miércoles, 14 de agosto de 2013

Simón Bolívar desmitificado



La historia es el primer psicosocial de todo país. Su misión es precisamente construir un país. Y esto no se puede hacer sin alterar las visiones del pasado para explicar el presente de una manera que convenga al proyecto país. La historia es siempre convertida en una preciosa novela donde discurren el amor por la patria y los más excelsos ideales junto a una conducta ética llena de heroísmo a cargo de personajes intachables que persiguen sueños idílicos a favor de los pueblos. Este es el guión que se repite en todas las historias oficiales construidas especialmente para engatuzar a los pueblos y llenarlos de ídolos. La historia de Bolívar es una de las más manoseadas de Latinoamérica y hoy, gracias a la fiebre del chavismo, Bolívar está cerca de ser convertido en Dios padre y el propio Hugo Chávez en el dios hijo. Solo falta que declaren a Maduro como el espíritu santo.

Es imprescindible quitarle a la historia toda su farsa y ver a los personajes en su verdadera dimensión humana y simple. Nada es mejor que comprender realmente cómo surgieron nuestros países, en qué argumentos se basaron los llamados "libertadores", qué hechos concretos motivaron la supuesta "ansiada independencia". ¿Fue este un proceso natural, artificial o casual? ¿Hubo condiciones reales que las justificaron o hubo más bien condiciones que fueron aprovechadas por aventureros? ¿Vivía el pueblo en condiciones inaceptables de sufrimiento y decadencia como las que impulsaron al pueblo francés? ¿Hubo alguna nueva política específica de la metrópoli que acabó por exacerbar a los criollos, como fue el caso norteamericano? ¿Fue el pueblo quien protagonizó una gesta colectiva reclamando una vida mejor? Creo que bastaría con mencionar este hecho: en Lima se realizaron colectas públicas para ayudar a la Corona Española frente a la amenaza de Napoleón. Así que nadie puede decir que los sudamericanos estaban ansiosos de libertad e independencia. Lo cierto es que esta llegó a mano forzada. Hubo, desde luego, algunos episodios de conflictos de interés muy focalizados, pero que luego fueron grotescamente magnificados y tergiversados por los historiadores, y presentados como "precursores de la independencia", como es el caso de Túpac Amaru, Mateo Pumacahua y muchos otros. La depuración de la Historia y su sinceramiento, es una tarea pendiente en Latinoamérica. Para ser exactos, en Sudamérica no hubo dos sino hasta cuatro procesos diferentes. El del norte liderado por Bolívar, el del sur dirigido por San Martín, el de Argentina y el de Perú, que fueron procesos muy particulares. La campaña del norte fue diametralmente opuesta en todos los sentidos a la del sur, ambos perseguían objetivos diferentes y solo en un punto coincidían: la derrota de los españoles. Bolívar y San Martín no tenían absolutamente nada en común. El primero era un idealista y aventurero disfrazado de General; el segundo, un soldado cumpliendo una misión a pedido de su Gobierno. Por una de esas coincidencias de la vida, ambos convergieron en el mismo punto, pero cada uno tenía su propia historia, sus propias razones y motivaciones personales, y nunca se entendieron.

Analicemos a los libertadores sin el aura mística que los envuelve, olvidemos por un momento la visión apasionada y delirante con que sus biógrafos han forjado la imagen que hoy tienen, atizada por el interés de los nuevos estados. ¿Quién fue Bolívar? Al estudiar a Bolívar, lo primero que descubrimos es que la mayor parte de sus biografías son un gran psicosocial. Son novelas perfectas, bellamente concebidas. Así que debemos tener mucho cuidado con las biografías de Bolívar. Este personaje nace en el seno de una familia adinerada. Es un hacendado que tiene la suerte de poder vivir sin hacer nada y se dedica a viajar por Europa y llevar una vida cortesana jugando en los jardines reales de Madrid, incluso con el mismo Fernando VII. Es posible que haya sido así, pues la vida tiene estos caprichos y paradojas, pero también puede tratarse de un embuste fabricado por sus biógrafos. Estoy convencido de que la mitad de la historia alrededor de Bolívar es pura ficción. Algunos han añadido incluso que, en uno de esos juegos cortesanos, Bolívar le habría infligido a Fernando VII una herida en la frente “como un anticipo de lo que años más tarde le arrebataría”, dice el novelista-biógrafo. Pero hay que tomar con cuidado este tipo de historias. Entre tanto su instrucción estaba a cargo de uno de los mejores maestros que el dinero podía pagar: Simón Rodríguez, de quien dicen que lo introdujo en los ideales de los filósofos humanistas. (Se supone que debemos considerar esto como algo muy positivo). Aseguran también que se dio el lujo de tener a Andrés Bello como maestro. Considerando los gustos que se daba Bolívar, no es imposible. En realidad no hay nada interesante que decir de Bolívar hasta el día en que regresa a Venezuela con el propósito de inmiscuirse en las actividades revolucionarias. Tenía apenas 23 años. ¿Qué lo indujo a tomar esta repentina decisión? Trataremos de entenderlo. Pero antes, no podemos perdernos aquel instante preciso en que, según sus biógrafos-novelistas, Bolívar toma la determinación. Este episodio casi cinematográfico que los historiadores han fabricado describe a Bolívar en el Monte Sacro contemplando Roma desde lo alto. Transcribo literalmente la escena cinematográfica porque no creo poder superar semejante descripción.
"Cierta tarde, hallándose en el Monte Sacro, el romántico poder del crepúsculo lo dominó. El día había sido caluroso. El sol se resistía a desaparecer y enrojecía el cielo. Agitado por la marcha, jadeante, sudoroso por la ascensión a la colina, contemplaba el panorama bello y con matices de viejo grabado. Simón Rodríguez se sentó en una piedra –resto de una columna, destrozada por el tiempo, en su romántico recuerdo-, Bolívar en pie, como un héroe de leyenda, dando ya el primer burilazo en su legendaria estampa, todavía anhelante por el esfuerzo, juró ante la majestuosa ara del horizonte incendiado por el sol: “Juro por el sol de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.[1]
Apenas hacían dos semanas que acababa de cumplir los 22 años. ¿Qué bicho picó a Bolívar? ¿De dónde sacó la idea de que él podía liberar a toda Sudamérica cuando nunca había visto de cerca una batalla, más aun, ni siquiera de lejos? ¿Lo pensó realmente? ¿Lo juró? ¿Hasta dónde puede ser cierta esta escena? Debemos llegar a entender las verdaderas motivaciones de Bolívar. ¿Acaso estaba cansado de la vida que llevaba? Hasta entonces no había hecho más que gastar dinero, viajar, ser huésped de las mejores familias. Se había enamorado perdidamente de una joven a quién desposó y llevó a Venezuela cargado de ilusiones, pero por desgracia la joven cayó enferma y murió a causa de la fiebre amarilla cuando apenas tenían seis meses de casados. Al parecer, murió embarazada. Bolívar volvió a Europa profundamente perturbado e inició otra gira intensa de ciudad en ciudad, y ese trajín agotador aparentemente acabó, de algún modo, en el Monte Sacro. ¿Porqué una persona decide cambiar repentinamente todo el rumbo de su vida? Por supuesto, estamos asumiendo que la vida de Bolívar hasta entonces tenía un rumbo. ¿Lo tenía? Es evidente que no. Mejor sería decir que de pronto Bolívar decidió darle un rumbo a su vida, un sentido que no tenía. Había contemplado la coronación de Napoleón como nuevo emperador de Francia y esto, quizá, lo llenó de envidia y sembró en su joven corazón una semilla de idolatría personal que años después lo llevaría a tratar de coronarse, de alguna forma, Libertador de Sudamérica, apaciguando su vanidad desmedida con algunas ideas prestadas del ideario humanista en boga. Olía la desintegración de la monarquía española. España estaba preocupada por sí misma y los asuntos de ultramar habían pasado a un segundo plano, Inglaterra y Francia tenían cercada a España y más tarde Fernando VII sería obligado a abdicar. Era el momento más oportuno para desvincularse de España. 

Además Bolívar ya había escuchado a Francisco de Miranda, ese fanático conspirador e idealista obsesivo quien fue el verdadero publicista de la tesis de la independencia sudamericana y la formación de un macro Estado, copiando el modelo norteamericano. Pero creo que había algo más. Probablemente Bolívar estaba ya cansado de Europa, de ser un turista permanente, un desarraigado, y quería volver. ¿Pero qué iba a hacer en Venezuela? Nadie lo esperaba. La idea de dedicarse a la hacienda nunca le había atraído. No tenía esposa ni hijos, ni siquiera padres, no tenía porqué luchar en la vida. ¡Ni siquiera tenía que luchar pues ya era rico! Luchar por algo tan grande como la independencia de Sudamérica sin duda le otorgaba un sentido a su errante existencia. Un gran sentido, pero ¿qué clase de sentido? ¿Acaso era un sentido puramente idealista? ¿Era Bolívar un idealista innato? ¿Amaba tanto a Sudamérica como para arriesgar toda su cómoda existencia por un territorio que ni siquiera conocía? ¿Tenía ya una idea precisa del proyecto político que deseaba emprender, aquel el de la Patria Continental? ¿Era, en verdad, un proyecto político? Nada de esto es cierto. Sabemos que Bolívar no tuvo intereses comerciales que defender, no se sentía directamente afectado por la política de España, de manera pues que no tenía nada que ganar de una independencia de Venezuela, y mucho menos de Sudamérica. Tampoco tenía nada que ganar, salvo la gloria, en caso triunfe, por supuesto, lo cual, dada la coyuntura política de España, parecía sumamente factible. Pero esto era un idealismo puro y una fantasía alucinada.

Hasta entonces las revoluciones habían surgido estrictamente por intereses comerciales. Nunca existió una revolución guiada por ideales. La olla de presión popular solo se calentaba con tributos, jamás con ideales, y la fuerza de su expansión surgía desde adentro. Lo único que hacían los idealistas era aprovechar esa energía para guiarla por un rumbo inesperado, barnizarla de idealismo, pero nunca fueron capaces de generar esa energía. ¿Sabía esto Bolívar? Lo que parece quedar cada vez más en evidencia es que tuvo un interés personal muy íntimo en su decisión. En aquel momento especial, y desde la perspectiva poética que le ofrecía el Monte Sacro a un joven que acababa de cumplir 22 años de vida fácil y cómoda, sin duda era una empresa que parecía simple, al menos mucho más simple que aquellas emprendidas por Napoleón. España debilitada, Sudamérica llena de focos rebeldes, Miranda asegurando el apoyo británico. ¿Qué faltaba? Lo único que faltaba era un guía, un líder. ¿Su ego y vanidad le susurraron algo? Quién sabe. Pero esa parecía ser una buena razón para volver y también para vivir ¿Porqué no intentarlo? Después de todo qué podía perder, excepto la vida. Aunque esa era también una buena razón para perderla. No obstante, las personalidades como la de Bolívar nunca prevén la posibilidad de la muerte; diríase que hasta se sienten inmortales. Lo cierto es que a la luz que nos arrojan los hechos no encontramos motivos válidos para que Bolívar emprendiera una empresa tan arriesgada e inútil como la emancipación de Sudamérica; de una tierra que ni siquiera conocía pues hasta entonces solo se había interesado por Europa y la vida fácil. Lo más grande que había vivido Bolívar era la coronación de Napoleón. Ese acontecimiento sin duda lo ligó con el personaje y en sus actos posteriores no podemos dejar de notar las similitudes: al igual que Napoleón, Bolívar emprendió conquistas, creó repúblicas y dio constituciones pretendiendo un macro Estado. Hasta en la baja estatura se asemejaban. Pero Bolívar no era ni militar ni ideólogo y no estaba al servicio de ningún gobierno. No tenía razones para estar en donde estuvo ni para hacer lo que hizo. Se metió por voluntad propia. No queda ninguna duda de que Bolívar solo estuvo jugando a ser Napoleón, consciente o inconscientemente, buscando una razón para su propia existencia.

A diferencia del proceso ocurrido en Norteamérica, acá no hubo negocios de por medio y nadie llamó a Bolívar ni le pidió que se hiciera cargo del asunto. Sudamérica era un vasto territorio desarticulado, con centros de poder muy aislados, desconectados entre sí y en franca competencia. Difícilmente a una persona inteligente podía habérsele ocurrido que era posible formar una unión continental en semejante geografía natural y política. Claro que Bolívar era un hombre inteligente, astuto, pero también era -ya qué duda cabe- un idealista delirante y egocéntrico. La única duda es si aquel idealismo se orientaba hacia la gloria personal o hacia la Patria Continental como legado histórico. ¿Qué podría haber motivado a aquella gente simple y práctica de los plácidos confines coloniales sudamericanos a formar una unión continental? Absolutamente nada. Más bien parece tratarse de un caso en el que el ego opacó el sentido común. ¿Qué otra razón podía haber guiado a Bolívar a semejante proyecto? La idea, está claro, la obtuvo de Miranda y caló en su pensamiento. España estaba en franca decadencia y, tarde o temprano, sus colonias serían libres por sí solas, o presas de otras potencias, y en especial de Francia y la Gran Bretaña. Bien valía la pena intentar el proyecto de Miranda. Después de todo, la vida de Bolívar solo parecía ser una gran aventura permanente. Podríamos decir sin temor que Sudamérica sufrió la violación de un aventurero, que se aprovechó de una circunstancia histórica para hacerse hombre y llegar a la gloria. Todo lo que se dijo después en cada país libertado, solo trata de cubrir aquella vergüenza. Sudamérica ocultó su humillación con una cómoda y oportuna disculpa, como las que inventan las familias para disimular el embarazo de la hija adolescente y soltera: se trata de un gran hombre.


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[1] Campos, Jorge; “Bolívar”; Salvat; Barcelona; 1986

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