domingo, 21 de julio de 2013

La ética progresista y la miseria de las naciones


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Para entender la ética progresista y el origen de la miseria de nuestras naciones apelaremos a una sencilla historia que tal vez muchos hayan vivido. Esto les facilitará entender algunas cosas que ocurren en nuestro país, y en otros cercanos donde la política es manejada por el progresismo o, al menos, guiada por un pensamiento progresista. Cuando los líos comprometen a países enteros parece que el problema fuera un asunto muy complicado de entender, pero no lo es. Se trata de los mismos problemas de siempre solo que magnificados. Así que vamos a reducir todo el asunto a un tema cotidiano de las personas y terminaremos entendiendo el problema de las naciones.

Empecemos por un reconocimiento elemental: en el mundo hay básicamente dos clases de personas: los que trabajan y los que ven trabajar a los demás y llaman a eso trabajo. Esto se refleja incluso en cuentos infantiles como el de "La hormiga y la cigarra" donde la cigarra representa a un progresista. Usted pensará que hay un error en considerar que la cigarra es el progresista y no la hormiga, pero no se preocupe porque en el mundo progresista las cosas nunca son lo que se dice que son. El lenguaje engañoso es lo primero que debemos reconocer en el mundo progresista.

Ahora supongamos que usted tiene un amigo progresista. Uno de esos que admira la miserable isla de Cuba y su mediocentenaria dictadura comunista. Desde luego es un progresista que apoya también a Venezuela y su neosocialismo perpetuado en el poder hasta el 2021. Es un típico progresista que se tatúa al Che y coloca la imagen de Hugo Chávez en su portal de Facebook, un antimperialista que a la hora de tomar vacaciones familiares enrumba a Orlando o Las Vegas, algo así como Maradona quien detesta el capitalismo pero que no concede entrevista si antes no le pagan 50 mil dólares. Bueno, los progresistas son así. Eso forma parte de la ética progresista.

Supongamos que su amigo progresista le pide un préstamo y usted decide prestarle dinero. Él le firma un pagaré, o sea, un papel que es una promesa de pago a un año. Cumplido el plazo del préstamo su amigo progresista no cumple con pagarle. Peor aun, dado que el progresista maneja un verso formidable, lo convence de prestarle más dinero y refinanciar toda la deuda con un nuevo plazo de un año. Y como le promete buenos intereses, usted accede. Desde luego que le firma más papeles donde reconoce la deuda y promete pagar. También podríamos llamar "bonos" a estos papeles firmados que contienen una promesa de pago a futuro. Pasa un  nuevo año y usted trata de cobrarle la deuda, pero su amigo progresista no le da ni la cara o alega que anda en muy mala situación. Algo que no es de extrañar porque lo que su amigo progresista hace con el dinero es llevar una gran vida sin ningún tipo de preocupación por el futuro.

Entonces a usted, que es una persona inteligente y además está urgida de dinero, se le ocurre ir al banco a negociar sus bonos. Después de todo se trata de un título-valor en lenguaje financiero y es perfectamente negociable en el mercado. El banco puede hacer dos cosas: puede prestarle dinero tomando en garantía sus bonos o puede comprárselos. En cualquier caso, el banco le dará mucho menos dinero ya que los papeles que su amigo progresista le firmó no serán fáciles de cobrar, y hasta existe el riesgo de perder ese dinero. Pero lo importante es que usted recupera algo de su dinero y puede seguir produciendo más. Es decir, se capitaliza para seguir trabajando.

El trato es justo porque usted recibe dinero fresco en efectivo y el banco asume el riesgo. Pasan los años y su amigo progresista no cumple con pagar su deuda. Más aun, ha seguido pidiendo prestado a otros para mantener su estilo dispendioso de vida. Si usted recibió un préstamo del banco a cuenta de los papeles, usted tiene que pagarle al banco y además cobrarle a su amigo progresista. O sea, tiene doble problema. Si el banco se hizo del pagaré confiando en sus mecanismos de cobranza, el problema será del banco. En la vida real se dan de los dos casos. Veamos lo que pasa en cada uno.

Al cabo de cinco años, para cobrarle la deuda a su amigo progresista, usted decide con plena justicia actualizar el valor de sus papeles de acuerdo a la inflación, pero también añadirle intereses y además costos porque movilizarse para cobrarle no sale gratis. Entonces digamos para simplificar que ya no le cobra los 2000 soles de ambos préstamos sino que los actualiza a tres mil. Pero su amigo progresista que tampoco es tonto sino muy vivo, ha averiguado que usted negoció sus papeles con el banco y que este lo tiene calificado a la cuarta parte de su valor, o sea a 500 soles. ¿Por qué? Ocurre que aunque el papel que le firmó su amigo progresista diga 2000, su valor "real" es menor porque las posibilidades de cobrarlo son remotas. Esto es lo que se llama "depreciación". El pagaré que su amigo progresista le firmó se ha depreciado, aunque la deuda nominal haya crecido por los gastos e intereses.

Entonces su amigo progresista le dice que no puede pagarle lo que usted le está cobrando porque los papeles de su deuda están siendo rematados en en el banco a la cuarta parte de su valor original, y por tanto eso es lo que él le propone pagarle. ¡Qué le parece! Una situación probable es que su amigo progresista se vaya al banco a comprar los papeles de su deuda al valor depreciado y luego le diga a usted que ya cumplió con cancelar la deuda. Claro que usted habrá perdido el 75% de su dinero y aun más. Pero esta es una de las facetas más típicas de la moral progresista. De acuerdo a la ética progresista ellos ya han cumplido y no queda más nada que hacer. Esto fue exactamente lo que hizo Nestor Kirchner cuando compró la deuda depreciada de Argentina y estafó a quienes invirtieron en bonos argentinos.

Pero como ocurre en la mayoría de los casos, su amigo progresista no tendrá deseos de cancelar su deuda ni aún depreciada y seguirá dándole vueltas con más verso. Utilizará el valor depreciado de sus papeles en el banco como argumento para negarse a pagarle a usted el valor que le está cobrando. Al cabo de 5 años de deuda su amigo progresista le dirá que "técnicamente" la deuda es mucho menor, que los intereses y gastos que pretende cobrarle son abusivos, que él está en una mala situación económica y, apelando a la dialéctica y la retórica progresista que domina muy bien, él terminará siendo la víctima y usted, un abusivo y sucio capitalista sin sentimientos. Pero esa es solo una parte de la ética progresista. Como usted espera recibir un pago de 3 mil, que es lo que ahora representa la deuda, entonces usted decide acudir a la justicia. ¡Craso error!

Ante la justicia, su amigo progresista, que es un experto en retórica, lo presentará como un capitalista usurero que quiere aprovecharse de él cargándole intereses abusivos. Lo vinculará a los bancos de quienes dirá que son agentes del Gran Capital y de los poderes fácticos, instrumentos de las clases dominantes y de las transnacionales que buscan llevarse el dinero de los pobres, los llamará agiotistas y especuladores que pretenden cobrar una deuda por la que pagaron una miseria. En las calles aparecerán grupos de progresistas haciendo ruido para denunciar el abuso de la banca y del Gran Capital contra un pobre ciudadano. El juicio tardará años y cuando usted esté acabado, el veredicto será que usted tiene el derecho a cobrar pero que debe arreglar con su amigo el progresista la forma de pago. Y usted volverá a empezar un nuevo calvario.

En otro escenario, podría suceder que su amigo el progresista lo llame un día para reunirse a negociar el pago de su deuda. Usted se alegrará pensando que al fin podrá recuperar su dinero, pero cuando acude a la cita encuentra una multitud de personas con papeles en la mano. Allí es cuando usted se entera de que todos ellos tienen papeles firmados por su amigo el progresista y que, al igual que usted, esperan negociar con él para recuperar su dinero. Durante la reunión, el progresista les anuncia su buena intención de pagarles a todos la deuda que les reconoce. Pero les hace una oferta muy curiosa: aquellos que estén interesados en cobrar hoy mismo su deuda, podrán hacerlo pero reduciendo la deuda a la mitad. Es decir, usted debe resignarse a perder el 50% de su dinero. De lo contrario, pueden sumar todos los intereses que quieran a la deuda original y se les firmará nuevos papeles con nuevos plazos. A esto le llaman refinanciar la deuda.

Frente a esta insólita propuesta, alguna gente desesperada e impaciente decide aceptar, perdiendo la mitad de su dinero. Han preferido recuperar algo y olvidarse del problema antes de no ver nada y seguir con el lío a cuestas. Otros, en cambio, deciden que irán a juicio para demandar su deuda completa más intereses y gastos, como corresponde. Algunos de estos no son los que hicieron los préstamos originales al progresista sino instituciones financieras que adquirieron esos papeles de los prestamistas, a quienes les compraron o les adelantaron parte de su dinero a cambio de esos papeles. En realidad así es como funciona el mundo. El dinero circulante, por ejemplo, no es más que papel en el que uno confía que mañana servirá para comprar algo. Pero si mañana puedo comprar con un billete de cien la mitad de lo que podía comprar hoy, quiere decir que alguien nos está robando. Ese alguien es el gobierno. Pero sigamos mejor con la historia del amigo progresista.

Quienes no aceptaron la indignante propuesta del amigo progresista de cobrar solo la mitad de la deuda, acuden al juez porque aspiran a que se haga justicia recuperando el pago completo de su deuda, más todos los intereses y gastos que corresponde. En esta ocasión resulta que el progresista se hace nuevamente la víctima de perversos especuladores. También hay una manifestación de progresistas en la calle que insulta a los prestamistas o tenedores de los bonos o papeles de la deuda impaga, que ahora son llamados "fondos buitres". Y los que pretenden cobrarlos son rebajados a la categoría de piratas. El mitin progresista callejero apela esta vez a la dignidad de los pueblos y a los derechos humanos en defensa del progresista que se niega a pagar sus obligaciones. Además arremete contra los jueces que se atreven a ordenar ejecutorias de cobranza, los difama y luego injuria a los tenedores de bonos, sin reparar que muchos son jubilados que emplearon sus fondos de jubilación para invertir en esos papeles.

En 1969 el general Juán Velasco Alvarado expropió
miles de haciendas sin efectuar pago alguno a sus dueños. 
Hasta el día de hoy esa deuda sigue sin pagarse, lo que 
hace al Estado peruano el mayor ladrón de la historia.
En otra figura más cercana a nuestra realidad, el progresista ni siquiera le pidió a usted un préstamo sino que simplemente se metió a su casa para robarle descaradamente. Un día, abusando de su confianza, su amigo progresista se introdujo a su casa y le sustrajo todo lo que usted tenía. Para colmo, se quedó con la casa. Cuando usted se dio cuenta y le reclamó, su amigo progresista admitió su falta pero en lugar de devolverle lo robado, adujo que había repartido esos bienes entre los más pobres, y que él se haría responsable de compensarlo en el futuro. A cambio de todos sus bienes robados le firmó papeles o bonos, que es todo lo que usted pudo conseguir, ya que la policía y la justicia se pusieron del lado del progresista. Esto puede parecerle totalmente increíble, pero son solo algunas de las cosas más comunes que suelen ocurrir en un país cuando un progresista asume el poder.

En este caso la historia de la deuda transcurre igual. Pasan los años sin que usted pueda cobrar un solo centavo. También resulta que usted no es el único afectado sino que hay una multitud de personas que han sido asaltadas por el mismo progresista con el mismo cuento de repartir los bienes entre los más pobres para hacer una sociedad más justa. Este es el sentido de justicia y de ética en el progresismo. Pero resulta que los pobres, al cabo de varios años, siguieron siendo pobres. No solo eso sino que usted mismo y todos los demás afectados por la repartija progresista se sumaron a la gran masa de empobrecidos que había crecido. La consecuencia final del acto de justicia social progresista fue que la pobreza se extendió, pero además quedaron unas cuentas pendientes que el progresista ladrón trató de eludir durante décadas.

Muchos años después, un día todos los afectados por el robo progresista se juntaron y decidieron acudir a la justicia. Otro craso error. Al cabo de tanto tiempo muchas cosas habían ocurrido con los afectados y con los bonos. Algunos habían negociado sus bonos, otros los mantenían y otros simplemente murieron esperando que el progresismo les cancele. De hecho algunos afectados tuvieron suerte de negociar sus papeles con el banco y al menos recibieron parte de su dinero, el que pudieron aprovechar antes de morir, a cambio de que el banco se hiciera cargo de un muerto muy pesado. 

Cuando al fin la justicia ordenó, como no podía ser de otra forma, que el progresista ladrón y deudor pague la deuda ajustando su valor de acuerdo al tiempo transcurrido, nuevamente apareció una masa de progresistas para defender al ladrón aduciendo que se le iba a pagar a "especuladores". En buena cuenta, lo que pretenden todos estos progresistas es que la deuda se dé por olvidada como si nunca hubiera pasado nada. Esta es otra muestra de la grandiosa ética progresista que hoy vemos en el Perú.

¿Cuál es el argumento de la progresía para apañar el robo progresista? Que los bancos no son los que recibieron el papel original. Que ellos son especuladores que obtuvieron el papel a sus propietarios a un precio menor y que hoy pretenden cobrar el monto real actualizado. ¿Es esto cierto? De hecho es una gran mentira. Un embuste del progresismo para no pagar. Una muy recurrida estrategia del progresismo es desprestigiar a los bancos, al sistema financiero y al capitalismo en general, culpándolos de todos los males. Según su lógica, las crisis no ocurren porque hay progresistas que se prestan y no pagan, sino porque hay bancos que prestan con la intención de enriquecerse. Esto forma parte de la ética progresista y de su estilo de supervivencia. El progresismo vive la fantasía de ser defensores del pueblo contra la voracidad del Gran Capital. Han repetido tanto esta historia que muchos en realidad lo creen. Por tanto, viven en un mundo irreal, definido únicamente por la retórica.

Los bancos tienen un papel muy importante en la economía de los países y son los que permiten la creación de la riqueza. Reciben dinero del público y tienen el deber de respaldarlo con inversiones que puedan rendir intereses para los ahorristas. Sirven además como palanca del desarrollo al financiar proyectos. Y todo esto funciona en base al crédito, es decir, a la confianza o credibilidad en que todos cumplirán su palabra. Cuando alguien falla en esta delicada arquitectura social y financiera, todo el sistema puede colapsar. Por desgracias quienes suelen estancar esta cadena de progreso son los progresistas, porque hacen uso de él no para el progreso sino para el dispendio. En realidad deberían llamarse derrochistas, pero la retórica progresista es invencible. Ellos llaman a las cosas como más les conviene dentro de su fantasía. Aunque ellos detestan el sistema financiero internacional son quienes más se aprovechan de él, pero en lugar de progresar solo acumulan deudas. Cuando finalmente sus deudas son gigantescas y ya nadie les quiere prestar sino que todos les cobran, entonces apelan al desprestigio de los bancos y hacen lo posible para colapsar al sistema financiero. Algo que muchas veces logran.

Lo que el progresismo pretende ocultar es la verdadera naturaleza del mercado de capitales y valores, así como la verdadera función de la banca, aunque también podemos admitir que muchos progresista nunca han entendido cómo funciona el delicado mundo financiero. Esto es porque solo les preocupa la pobreza y nunca han entendido como es que se genera la riqueza. El progresismo solo maneja una teoría de la pobreza en la cual creen firmemente, y según la cual los ricos son los culpables de la pobreza, y por tanto combaten a los ricos y a sus instrumentos financieros. Pero todo lo que hacen los bancos es mover la plata de la sociedad. Por un lado captan dinero del público que solo quiere ahorrar y, por otro, proporcionan el dinero con que los emprendedores generarán empleo y riqueza. Al final todos ganan. Y claro que no ganan todos igual. Eso sería un absurdo. Depende de sus esfuerzos y capacidades. Pero no hay absurdo que sea imposible para una mente progresista. Ellos critican el sistema precisamente porque la riqueza no se distribuye igual y creen que ese es el problema que lo descalifica. Lamentablemente el progresismo no ha podido inventar otro sistema que funcione mejor. Todo lo que han logrado en busca de la sociedad perfecta es crear decadentes infiernos humanos y montar verdaderas carnicerías sangrientas llamadas revolución.

Los países manejados por progresistas suelen recibir mucho dinero del sistema financiero pero lo malgastan en farras fiscales. Incrementan la burocracia y regalan dinero al pueblo de muchas formas, además de la inmensa corrupción que esa clase de políticas significa. ¿Qué ocurre el día en que estos países progresistas que firmaron papeles a cambio de dinero deciden no cumplir el pago de su deuda simplemente porque ya no pueden seguir pagando y porque ya nadie les quiere seguir prestando? Si el país es pequeño, como lo fue el Perú cuando Alan García se negó a pagar la deuda en los años 80, simplemente el país se queda bloqueado y sin créditos y entra en crisis y recesión, como le ocurrió al Perú gracias a la proeza antimperialista de Alan García. Pero si el país tiene una deuda suficientemente grande, como la de algunos países europeos, lo que puede ocurrir es una gran crisis financiera internacional debido a que el flujo del capitales se ha detenido. Lo que suele ocurrir es que los países progresistas se convierten en un enorme agujero negro que devora dinero del mundo y no lo devuelve. Es decir, mientras unos crean riqueza y pueden prestar, otros se prestan para vivir bien a costa del futuro.

Esta clase de crisis surge porque los países progresistas se endeudan y usan ese dinero para regalarlo a los pobres y aparentar bonanza dando servicios públicos gratuitos o creando ministerios rimbonbantes para los aspectos más cursis de su realidad como la interculturalidad. Política que al final los vuelve más pobres, ya que nunca se preocupan por fortalecer a la sociedad, sus empresas y bancos sino que los debilitan haciéndolos cada vez más dependientes del gobierno. La pobreza no se resuelve regalando dinero ni aumentando la burocracia ni haciendo más leyes, sino permitiendo que la gente trabaje más por su propia cuenta y eliminando las trabas que las empresas tienen para generar empleo, riqueza y para seguir creciendo.

Sin embargo, los progresistas viven convencidos de que eso significa generar desigualdad e injusticia. En su mundo de ficción y de prejuicios, las empresas son entes de explotación y especulación. Bajo esta óptica resulta que los sectores más dinámicos y productivos de la sociedad son estigmatizados y atacados por la progresía. Procuran limitar el accionar de las empresas aumentando los controles, y creando tramites para licencias diversas que entorpecen el funcionamiento de la economía. El progresista en el poder se limita a disfrutar de la popularidad que le proporciona el reparto de dinero y del montaje de una falsa bonanza social con dinero prestado.

Naturalmente que cuando las políticas progresistas del dispendio burocrático y del asistencialismo social fracasan (porque siempre fracasan) originando una gran deuda pública, déficit fiscal, inflación y falta de divisas, es la hora de echarle la culpa de todo al capitalismo depredador, a los bancos especuladores y al imperialismo yanqui. Esta es una historia trillada y conocida que seguirá repitiéndose mientras no seamos capaces de anticiparnos y contarla en las escuelas a los niños antes de que estos caigan en el embuste del progresismo. Tenemos que actualizar el cuento de la hormiga y la cigarra. Esta es la primera tarea de la educación para un futuro mejor.

lunes, 1 de julio de 2013

La reforma imposible del Perú



Los intentos de reforma en el Perú suelen ser reformas que nunca cambian nada, tal como ocurrió con la última ley del magisterio que conserva la esencia nefasta de la mala educación que padece el Perú desde hace décadas. Hoy se repite la historia con la ley del servicio civil que ya empezó a retroceder lo poco que avanzó, gracias a políticos que solo ven su negocio electoral, y siguen defendiendo obsoletos conceptos sacrosantos y venerando viejas vacas sagradas.

Curiosamente quienes más predican y exigen cambios abogando por la industrialización del país y criticando el "modelo primario exportador", son los primeros en oponerse a los cambios. Industrializar el país requiere autonomía tecnológica basada en innovaciones, investigación y desarrollo. Hace falta empresas competitivas de nivel internacional, con profesionales y técnicos altamente capacitados y un Estado ágil y eficiente que deje de ser un lastre y genere oportunidades abriendo mercados internos y externos. Nada de esto se puede hacer sin cambiar la anacrónica estructura laboral y educativa que impera en nuestro país. Pero todo cambio tiene que empezar por un cambio de mentalidad.

No es posible hacer cambios si antes no se ha convencido a la gente de que estos son necesarios. Se requiere además estar dispuesto a enfrentarse a las mafias sindicales que por décadas han medrado en la mediocridad y dependen de ella. En tercer lugar, se necesita arrojar a la basura los viejos conceptos como la tristemente célebre "estabilidad laboral" y otros. 

Lo que vemos es todo lo contrario: la gente no entiende la necesidad de los cambios, nadie está dispuesto a enfrentarse a las mafias sindicales y a los burócratas conformistas, y todavía siguen adorando anacrónicos conceptos que causaron la situación actual de mediocridad y subdesarrollo. Los cambios necesitan consenso, coraje y sobre todo una nueva mentalidad. Quizá lo más difícil de lograr sea una nueva mentalidad que deje atrás las viejas ideas acuñadas durante el velascato y que todavía se repiten como "principios". Muchas generaciones han fundado sus pensamientos en esas ideas absurdas.

El desarrollo se funda en dos componentes básicos: empresa privada y universidades o institutos. Estas proveen la mano de obra que requieren las empresas para ganar competitividad. Competir en el mundo requiere una organización dinámica y un accionar eficaz. No se puede vivir arrastrando los pies, tramitando en veinte instancias las licencias estatales, ni quedarse desfasados porque hay leyes que protegen el empleo como si estas fueran una propiedad privada del trabajador. Todo eso impide las rápidas adaptaciones empresariales que exige el mundo moderno. Los cambios de los 90 no llegaron a eliminar la mentalidad burocrática del Perú, fundada en una visión clientelista, estatista y antiempresarial heredada del velascato. Ese es el núcleo básico que sigue primando en las mentes de los políticos peruanos. 

En el Perú empezamos al revés. Se atacó a la empresa privada pintándola de "enemiga de la clase trabajadora" cuando es la que genera los empleos y, por ende, los trabajadores. Y antes de tener empresas competitivas se convirtió a los trabajadores en vacas sagradas intocables repletas de "derechos" y protegidos por una larga serie de normas expedidas siguiendo conceptos ridículos como el de "estabilidad laboral" o el supuesto "derecho al trabajo". El trabajo no es un "derecho". Eso es una de las tantas mentiras que el progresismo inoculó en la mente de la gente. El trabajo es una obligación natural de todo ciudadano para sí mismo y para con su sociedad. Así era visto incluso en el Tawantinsuyo. Nunca fue un "derecho" en el sentido de ser un privilegio intocable. El trabajo es una función económica que depende totalmente de condiciones de mercado. Hay que saber cumplir una función dentro de las muchas que requiere el funcionamiento de una sociedad o de una empresa. Tal labor se hace de manera libre o dependiente pero siempre según las necesidades de un mercado. Es fundamental tener capacidad de aprendizaje y adaptación para mantenerse en una función laboral. Los mercados son cambiantes de muchas maneras, según las estaciones, las fechas del año, los gustos de la gente, los cambios de tecnología, las crisis económicas, etc. Las oportunidades de negocios aparecen y desaparecen. Todo es variable. No existe pues nada ni remotamente parecido a una estabilidad. Por lo mismo hablar de una "estabilidad laboral" no puede ser más que un supremo disparate. Lo que ha hecho la progresía al convertir el trabajo en un "derecho" es privatizar el puesto laboral y convertirlo en algo diferente de lo que es en realidad: una función económica sujeta al y dependiente del mercado.

Por supuesto que el progresismo tiene las miras puestas en su poder político antes que en el progreso del país. La idea de trabajador que se impuso en el Perú en los 70 fue la del empleado público dependiente de un gran Estado congelado y clientelista. Como lo que hoy tiene Venezuela y lo que están tratando de desmontar en Cuba. Esa visión velasquista del trabajador que además cargaba con un encono antiempresarial, nos generó un grave atraso y un gran daño a la competitividad empresarial dejándonos a la zaga de nuestros vecinos como Colombia o Chile, además de producir las ya conocidas mafias sindicales que solo velan por mantener sus prebendas y privilegios de clase laboral, como los del SUTEP y la CGTP, sin importarles un comino ni la educación ni el desarrollo del país. Las pruebas están a la vista.

Podemos echar mano a un buen ejemplo histórico reciente. El gran avance de la banca en el Perú hubiera sido imposible sin la previa desaparición de la nefasta FEB (Federación de Empleados Bancarios) que a punta de huelgas y negociaciones colectivas chatajeaba a los bancos hasta conseguir un sin fin de gollerías groseras y escandalosas, como hacer hereditarios sus puestos laborales. La desaparición de la banca de fomento del Estado en los 90 significó también el fin de ese cartel de parásitos comechados que era la FEB. Solo después pudo darse el gran despegue de la banca, con agencias que atendían hasta las 6 pm o más, incluyendo sábados, domingos y feriados en algunas agencias. Algo inconcebible en los días de la FEB, cuando solo trabajaban de 10:30 am a 3 pm de lunes a viernes.

Un cambio exige primero una nueva mentalidad. De lo contrario solo se harán maquillajes, como la nueva ley magisterial que no ha cambiado la esencia de mediocridad que prima en el sector, y todo por seguir idolatrando el puesto laboral del maestro, como si los objetivos de la ley fueran proteger a los maestros y no garantizar la mejora de la educación. Es imprescindible deshacerse de los anacronismos ideológicos como el falso "derecho al trabajo" o la no menos absurda "estabilidad laboral". El trabajador debe ser alguien que se gana su puesto compitiendo en el mercado laboral y conservándolo por su empeño diario. Su meta debe ser siempre mejorar y debe estar dispuesto a emigrar a otra empresa si no mejora donde está. No debemos alentar el estancamiento típico del burócrata que sueña con jubilarse en su puesto. Algo que ya José Carlos Mariátegui condenaba junto al rentismo. La empresa tiene que ser vista como un agente económico generador de empleos y en tal sentido protegerla como la gallina de los huevos de oro, en lugar de esa visión errada de "enemiga de la clase laboral", como se propaló durante el velascato. No se puede legislar teniendo como base una mentalidad antiempresarial, y eso es lo que se ha hecho en el último medio siglo. Por eso estamos en la actual situación de estancamiento. Lo que necesitamos son cambios de mentalidad que impulsen transformaciones reales para despegar como país y estar a tono con el mundo moderno.

Los derechos laborales que hay que garantizar son los que merece todo ser humano: un ambiente laboral cómodo y seguro, trato digno, pago puntual, seguros apropiados según la naturaleza de las funciones, etc. Las contrataciones, capacitaciones, evaluaciones, promociones, traslados, pero también los ceses, son componentes naturales y elementales de todo escenario laboral. No se puede pretender que no lo sean o que alguno de ellos no exista. No podemos seguir alimentando fantasías ideológicas absurdas como el de la "estabilidad laboral" que solo ha servido para generar rigidez empresarial, desempleo, subempleo e informalidad, además de promover el estancamiento laboral del trabajador. Basta de montar telenovelas por posibles despidos frente a una reforma. Uno de los corsés ideológicos que se imponen los legisladores es que el Estado no puede despedir a nadie. ¿Por qué? ¿De dónde salió semejante idea? Es que siguen viendo al Estado como beneficencia pública, como mamadera social a la que todos tienen "derecho" de succionar eternamente y, por último, como botín electoral del partido ganador. Sin duda habrá que reducir la planilla si se quiere hacer una reforma seria.

El Estado debe ser podado cada cierto tiempo. Los gobiernos tienden a llenarlo con empleados cargando la planilla pública sin decoro. En los últimos 15 años se han creado más ministerios -inútiles todos ellos- como el de la Mujer, Ambiente, Cultura e Inclusión Social, lo cual ha significado varios miles de funcionarios más. A ellos hay que sumarles otros muchos organismos públicos creados alegremente y que tampoco sirven para nada, como las Secretaría de la Juventud o incluso la Defensoría del Pueblo. Y no hablemos del incremento de burocracia que se da en el Congreso con cada legislatura. Toda esa inmensa masa de burocracia nos cuesta a todos los peruanos y no redunda absolutamente en nada en el desarrollo del país. Es solo carga pesada, lastre que todo el país debe arrastrar. Hay muchas funciones que el Estado asume alegremente pero que es incapaz de ejercer con eficiencia o que no muestra resultados efectivos. Esas funciones deben ser eliminadas o transferidas al sector privado, como por ejemplo el papel de promotor del turismo, tarea que debería ser emprendida completamente por sectores privados y sus instituciones, pues el turismo es un negocio. No hace falta que el Estado tenga toda una burocracia haciendo promociones costosas que no encajan en los intereses del turista ya que más se dedican a exaltar el patriotismo.

Ahora bien, si se habla de reestructurar el Estado y se asegura que no habrán despidos, solo se puede llegar a dos conclusiones: o se está mintiendo con descaro o en realidad no existe ninguna reforma, pues no hay manera de reformar el Estado sin eliminar organismos públicos, incluyendo ministerios, y sin achicar la planilla, principalmente. Los despidos como las contrataciones son eventos normales en el mundo laboral. Un despido no es ningún atropello ni una falta ni una herejía. Nadie tiene el puesto comprado. Solo hay que pagarle al trabajador lo que le corresponde como compensación o incluso algo más como colchón temporal. A otros se les puede dar una jubilación anticipada. Hay muchas formas de reducir la planilla sin que signifique atropello alguno a ningún derecho. No hay por qué hacer un drama ni mentir. Hay que cambiar esa tesis progresista de que el puesto laboral es una propiedad privada intangible contra la que no se puede atentar. Eso es falso y contraproducente, pero además hoy resulta ser una tara mental que impide la buena gestión y la implementación de los cambios urgentes. Es hora de eliminar esas equivocadas ideas y falsas tesis que nos han llevado a la situación de mediocridad y atraso que hoy padecemos.