras y promete su regulación para que los precios y los salarios sean más justos. Justicia y dignidad para el pueblo. Ese será tu lema. Definitivamente con eso alcanzarás el grado máximo de progresismo y podrás llegar a la presidencia.


Ya en la cima presidencial podrás actuar como un dios y tratarás de controlar la economía por decreto, fijando precios y tipos de cambio a tu antojo, siempre en beneficio del pueblo. A esto llamarás con el pomposo nombre técnico de "planificación de la economía por parte del Estado soberano", con lo cual rechazarás ponerte al servicio del mercado. Acuña el mensaje "el mercado al servicio del pueblo y no el pueblo al servicio del mercado". También puedes decir que aplicas "una economía con rostro humano". Bajo esa consigna podrás manejar la economía a tu antojo. O por lo menos darás esa impresión gracias a los subsidios que aplicarás en varios servicios y productos para evitar que suban de precio. Cada vez que algún precio empiece a subir, aplicarás un subsidio y de este modo nadie percibirá lo que ocurre, pensarán que, efectivamente, tienes el control de la economía. Si la cosa sigue amenaza directamente a los empresarios y comerciantes con expropiarlos o meterlos presos si sabotean la economía. Declara que hay una guerra económica por parte de tus enemigos y envía tropas a controlar los precios en los supermercados. Paralelamente debes crear un enjambre de licencias para que los empresarios no actúen libremente y dependan casi para todo del Estado (en última instancia, de ti). Poco a poco irás manejándolo todo con subsidios, regulaciones y amenazas, y así el mundo parecerá un paraíso administrado por ti. Adicionalmente no olvides maquillar las estadísticas. Esto es muy importante. Con todo esto tus niveles de aprobación en las encuestas subirán. No lo dudes. Hasta podrás ganar una reelección sin hacer trampa.

Busca en el mundo otros progresistas como tú, pues nunca faltan, al menos en Latinoamérica, África y algunos países del Asia islámica. Visítalos o invítalos a visitarte, o ambas cosas, y tómate fotos con ellos para mostrarlas como "apoyo internacional". Cuando alguien cuestione estas alianzas asegura nuevamente que son parte de las "decisiones soberanas de un pueblo independiente" y que tú no sigues los dictados del "imperio". Luego trata de formar con ellos un club de países progresistas. No tendrán nada que intercambiar salvo palabras, pero eso será lo más importante en sus cumbres: los discursos grandilocuentes donde anunciarán el advenimiento de un nuevo orden mundial, derrotando a los enemigos eternos de los pueblos oprimidos. Siéntanse fuertes y reten al mundo. Aprovecha estas cumbres para atacar sin reservas a cuanto rival político internacional tengas, y muy en especial al "imperio", es decir, al presidente de los EEUU, pues eso te dará definitivamente un perfil de progresista revolucionario valiente. Trata de usar palabras fuertes de grueso calibre. La diplomacia progresista no se supedita a la cortesía ni a la buena educación. Eso no lo entiende el pueblo. La diplomacia progresista revolucionaria se basa en gestos retadores al imperio, desplantes y bravuconadas. No dudes en expulsar al embajador del imperio si emite alguna opinión que no te gusta, y hasta puedes acusar al imperio de cualquier desgracia natural como una sequía o un terremoto.  Si te aqueja alguna enfermedad, acusa al imperio de atentar contra tu vida. Usa tu imaginación para dejar al imperio en ridículo.


Si eres algo sensato quizá estés sospechando que hay una gran cantidad de contradicciones y falacias en todo este programa progresista que te recomiendo. ¡Pero eso qué importa! Tal vez ya sepas que es imposible para cualquier Estado soportar el servicio de tanto bienestar social, que eso es como una pirámide que tarde o temprano colapsará. Pero eres progresista y eso no debe preocuparte. No escuches las críticas, no analices el pasado ni otras experiencias. Ante cualquier observación sobre la economía responderás que es obligación del Estado repartir la riqueza. Nunca retrocedas, al contrario, persevera y avanza más en las reformas. Afirma que aun no se le han cobrado los suficientes impuestos a los más ricos, y que podemos evitar que las empresas extranjeras se lleven nuestras riquezas. Dicho esto podrás subirle los impuestos a los más ricos. También podrás nacionalizar algunas empresas como si hicieras ofrendas al pueblo en medio de una ocasión especial y siempre con un ritual patriótico, y el clásico discurso progresista que asegura haber recuperado la soberanía y la dignidad. Y si deseas mostrar más dignidad puedes ignorar la deuda externa o comprarla a su valor devaluado de mercado, deshonrando la palabra del Estado y defraudando a los inversionistas que apostaron por tu país. Pero esas son consideraciones ajenas al progresismo. Tú podrás afirmar sonriente que aprovechaste las condiciones del mercado para beneficio del pueblo.

Sentirás que el dinero se te acaba cuando ya hayas empleado todas las Reservas Internacionales mediante el control del Banco Central, que obtuviste mediante una ley autoritaria o un amañado cambio constitucional. A esto apelarás solo después de haber echado mano de las pensiones de jubilación, cosa que harás solo después de haberte apropiado de las divisas extranjeras de los bancos, acto que será presentado como un control estratégico de la fuga de divisas. Enseguida las empresas no podrán importar libremente, lo que te llevará al siguiente nivel de la planificación progresista estatal de la economía que es el control de divisas extranjeras, que en su grado extremo implica permisos para la gente que quiere viajar fuera del país, los que obviamente no son los más pobres ni los más patriotas, así que... ¡a quién le importan!

Prepárate para ser cuestionado. El progresismo no se puede detener por las críticas. Enfrenta a la prensa convirtiendo a los opositores en enemigos del pueblo, aliados del capitalismo y de los poderes fácticos. En cualquier momento aprovecha una acusación infundada para enjuiciar al medio, clausurarlo o negarle la renovación de su licencia. Trata a todos tus críticos como enemigos del pueblo y agentes de la CIA. Traza tu lema: a más críticas más socialismo. Mantén bajo amenaza a tus críticos, utiliza el Poder Judicial para enjuiciarlos y apresarlos, expropia sus empresas bajo la sospecha de acaparamiento y especulación, y asegúrate de tener el control de todos los poderes mediante la coerción, el chantaje, la usurpación, la destitución arbitraria y el cambio constitucional. De hecho, puedes mandarte hacer una nueva constitución progresista, con lo cual todas tus acciones tendrán legalidad.


A medida que surjan los problemas económicos acrecienta tu progresismo, expropia más, controla más la economía, aumenta los sueldos y fija la estabilidad de los precios por decreto, convierte en delito el acaparamiento y aumenta las penas por contrabando. Cuando las mercancías desaparezcan de los escaparates no te dejes amedrentar, crea tu propio sistema estatal de distribución de productos con un nombre como "Mercados del pueblo". Tendrás que asumir la importación masiva de alimentos ante la inevitable disminución de la producción. Con todo ese panorama de control férreo de la economía y de la sociedad, consolidarás tu imagen y perfil de progresista. Nunca dejes de ser un progresista exitoso, aunque todo el sistema creado colapse sobre tu cabeza. Recuerda que la culpa de los males y problemas siempre será de otros. Prepárate para culpar a la oligarquía, al capitalismo y al neoliberalismo, a los poderes fácticos, a los grandes intereses de las transnacionales, a la CIA y a los EEUU, al "imperio", etc. El progresismo nunca pierde. Después de que alguien arregle el desastre, siempre se puede volver a empezar.