sábado, 3 de enero de 2015

La decadencia de la izquierda


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Podría parecer absurdo referirse a una decadencia de la izquierda cuando Latinoamérica está regida en su mayor parte por gobiernos de izquierda. Pero eso es solo parte de las muchas paradojas de la humanidad. La ciencia cognitiva nos da pistas para entender los diferentes planos del razonamiento humano y sus desajustes entre lo teórico y lo práctico, como cuando aprobamos las normas que nos rigen pero en los hechos decidimos esquivarlas. Algo por el estilo puede explicar por qué la izquierda fracasa en los hechos pero encandila a las masas en el discurso, ganando apoyos electorales. Acaso podríamos comparar esta situación a la que viven las mujeres que siguen vinculadas con un hombre que las maltrata y que, eventualmente, acabará por asesinarlas.

Basta comparar la realidad de Cuba con la de Costa Rica o Puerto Rico para hallar la evidencia del fracaso marxista. Podríamos también comparar a las dos Coreas. En otros tiempos servían de ejemplo los desarrollos desiguales de la Alemania capitalista y la comunista. En todos los casos el capitalismo ha demostrado ser infinitamente superior al socialismo. La crisis actual de Venezuela debería ser la prueba final de que el discurso de izquierda es una fantasía, aunque se grite con la elocuencia y desplante de un líder extravagante como Hugo Chávez, digno representante de ese clan de gobernantes de izquierda que desde su delirio personal pretendieron crear un nuevo orden social.

Los hijos y viudas de Hugo Chávez han usado la tradicional demagogia de izquierdas para poder ser reelegidos hasta la perpetuidad, al mejor estilo de los Castro en Cuba, modelo e inspiración del socialismo del siglo XXI. En otros casos se han dado maña para pasarse el poder como si fuera una herencia personal, y en todos ellos, los fabricantes de sueños del progresismo continental no han tenido ningún empacho en manosear la Constitución a su antojo, incluso repetidas veces, para incorporar su charlatanería grandiosa asegurando de paso su permanencia en el poder, llamando luego a toda esa descarada maniobra "democracia". Sin duda el rasgo más evidente de la decadencia de la izquierda Latinoamericana es su falta de compromiso real con la democracia y la facilidad con que están dispuestos a ultrajarla para preservar su poder. En Cuba llaman democracia a su dictadura de 56 años y en Sudamérica, aspiran a lograr lo mismo mediante elecciones dentro de un régimen que ya no tiene nada de democrático desde que no hay división de poderes ni alternancia.

Más allá de la captura fácil del poder aprovechando la falta de institucionalidad o aniquilando la poca que había para erigirse como un poder permanente y absoluto, la izquierda latinoamericana no ha sido la gran solución esperada para los males sociales. Por el contrario, ha llevado a Venezuela al desastre económico, pese a la gran oportunidad que significó la época de los más altos precios históricos del petroleo. En todos los países regidos por el socialismo chavista la institucionalidad de la democracia ha sido sistemáticamente debilitada mediante el manoseo de la Constitución, el copamiento de las instituciones con militantes partidarios y el ataque a la prensa libre.  

La izquierda del siglo XXI dejó las armas y llegó al poder mediante los votos, pero ha sido una gran decepción, pues ha repetido los mismos vicios que le fueron criticados en el pasado. Es obvio que todo esto deriva de una forma de pensar propio de izquierdas. En consecuencia, no podemos decir que existe una nueva izquierda o que la izquierda haya evolucionado y se haya democratizado. Nada de eso. Apenas ha dejado las armas y la violencia, pero su meta utópica de transformación radical de la sociedad, imponiendo el igualitarismo y aplastando todo atisbo de libertad sigue en pie.

En el siglo pasado la izquierda no creía en la democracia porque, de acuerdo a los dogmas de su doctrina, la democracia era parte de la superestructura ideológica diseñada por las clases dominantes para detentar el poder sin compartirlo. Una crítica que iba a la par de su propuesta de una dictadura del proletariado. Para vender sus delirantes ideas apelaron a la charlatanería. Llamaron "democracia burguesa" a la que tenía carácter representativo y se sustentaba en la libertad del individuo para elegir su gobierno, proponiendo una nueva y "verdadera democracia directa", de carácter asambleísta y participativo, regida por el partido único que determinaba todo. Los líderes de esta curiosa democracia envejecían en el poder y solo eran reemplazados tras su muerte, como ocurrió con Hugo Chávez, o tras su incapacidad física, como ocurre con Fidel Castro.

Como todas las discusiones teóricas planteadas por la izquierda para refutar lo que consideran un "mundo injusto", el asunto del modelo de democracia fue solo una artimaña. Era un pretexto para sabotear las elecciones y/o justificar sus permanentes derrotas electorales. La metodología de la izquierda ha sido siempre la misma: minar las estructuras de nuestra cultura introduciendo una especie de cuñas por varios lados para tratar de desestabilizarla y arruinarla. Paralelamente trataron de destruir nuestra sociedad mediante la violencia de los fusiles y la dinamita, los asesinatos selectivos y masivos, el secuestro y el chantaje. Aunque en el presente siglo la izquierda ha dejado de lado su estrategia violenta apelando más al aprovechamiento de la debilidad de las instituciones y la estupidez de las leyes dadas en favor de los derechos humanos, nunca han dejado de lado el combate ideológico para destruir el mundo. Son expertos en plantear debates absurdos y en inventar problemas teóricos ridículos como el de la desigualdad o la distribución equitativa o los derechos.

Fue así como esta gente de izquierda ganó fama de intelectual, y hasta de intelectuales profundos, con solo escribir tonterías respecto de seudoproblemas teóricos y conceptos rimbombantes como el de "exclusión social". Por otro lado, quienes nos colocábamos al frente, como críticos de esa ridícula moda intelectual progresista, éramos tachados como "anti intelectualistas". Hasta hoy se percibe esa falsa impresión de que solo en los mares de la izquierda navegan todos los intelectuales con las velas infladas, mientras que en la derecha hay apenas unas voces acalladas y tímidas sin ideas, o un frente de anti intelectuales. Lo cierto es que toda esa intelectualidad extendida por la izquierda termina siendo tan solo una rémora improductiva de la sociedad que no sirve para nada en el terreno de los hechos, que es donde realmente importan las cosas. Sus ideas llevadas a la práctica solo han causado el colapso económico y la crisis social.

El mero hecho de cuestionar o criticar no convierte a nadie en un intelectual ni su mamotreto en obra. Pero la izquierda es la cuna de todos los insatisfechos con el mundo y su pasión es escribir largos mamotretos denunciando todo lo malo, desde la existencia de los pobres hasta los abusos bancarios. Por supuesto, nada mejor que señalar a los malos de la película y combatirlos. Si quieres ser de izquierda solo tienes que buscar algo que no te guste en el mundo, después de todo hay tantos problemas en las sociedades humanas que será sumamente fácil hallar algo que criticar. Luego solo debes atribuir ese problema al "sistema imperante". Pero si el tema elegido aun no es percibido como problema por la sociedad, entonces puedes apelar al miedo despertando sospechas. Nada es más efectivo que alimentar el miedo o el odio. Para ello solo basta con montar un psicosocial tenebroso en donde hay un grupo de interés que busca beneficiarse a costa y riesgo de la gente. Por lo general este grupo de interés es una o un grupo de empresas "poderosas". Y si son transnacionales el asunto funciona mucho mejor, pues se añade el chauvinismo y la xenofobia. Esa ha sido y sigue siendo toda la estrategia de la izquierda intelectual, si puede llamarse así a la charlatanería.

El fracaso de la izquierda se gesta precisamente en esa actitud primaria de dinamiteros del mundo a partir de sentimientos de frustración e insatisfacción profunda con la realidad. Más que una actitud intelectual, la izquierda es una condición psicológica contra la realidad que busca una expresión racionalizada, al punto que incluso la violencia está ideológicamente justificada. El mundo no me gusta y, por tanto, lo destruyo. A eso se resume la posición de la izquierda. Y es por eso que prende rápidamente y de manera natural en los jóvenes, que son personas en maduración en las que los procesos corticales prefrontales, propios del análisis complejo y del autocontrol, no están plenamente consolidados. El choque de la juventud con el mundo consiste precisamente en adecuarse a un orden social existente. Ese proceso de adaptación resulta para muchos perturbador, y es cuando la prédica de izquierda prende con facilidad. Ser rebelde es natural en la juventud, y la izquierda ha utilizado esa rebeldía para ponerle su sello. No hay nada mejor que ofrecerle a los jóvenes las excusas ideológicas para enfrentarse al mundo. La izquierda siembra en los jóvenes la utopía de un mundo mejor proponiendo, como primer paso, la destrucción del orden existente. Esta es una postura moralmente cuestionable. Nada tiene de intelectual. Es una burda manipulación de voluntades.

Tanto las estructuras sociales y económicas que rigen a la sociedad, así como su dinámica propia, son producto de las relaciones que los seres humanos han realizado libremente a lo largo de los años y siglos. Son productos de la evolución natural de la sociedad que ha generado una cultura dentro de una civilización. No es pues, como han llegado a sostener muchos teóricos de izquierda, el diseño perverso de grupos de poder económico que confabulan para mantener pobres a los pobres y generar riquezas a expensas de otros. Toda esa es basura ideológica que solo puede encajar en mentalidades inmaduras, incautas y carentes de educación es el alimento de la izquierda. Dinamitar el mundo, en términos literales, no les dio muchos resultados a los extremistas de la izquierda latinoamericana, pero hacerlo teóricamente en estos días les ha dado los mismos malos resultados. No importa cómo lleguen al poder, la izquierda carece de sustento real para dirigir el mundo. 

La lógica de la izquierda contradice la realidad, por cuanto las estructuras sociales así como la dinámica social y económica no responden a diseños ni pueden ser sujetas a control. No hay manera de dirigir el mundo desde un súperpoder que planifica, dirige y controla la sociedad. Nadie es capaz de conocer todas las variantes de la realidad, y menos una burocracia. Sin duda el principal factor del fracaso de la izquierda es su ilusa pretensión de controlarlo todo. Llevados por su tesis conspirativa de base, pretenden reemplazar a los supuestos diseñadores del sistema perverso imponiendo un nuevo diseñador que es el Estado en manos de la izquierda, ellos planificarán un nuevo sistema "justo" que garantice el bienestar para todos. En buena cuenta, la izquierda pretende convertir al Estado en el nuevo dios diseñador del mundo. Si lo vemos bien, todo este delirio izquierdista sigue siendo el mismo que empujaba a las hordas salvajes en los tiempos más remotos y primitivos de la humanidad. Solo que hoy han inventado el discurso que lo justifica y manejan mejores conceptos.

Pero lo peor de todo es que el juego retórico de la izquierda no termina cuando se encuentra al final con el fracaso y la debacle. Frente al fracaso llega la hora de generar justificaciones teóricas que lo expliquen y hasta lo transformen en un éxito. La retórica de la izquierda no tiene límites. Ellos pueden llamar éxito al fracaso y triunfo a la derrota, así como llaman democracia a su dictadura. La izquierda navega con total libertad en el mar del cinismo y la hipocresía. Son dueños de la palabra. La verdad que los guía permanece siempre a salvo. Ellos no se equivocan sino que son los enemigos quienes actúan impidéndoles el éxito. ¿Qué hicieron mal? ¡Nada! Ellos siguieron el manual del buen socialista al pie de la letra. Dieron las leyes adecuadas prohibiendo todas las acciones negativas para el pueblo y montaron los organismos de control y vigilancia de cada movimiento económico. Si nada de eso dio resultados es por el sabotaje de la derecha, por el accionar subversivo de los enemigos de la patria y de los contrarevolucionarios. Al final será EEUU y otros fantasmas eternos que persiguen los sueños delirantes de los socialistas quienes carguen con la culpa de sus fracasos. 

La respuesta automática de la izquierda a la debacle total será profundizar las medidas y endurecer la revolución. Hay que seguir combatiendo a los enemigos. Más leyes, más organismos, más control con más vigilancia y castigos más severos. Toda duda en sus dogmas sería vista como un acto de flaqueza, un pecado contra la revolución, una debilidad reprochable y una excusa para confinar a cualquiera en las mazmorras. Los críticos del modelo serán declarados enemigos de la patria y llevados a la cárcel, al mismo estilo de Stalin. La Santa Inquisición revolucionaria empezará a actuar en defensa de la revolución para castigar a los medios de prensa y opositores que serán vistos como aliados de los enemigos de la patria. Solo la verdad de la revolución será oficialmente aceptada. Esa es finalmente la posición de la izquierda dogmática, hundiéndose en su miseria y fracaso, drogada con su ideología, incapaz de ver la realidad.

El típico gobernante de izquierda es un líder arrogante y estúpido que surge de la inmadurez y la ignorancia, con graves conflictos de personalidad, incapaz de controlar su ego, propenso a las explosiones emocionales y a las expresiones altisonantes; es intolerante y amenazador, hace gala de su poder y se deleita enfrentándose a los más poderosos (empresas, bancos, medios de comunicación, incluso gobiernos extranjeros, especialmente a los EEUU, país que simboliza el poder máximo en el mundo) asumiendo las poses típicas de un patán o matón de barrio con lenguaje de camionero. Con ello causa efectos positivos en las masas que lo ven como el macho alfa de la nación. El líder mesiánico de izquierda monopoliza la opinión en las reuniones de coordinación, es él mismo quien habla mientras los demás asienten sin atreverse a decir nada. Puede pasarse horas enteras hablando frente a los micrófonos y las cámaras sin sentir apremios biológicos. Lo sabe todo y lo puede todo.

Por donde se le mire, la izquierda es el sector político que representa el delirio humano y el abuso del poder desde que la especie empezó a organizarse sobre este planeta. Toda la diferencia es que ha ganado argumentos teóricos y un ejército de charlatanes académicos que los justifican. Pero deberían ser juzgados más por sus obras que por sus palabras, como lo sentenció Jesús.