jueves, 26 de septiembre de 2013

El típico líder socialista latinoamericano


Hace varios años Enrique Krauze publicó este excelente artículo referido al populismo de Iberoamérica. Hemos querido reproducirlo acá porque resulta que en todo este tiempo, desde su publicación original, el populismo en Iberoamérica ha adoptado la forma del "socialismo del siglo XXI", que fue intensamente predicado y promovido por el extinto presidente venezolano Hugo Chávez, hasta crear toda una red de esta doctrina que incluye países como Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Argentina, además de la propia Venezuela y Cuba y otros asociados en el club del ALBA. Las características descritas por Enrique Krauze son plenamente visibles en los principales líderes del socialismo del siglo XXI. A continuación la descripción precisa que hace Enrique Krauze a la que solo le hemos cambiado la palabra "populismo" por "socialismo" para darle mayor actualidad. En tal sentido el título más tentativo sería: 


Características del Socialismo del siglo XXI en Latinoamérica


Por Enrique Krauze

1) El socialismo exalta al líder carismático.

No hay socialismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. "La entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra o del gran demagogo", recuerda Max Weber, "no ocurre porque lo mande la costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en él. Y él mismo, si no es un mezquino advenedizo efímero y presuntuoso, 'vive para su obra'. Pero es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el séquito, el partido".

2) El socialista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella.

La palabra es el vehículo específico de su carisma. El socialista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, "alumbra el camino", y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. Weber apunta que el caudillaje político surge primero en los Estado-ciudad del Mediterráneo en la figura del "demagogo". Aristóteles (Política, V) sostiene que la demagogia es la causa principal de "las revoluciones en las democracias" y advierte una convergencia entre el poder militar y el poder de la retórica que parece una prefiguración de Perón y Chávez: "En los tiempos antiguos, cuando el demagogo era también general, la democracia se transformaba en tiranía; la mayoría de los antiguos tiranos fueron demagogos". Más tarde se desarrolló la habilidad retórica y llegó la hora de los demagogos puros: "Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar". Hace veinticinco siglos esa distorsión de la verdad pública (tan lejana a la democracia como la sofística de la filosofía) se desplegaba en el Ágora real; en el siglo XX lo hace en el Ágora virtual de las ondas sonoras y visuales: de Mussolini (y de Goebbels) Perón aprendió la importancia política de la radio, que Evita y él utilizarían para hipnotizar a las masas. Chávez, por su parte, ha superado a su mentor Castro en utilizar hasta el paroxismo la oratoria televisiva.

3) El socialismo fabrica la verdad.

Los socialistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino "Vox populi, Vox dei". Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno "popular" interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial, y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los socialistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla. En la Argentina peronista, los diarios oficiales y nacionalistas -incluido un órgano nazi- contaban con generosas franquicias, pero la prensa libre estuvo a un paso de desaparecer. La situación venezolana, con la "ley mordaza" pendiendo como una espada sobre la libertad de expresión, apunta en el mismo sentido: terminará aplastándola.

4) El socialista utiliza de modo discrecional los fondos públicos.

No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse y/o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El socialista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos socialistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse.

5) El socialista reparte directamente la riqueza.

Lo cual no es criticable en sí mismo (sobre todo en países pobres hay argumentos sumamente serios para repartir en efectivo una parte del ingreso, al margen de las costosas burocracias estatales y previniendo efectos inflacionarios), pero el socialista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia.

"¡Ustedes tienen el deber de pedir!", exclamaba Evita a sus beneficiarios.

Se creó así una idea ficticia de la realidad económica y se entronizó una mentalidad becaria. Y al final, ¿quién pagaba la cuenta? No la propia Evita (que cobró sus servicios con creces y resguardó en Suiza sus cuentas multimillonarias), sino las reservas acumuladas en décadas, los propios obreros con sus donaciones "voluntarias" y, sobre todo, la posteridad endeudada, devorada por la inflación. En cuanto a Venezuela (cuyo caudillo parte y reparte los beneficios del petróleo), hasta las estadísticas oficiales admiten que la pobreza se ha incrementado, pero la improductividad del asistencialismo (tal como Chávez lo practica) sólo se sentirá en el futuro, cuando los precios se desplomen o el régimen lleve hasta sus últimas consecuencias su designio dictatorial.

6) El socialista alienta el odio de clases.

"Las revoluciones en las democracias", explica Aristóteles, citando "multitud de casos", "son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos". El contenido de esa "intemperancia" fue el odio contra los ricos: "Unas veces por su política de delaciones... y otras atacándolos como clase (los demagogos) concitan contra ellos al pueblo". Los socialistas latinoamericanos corresponden a la definición clásica, con un matiz: hostigan a "los ricos" (a quienes acusan a menudo de ser "antinacionales"), pero atraen a los "empresarios patrióticos" que apoyan al régimen. El socialista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor.

7) El socialista moviliza permanentemente a los grupos sociales.

El socialismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece "Su Majestad El Pueblo" para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra "los malos" de dentro y fuera. "El pueblo", claro, no es la suma de voluntades individuales expresadas en un voto y representadas por un Parlamento; ni siquiera la encarnación de la "voluntad general" de Rousseau, sino una masa selectiva y vociferante que caracterizó otro clásico (Marx, no Carlos, sino Groucho): "El poder para los que gritan el poder para el pueblo".

8) El socialismo fustiga por sistema al "enemigo exterior".

Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen socialista (más nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera. La Argentina peronista reavivó las viejas (y explicables) pasiones antiestadounidenses que hervían en Iberoamérica desde la guerra del 98, pero Castro convirtió esa pasión en la esencia de su régimen, un triste régimen definido por lo que odia, no por lo que ama, aspira o logra. Por su parte, Chávez ha llevado la retórica antiestadounidense a expresiones de bajeza que aun Castro consideraría (tal vez) de mal gusto. Al mismo tiempo hace representar en las calles de Caracas simulacros de defensa contra una invasión que sólo existe en su imaginación, pero que un sector importante de la población venezolana (adversa, en general, al modelo cubano) termina por creer.

9) El socialismo desprecia el orden legal.

Hay en la cultura política iberoamericana un apego atávico a la "ley natural" y una desconfianza a las leyes hechas por el hombre. Por eso, una vez en el poder (como Chávez) el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la "justicia directa" ("popular, bolivariana"), remedo de Fuenteovejuna que, para los efectos prácticos, es la justicia que el propio líder decreta. Hoy por hoy, el Congreso y la Judicatura son un apéndice de Chávez, igual que en Argentina lo eran de Perón y Evita, quienes suprimieron la inmunidad parlamentaria y depuraron, a su conveniencia, al Poder Judicial.

10) El socialismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal.

El socialismo abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la "voluntad popular". En el límite de su carrera, Evita buscó la candidatura a la vicepresidencia de la República. Perón se negó a apoyarla. De haber sobrevivido, ¿es impensable imaginarla tramando el derrocamiento de su marido? No por casualidad, en sus aciagos tiempos de actriz radiofónica, había representado a Catalina la Grande. En cuanto a Chávez, ha declarado que su horizonte mínimo es el año 2020.

¿Por qué renace una y otra vez en Iberoamérica la mala yerba del socialismo? Las razones son diversas y complejas, pero apunto dos. En primer lugar, porque sus raíces se hunden en una noción muy antigua de "soberanía popular" que los neoescolásticos del siglo XVI y XVII propagaron en los dominios españoles y que tuvo una influencia decisiva en las guerras de Independencia desde Buenos Aires hasta México. El socialismo tiene, por añadidura, una naturaleza perversamente "moderada" o "provisional": no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público.

Para calibrar los peligros que se ciernen sobre la región, los líderes iberoamericanos y sus contrapartes españolas, reunidos todos en Salamanca, harían muy bien en releer a Aristóteles, nuestro contemporáneo. Desde los griegos hasta el siglo XXI, pasando por el aterrador siglo XX, la lección es clara: el inevitable efecto de la demagogia es "subvertir a la democracia".


Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres y autor, entre otros libros, de Travesía liberal.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La desigualdad social como argumento político


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

La desigualdad social es uno de los tópicos favoritos de todo progresista. Es la justificación más recurrente para pedir la intervención del Estado como Dios supremo y agente regulador de la existencia humana, con el noble fin de eliminar estas taras de la realidad y crear un mundo feliz, igualitario y "más justo". Es necesario salir al frente de estas ideas porque esconden el germen del mal y son las que nos han costado millones de muertos. 

Hay varias maneras de abordar este problema. No el de la desigualdad sino el de las personas que insisten en esta clase de visiones igualitaristas. Tomando como ejemplo un reciente artículo del historiador marxista Nelson Manrique, podremos sacar algunas conclusiones útiles para desenmascarar a estos ingenuos. Notará que una de las principales características del progresismo es ocultarse detrás de primorosos conceptos.

En principio se insiste en separar al liberalismo entre el "político" y el "económico". Es uno de los primeros trucos de la magia progresista. De este modo se hace una especie de separación entre el bien y el mal. Siendo lo "económico" el mal, y lo "social" el bien. Si usted se preocupa por la economía es un villano, si se ocupa de lo "social" es un progresista. Pero resulta que en el mundo real no existe ninguna separación de ningún tipo. Las cosas son una sola. No hay nada que no sea a la vez un acto "social" y económico. Desde que uno se levanta por las mañanas y entra a la ducha ya empieza a consumir agua y jabón. Ni siquiera el sexo deja de afectar la economía. Hay varias industrias alrededor del sexo. Nada hay pues que no sea a la vez un acto "social" y económico. La separación es meramente conceptual y teórica, maniquea y tramposa. Una trampa para bobos.

Se acusa al "liberalismo económico" de defender la libertad económica y facilitar la acumulación "desmedida" de riqueza y a esta, de pervertir la política. Incluso de ser una amenaza para la democracia. Se menciona a Joseph Stiglitz y otros autores que habrían "demostrado que la liberalización financiera otorgó un poder enorme a la industria financiera, y esta utilizó ese poder político para impulsar una mayor liberalización económica". Lo que nadie llega a entender es cómo la libertad y su defensa pueden ser una amenaza para la democracia, mientras que las ideas que intentan eliminarla son ofrecidas como una ¡solución para la democracia! Esto es una aberración total. Se requiere un Estado totalitario que regule no solo las grandes industrias sino la vida misma de las personas para desaparecer desde su raíz el peligro de que la riqueza se incremente de una forma "desmedida". Solo un Estado totalitario puede, en todo caso, imponer esta curiosa "medida" que -como ya se sabe por experiencia reiterada- al final es siempre la miseria extendida.

Es comprensible el resquemor que producen los ricos. Tanta fortuna en tan pocas manos es algo que perturba a muchos. Pero una mente perturbada no es la mejor herramienta para hacer teorías. Se han escrito las teorías más sorprendentes para justificar las acciones más aberrantes. Debemos tener cuidado con los falsos profetas. Hay una afectación especial que es producto de una milenaria prédica religiosa en contra de los ricos. Incluso podemos añadir algunos otros ingredientes como la envidia y el resentimiento o las frustraciones sociales. Pero de allí a inventar toda una ideología del odio contra la riqueza es exagerado. En una sociedad libre cualquiera puede acceder a la riqueza. Esa es la principal virtud de la libertad. Son falsos esos dogmas socialistas según los cuales existe un "sistema perverso" creado para que los ricos sean siempre ricos y los pobres siempre pobres. Hay millones de historias personales de éxito (y de fracasos) que contradicen esas tesis. En la lista actual de los hombres más ricos del planeta hallarán a más de uno que surgió desde los basurales, pero siempre en un país donde se respetan las libertades. En el Perú actual hay miles que salieron de la pobreza extrema y hoy son prósperos empresarios. Pero nunca hubieran podido surgir si el Estado cercenaba las libertades en la búsqueda de una sociedad igualitaria.

No hay nada que impulse más el desarrollo de una sociedad que la libertad. Definitivamente no todos lograrán alcanzar las metas de riqueza que se desean, pero eso no es por culpa de un "sistema perverso" sino por la propia naturaleza humana y por la esencia azarosa de la existencia social. No todos poseemos el talento para ser futbolistas o cantantes, del mismo modo podemos carecer de las capacidades requeridas para una actividad lucrativa, sea en el campo que sea. Muchos logran enormes riquezas pero terminan en vicios o toman malas decisiones y evaporan su riqueza. En fin, la realidad social en libertad es azarosa y, peor aún, caótica. Y me estoy refiriendo acá al concepto científico de un escenario azaroso y caótico, que es algo que nuestros progres no han asimilado aun porque siguen fundados en teorías económicas del siglo XIX. La política todavía no incorpora los hallazgos de la ciencia cognitiva que nos previene en contra del sentido común y de la emoción social. Toda ley que se fundamenta en el sentido común y en la emoción social tiene un efecto contraproducente.

Nada es tan fundamental como la libertad. Es la condición sine qua non para el progreso. Cercenarla con muy buenas intenciones afecta el desarrollo social. No se trata de "libertad económica" sino de simple libertad, a secas. Apenas se cortan libertades los problemas empiezan a aparecer. Por ejemplo, cuando eliminan la libertad de despido de trabajadores convirtiendo en dogma la "estabilidad laboral" el efecto es contraproducente. Es un absurdo total que en un mundo tan cambiante e imprevisible a alguien se le ocurra imponer una cosa llamada "estabilidad laboral" en el mundo empresarial expuesto a condiciones tan volátiles del mercado, la política y hasta del clima. ¿En qué aspecto de la realidad puede uno ver estabilidad? ¡No existe! Nada hay pues tan absurdo para el empleo como eliminar la libertad de contratación y despido en las empresas, ya que nadie está dispuesto a pagar empleados que eventualmente podría no necesitar más. Todo lo que se consigue con esta clase de normas absurdas es disminuir el empleo, generar informalidad y engendrar una casta de parásitos inservibles y desmotivados en la burocracia.

Lo que deberíamos preguntarnos es ¿por qué para los progresistas el tema de la desigualdad social es un problema? Esto no ha sido sustentado. Simplemente se le señala muy confiadamente como "problema". Pero se trata de un problema conceptual y debe ser convenientemente sustentado. Hay alguien que lo ve como un problema y debería explicar por qué lo ve como un problema. ¿Nada más porque le encantaría que las personas sean iguales, o que las sociedades sean iguales o el mundo sea un lugar de países iguales? Sin duda no basta que la realidad sea distinta a nuestras fantasías para señalar que hay un problema en el mundo.

Nada es más heterogéneo que la especie humana. Los humanos se distinguen por la individualidad. ¿Es esto un problema? No. Es precisamente el fundamento de nuestra evolución. Y la desigualdad social está en relación directa a esta característica de la especie humana en libertad. Lo que podríamos entender a medias es que nos señalen a la pobreza como un problema, y en efecto lo es. Pero lo es junto a una gran variedad de otros males sociales que nos afectan, como por ejemplo los enfermos, los ancianos, las madres abandonadas, los hijos abandonados, etc. Pero el progresismo se ocupa solo de la pobreza y ha hecho de la pobretología toda una ideología política conmovedora. ¿Por qué? Porque se basan en una visión económica de la realidad. Esto quiere decir que su visión es sesgada y parcial. La realidad es demasiado compleja para que alguien nos elabore una ideología comprensiva fundada apenas en uno de sus aspectos.

La pobretología tiene éxito por varias razones. En primer lugar se trata de aprovechar la "sensibilidad social" que ha sido convertida por el progresismo en una virtud política, igual que la religión hizo de la fe una virtud teologal. Entonces, tenerla convierte al portador automáticamente en una buena persona. En segundo lugar la pobretología crea un mercado político muy amplio. Más amplio que dedicarse tan solo a los enfermos, los ancianos o las madres solteras. En tercer lugar la pobretología se asienta en las emociones colectivas y su mensaje es muy simple. Ya tiene identificados a los malos y los buenos, y hasta tiene definido el paraíso: la justicia social. Es algo así como hablar del cielo. Cada quien entiende lo que le da la gana. Además de todo ello la pobretología ofrece la posibilidad de jugar a ser Dios. Todo pobretólogo sueña con crear su propia nueva humanidad e inventar su nuevo mundo. Por lo menos se siente un profeta que anuncia su Tierra Prometida. 

Debemos tener mucho cuidado con estos profetas del mundo feliz. Nada hay más peligroso que un probretólogo pretendiendo extirpar los males de la humanidad con un discurso indignado como este: "los 100 mayores billonarios del mundo incrementaron sus ingresos en 240 mil millones de dólares en el 2012. La cuarta parte de esa fortuna bastaría para acabar con la pobreza extrema en el mundo". Tal afirmación es falsa. Ni la cuarta parte ni el total de esa fortuna bastaría para eliminar la pobreza. Todo lo que harían sería aplacarla por un tiempo y una vez consumida esta ayuda, la pobreza volvería nuevamente a apoderarse de esas sociedades. Y es que los pobretólogos hasta ahora no comprenden que la pobreza no es una cuestión económica, no se resuelve repartiendo riqueza. Hasta ahora no comprenden que la riqueza hay que crearla y no repartirla. La repartija solo crea seres dependientes y clientela electoral. Puede aplacar la "sensibilidad social" de mucha gente, pero eso no resuelve nada finalmente.

Los pobretólogos del progresismo critican que los "liberales económicos" se preocupen tan solo de la economía y descuiden "los aspectos sociales de la política". Un discurso que, como ya dije, no tiene ningún sentido. En realidad son los pobretólogos del progresismo quienes pretenden atribuir al aspecto económico todo poder para efectuar el milagro de curar el tremendo y complejo problema social de la pobreza. No tienen pues ni la menor idea de cuáles son los verdaderos orígenes de la pobreza, orígenes que se ocultan en múltiples factores concurrentes que no es el caso tocar ahora. Su falsa tesis marxista del "sistema perverso del capitalismo" ya ha sido desvirtuada y hasta ridiculizada de muchas formas. Una tesis que precisamente se concentra tan solo en los aspectos económicos. De tal forma, el progresismo debería aplicar sus críticas hacia sus propias tesis y tirar al tacho el economicismo de su pobretología. 

La inmortalidad de los idiotas


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

La política es un campo muy fértil para la aparición de idiotas. En ningún escenario brillan más que en el rol de salvadores de la patria y constructores de una nación. Ellos lo quieren hacer todo, y quieren hacerlo de nuevo, desde cero, porque ante sus ojos nada está bien. Pretenden que pueden superar a Dios y diseñar un mundo perfecto donde todo sea felicidad, todo sea gratuito y no haya desigualdad ni injusticias. Para todo idiota de gran corazón, nobles ideales y maravillosas intenciones el paraíso tiene un solo nombre: socialismo.

La historia tiende a repetirse y se repite porque la política atrae a los idiotas y estos vuelven a intentar las mismas fracasadas ideas, convencidos de que en sus manos la fórmula de la felicidad funcionará. Como ya es sabido, un idiota es alguien que cree que repitiendo varias veces la misma acción llegará a resultados diferentes. El idiota, en principio, desprecia la realidad, no cree en ella. No puede creer en la realidad porque juzga que toda ella está mal y debe ser reconstruida desde su raíz. Así que todo idiota solo cree en su propia ideología y se guía solo de su voluntad. En consecuencia es incapaz de aprender de los hechos o de la experiencia. Ni siquiera aprende de la ciencia. El idiota está tan convencido de su infinita sabiduría que sus fracasos siempre los atribuye a causas extrañas, a sabotajes o acciones misteriosas del enemigo. Un idiota no concibe que sus ideas sean malas y no funcionen sino que hay alguien que las sabotea. Por eso todo buen idiota está lleno de enemigos, fantasmas y monstruos a los que combate con retórica sulfurosa.

El enemigo favorito de los idiotas es el imperialismo yanki. Todo lo malo ocurre por culpa del imperialismo yanki y del capitalismo salvaje. El presidente de los EEUU es la personificación del diablo. No hay límites en la responsabilidad que se le puede atribuir a los EEUU. Ellos son responsables de todo, desde los huracanes y terremotos hasta del cáncer que padecen los idiotas y sus amigos, que también son idiotas. Y, por su puesto, EEUU es responsable de las crisis y de la oposición que combate a los idiotas.

Haciendo un poco de historia, recordemos que los idiotas se pasaron casi todo el siglo pasado prometiendo el paraíso y solo consiguieron montar esperpentos atroces, infiernos de muerte y sufrimiento, prisiones de horror y locura de los que todos querían escapar. Tuvieron que rodear sus países con murallas vergonzosas para que sus ciudadanos no escapen. Murallas elevadas rodeadas con alambres de púas y vigiladas por soldados armados dispuestos a disparar a matar a quienes osaban huir del paraíso comunista. Montaron sistemas de vigilancia estricta para detectar los malos pensamientos de los ciudadanos disconformes con la felicidad, convirtieron la insatisfacción en delito y la crítica en traición. Llenaron las cárceles con una nueva clase de delincuentes: los disidentes. Algunos acabaron en manicomios porque había que estar loco para no ser feliz en el paraíso comunista. Esa fue la gran felicidad que montaron los idiotas.

Pero los idiotas vivían orgullosos de sus paraísos comunistas. Las cosas las manejaban por decreto. La economía se planificaba en detalle y la realidad entera estaba obligada a seguir las órdenes de los idiotas. La felicidad era obligatoria y las quejas estaban prohibidas y se castigaban con rigor. En el exterior nadie sabía nada de lo que ocurría en esos pobres países porque no existía la prensa libre. Solo la voz de los amos. Los aventureros que reportaban el sufrimiento en los paraísos comunistas eran señalados como agentes de la CIA y lacayos del imperialismo empeñados en desacreditar al paraíso comunista. Pocos les creían porque la prensa comunista llenaba el mundo con propaganda que mostraba la felicidad de su pueblo.

Todo lo que salía de los paraísos socialistas era información oficial. Revistas hermosas que pretendían competir con Life o Selecciones llenaban sus páginas con fotos a todo color de un pueblo feliz, enormes masas marchado disciplinadamente por una amplia avenida, con gigantografías del Líder Supremo a quien veneraban como a un dios. A veces enormes campos primorosamente cultivados por felices y robustos campesinos. ¿Quién podía creer a los aventureros periodistas que anunciaba que todo eso era mentira? ¿Cómo podía ser cierto que todas esas imágenes eran tan solo pura escenografía de cartón?

Hasta que un día el peso de la realidad aplastó la fantasía ilusa del comunismo, el mundo feliz reventó como una pompa de jabón. La poderosa URSS desapareció como si nunca hubiera sido más que una horrible pesadilla. Luego cayó el muro de Berlín y millones de prisioneros-ciudadanos de la ex Alemania del Este, ridículamente autodenominada "República Democrática", cruzaron hacia la libertad de Occidente. Los tiranos de otros paraísos comunistas, perdidos ya sin la ayuda de la URSS, acabaron en las manos de las masas enardecidas que se cobraron la venganza por décadas de sufrimiento. Recién entonces el mundo pudo conocer la verdad del comunismo sin intermediarios: miseria, miseria, miseria. Era una sola y misma palabra repetida en todos lados: miseria. Esa fue la gran obra de los idiotas.

Tras la debacle de la URSS y sus satélites, Cuba quedó como el único triste representante de esa miseria humana llamada comunismo en esta parte del mundo. Fidel Castro, el gran idiota del comunismo en Latinoamérica no necesitó construir muros ni colocar alambradas en sus fronteras porque su paraíso es una isla. Pero acabó siendo la única isla del caribe convertida en un infierno. Aun así, Cuba se hizo famosa por los permanentes intentos de escape de sus desdichados ciudadanos-prisioneros a quienes se les prohibió salir de la isla luego de las primeras oleadas de cubanos huyendo apenas los barbudos castristas tomaron el poder. Después, a los desesperados cubanos solo les quedó lanzarse al mar en busca de libertad. Pese a la debacle mundial del comunismo, Cuba permanece en su mismo estado de postración humana, sojuzgada por los mismos idiotas que se apoderaron del poder hace más de medio siglo.

La esperanza de la humanidad por liberarse de los idiotas tras la debacle del comunismo fue vana. No solo porque Cuba permaneció cautiva del comunismo sino porque el nuevo milenio trajo una nueva clase de idiotas. Entonces fue cuando nos dimos cuenta que el comunismo no era el problema sino los idiotas que siguen apareciendo con las mismas grandiosas ideas de crear el paraíso. No importa cómo le llamen. Ya no nos hablan del comunismo sino del "socialismo del siglo XXI". Pero detrás de todo eso siempre hay un idiota con el mismo discurso: el antimperialismo.

La nueva generación de idiotas están dispuestos a ignorar los fracasos del pasado y emprender nuevamente la tarea insulsa de montar la utopía comunista. No importa cómo la llamen. Es imposible saber qué es el "socialismo del siglo XXI". No existe literatura ideológica en esta ocasión. Los discursos desaforados de Hugo Chávez eran todo el fundamento teórico de la nueva doctrina. Ya no se basa en Marx sino en Bolívar, convertido en Dios, paradigma y símbolo de la nueva estupidez. La nueva epidemia socialista ha adoptado el nombrecito de bolivarianismo. Tras la muerte de Chávez intentan llamarlo "chavismo". Aunque eso resulte tan similar a seguir al Chavo del Ocho. Sería lo mismo porque al final cualquier chavismo es un verdadero sancochado de consignas, frases delirantes y actos fallidos que acaban en la risa y la burla.

Los nuevos idiotas del siglo XXI tienen nuevas características. No les importa el fracaso del comunismo. Incluso ignoran los efectos contraproducentes de sus decisiones. Son expertos en discursos improductivos cargados de insultos y amenazas al enemigo eterno: el imperialismo yanki. Adictos al show y a los medios pueden pasar horas dando una perorata intrascendente. Detestan las preguntas incómodas y amenazan a los medios que no siguen su linea política. Tratan de monopolizar la opinión y el pensamiento. No toleran la disensión, ni la crítica. Acusa a sus opositores de ser enemigos de la patria y agentes del imperialismo. Se sienten los fundadores de una nueva era y lo confirman con una nueva Constitución que incluye una nueva denominación para la patria. Imponen un nuevo lenguaje saturado de clichés donde lo revolucionario llega a ser la marca distintiva. La vida se recubre con una parafernalia simbólica que incluye himnos, credos, marchas, uniformes, banderas y un líder supremo utilizado como guía espiritual de la nación. 

El idiota persevera en su política pese a los malos resultados. Convencido de que sus delirios son el camino a la felicidad del pueblo, continúa su programa sin cambio alguno aumentando el desastre. Nada hace cambiar a los idiotas: ni la inflación, ni el desempleo, ni el crecimiento de la deuda, ni la falta de divisas, ni el desabastecimiento sostenido, ni la baja productividad, ni la falta de inversiones, ni el crecimiento de la corrupción ni su mala imagen internacional, nada. Se rodea de seres mediocres cuya principal función es acatar dócilmente sus dictados y adularlos en público. Busca alianzas internacionales con gobernantes afines a sus delirios, y conforma organizaciones de idiotas que pretenden ser un bloque económico y político, pero que en realidad no pasan de ser un manicomio internacional cuyas iniciativas nunca funcionan. 

La gran cuestión es cómo impedir que los idiotas accedan a la política y la conviertan en una tarea exclusiva de ayuda social. Los idiotas están convencidos de que la sensibilidad es el principal requisito de la política y que las buenas intenciones lo justifican todo. Así es como acaban convirtiendo al Estado en una gran beneficencia para lo cual requieren más impuestos. El problema de los idiotas es que anulan la fuente de los impuestos porque combaten a la empresa privada. A falta de liquidez no dudan en apelar a la emisión de dinero sin respaldo, a la confiscación de las divisas, a la falta de pagos, etc. El dilema final de todos los países regidos por un idiota es el mismo. Es fácil reconocerlos. Casi no reciben inversión extranjera y sus industrias se paralizan asfixiadas por la falta de insumos y divisas. La escasez empieza a cundir y afectar la vida de sus habitantes. los servicios se deterioran y la administración pública se llena de corrupción.

Si todo lo descrito no es consecuencia de un perfecto idiota en el poder, pues habría que redefinir lo que es ser un idiota. Por desgracia hay muchos que perseveran en el afán de descartar la realidad y preferir la locura de la ideología junto a la lucha contra monstruos imaginarios, aplaudiendo supuestos grandes "logros" como la "dignidad de no vivir arrodillado ante el imperio". Mientras que esta clase de idiotas siga teniendo la posibilidad de llegar al poder y llevar a las naciones a la miseria, Latinoamérica seguirá siendo un inmenso territorio donde la riqueza natural se desperdicia mientras la política solo genera miseria.