martes, 19 de noviembre de 2013

La izquierda y los derechos humanos


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Ver a la izquierda defendiendo los derechos humanos resulta algo cercano a ver a Hanibal Lecter ejerciendo de Ministro de Justicia. La nueva labor de defensa de los derechos humanos es un cambio radical en la estrategia política de la izquierda, pero sobre todo en el discurso que ha abandonado los tópicos clásicos del marxismo para reemplazarlo por una larga letanía de causas nobles y justas, calzando muy bien con las modas culturales del momento. Sin embargo, se trata de la misma izquierda que hace solo 20 años predicaba la justicia social mediante una dictadura del proletariado, paraíso al que solo se llegaba conquistando el poder con la violencia, ya sea en formato guerrillero-militar o simplemente terrorista, violencia justificada y defendida como inevitable, asumida incluso como "necesidad histórica" anunciada por la "ciencia marxista" dominante en la sociología y la academia. Gracias a esa ideología que instauró el odio de clase y la apología de la violencia como requisito de conciencia política, la izquierda fue responsable de la mayor masacre humana de la historia. Por eso me causa un poco de gracia, pero también inquietud, ver hoy a esa misma izquierda defendiendo los derechos humanos. ¿Cuál fue la razón de tan radical mutación? ¿Es sincero este nuevo rol de la izquierda como defensora de los DDHH? En este artículo haré una visión restrospectiva de la izquierda en busca de algunas respuestas y conclusiones.

La memoria que guardo de la izquierda empieza en mis días de universitario. Grupos de jóvenes que repentinamente interrumpían las clases para corear siempre con el puño en alto consignas contra el imperialismo. Un dirigente aullaba su mensaje escupiendo amenazas a la oligarquía, a las transnacionales, a los terratenientes, a los grupos de poder, etc. Ya saben. siempre el mismo cliché y las mismas palabrejas como "enquistados", "explotadores", "lacayos", "revisionistas", etc. Simulaban ilustración y sabiduría citando el marxismo-leninismo, a veces era el maoismo y otras el troskismo. Pero todos sin excepción anunciaban la llegada inevitable de la revolución, la guerra popular, el inicio de la lucha armada y la instauración de la dictadura del proletariado que nos traería justicia y felicidad.

Yo me preguntaba entonces dónde estaban esas masas de las que hablaban estos profetas del apocalipsis, dónde estaban los campesinos y los obreros con los que pensaban hacer la revolución. Conocía de memoria la sierra y nunca había visto nada ni remotamente parecido a una revolución. Por el contrario, el gobierno militar había repartido las tierras luego de confiscarlas a sus legítimos propietarios, aunque las grandes haciendas quedaron en manos de una burocracia estatal, especies de cooperativas o empresas asociativas que fracasaron sin remedio, aunque el Estado las mantuvo vivas absurdamente por unos 20 años. De modo que nunca pude explicarme el delirio de estos jóvenes exaltados de la izquierda universitaria. El progre de izquierda era un personaje de tira cómica caricaturizado por varios escritores. Nunca creí en su discurso, pues bastaba verlos y oírlos para darse cuenta de que eran unos lunáticos. Un análisis apenas superficial del marxismo revelaba sus falencias clamorosas con la realidad nacional. Por último, los modelos comunistas vigentes no parecían estar funcionando desde que la gente hacía lo posible por escapar de allí. Definitivamente estaban equivocados.

Pero unos años después, en mayo de 1980, en efecto, se inició la tan mentada guerra popular. El problema es que no tenía nada de guerra ni de popular. Eran actos aislados de asesinatos salvajes y sabotajes que calificaban como terrorismo, simple y llanamente. Tampoco tenía nada de revolucionario y mucho menos de glamoroso y soñador, como pintaban las guerrillas de los 50 y 60. Más aun, el mundo ya estaba cambiando. En China había muerto Mao Tse Tung y sus delirios y locuras fueron prontamente reformadas por la nueva administración. Rusia se había encaminado por el Glasnot y la Perestroika que conducirían en menos de una década al fin de la poderosa URSS y sus satélites, ocasionando el desplome del comunismo mundial. No obstante en el Perú una banda de lunáticos llamada Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso todavía asesinaba y dinamitaba en nombre de la revolución proletaria.

Frente a los hechos toda la izquierda peruana guardó silencio cómplice. Los que llegaron al Congreso por los votos parecían hallarse en la encrucijada porque eran parte del "sistema podrido" que pretendían dinamitar. Muchos de esos líderes admitieron públicamente que asumían "la farsa electorera para hacerle el juego a la burguesía". Eran infiltrados comunistas en el Estado. El papel de estos diputados y senadores fue vigilar y cuestionar las disposiciones de lucha contraterrorista del Ejecutivo y cuestionar el accionar de las FFAA. Los jefes militares eran permanentemente llamados, investigados y enjuiciados. En ocasiones era cierto que los militares cometían excesos. Después de todo, el nivel de insanía a la que había llevado la confrontación Sendero Luminoso, empujó a los soldados a responder del mismo modo. Cuando se inicia el fuego del infierno cualquier cosa puede suceder, y siempre será tenebroso.

Fue en ese escenario cuando la izquierda empezó a hablar de derechos humanos. La nueva Constitución promulgada en 1980 incorporaba al Perú en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos reconociendo la competencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. A partir de allí se abrieron las puertas para que cualquiera acuse al Estado de violar los DDHH, dado que esta Corte solo ve causas en contra de los Estados, pues fue creada para proteger a las poblaciones civiles de los abusos de los estados totalitarios. Su inspiración surgió de la Corte de Nüremberg y se fortaleció con el descubrimiento de los horrores del comunismo en la URSS y en China, así como en Camboya y otros lugares. En Latinoamérica se dieron casos de países enteros capturados por dictaduras crueles y corruptas como en República Dominicana y Nicaragua. Adicionalmente en la mayoría de países habían surgido dictaduras militares para contener el accionar de las guerrillas comunistas impulsadas desde Cuba. Eran pues escenarios diferentes.

En el Perú las cosas transcurrieron al revés. Acá hubo en los 70 una dictadura militar de izquierda que favoreció a los grupos marxistas dejándolos crecer y multiplicarse libremente en las universidades y en los sindicatos, principalmente en el magisterio. Esta dictadura militar complació las aspiraciones políticas y sociales de la izquierda más moderada, la cual incluso sirvió a la dictadura ocupando diversos cargos públicos. Sin embargo, no encajaba por completo con la prédica regular de la izquierda. Luego llegó la democracia, pero al mismo tiempo la violencia terrorista y guerrillera del PCP-SL y del MRTA. Sucedió durante una nueva era democrática que se iniciaba con grandes ambiciones y esperanzas, inspirada en una nueva Constitución de corte muy progresista. El Estado democrático se vio obligado a responder la violencia con violencia. Fue en este escenario convulso cuando los líderes de izquierda vieron la oportunidad de maniatar al Estado llevándolo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así fue como se dio el cambio radical de estos líderes de izquierda desde el activismo de la guerra popular a la defensa de los derechos humanos a través de ONGs que empezaron a crearse con ese expreso propósito. De este modo el Estado peruano tuvo que defenderse del acoso izquierdista en el campo militar interno y en el campo jurídico internacional gracias al papel de las ONGs de DDHH. Podría decirse que adoptaron el sonsonete de "derechos humanos" solo por el nombre de la corte adonde llevaban sus casos.

Uno de los primeros grupos que abusó del derecho usándolo a favor de quienes violentaron la ley y el Estado de derecho fue la llamada "Asociación de Abogados Democráticos", un anticipo de las ONGs de DDHH que luego empezarían a surgir como hongos en el prado. Dicha asociación era un frente legal de Sendero Luminoso dedicado a la defensa de los terroristas que eran capturados. No fue difícil darse cuenta que las normas y cortes internacionales de DDHH serían sus mejores aliados, en especial para detener las condiciones extremas de carcelería impuestas. Los juicios en contra no solo del Estado sino del presidente Alan García por casos como los de El Frontón, actuaron como disuasivo legal hasta que los penales quedaron a merced de Sendero Luminoso. Todavía se ventilan juicios contra el Estado en la CIDH como los que promueve la senderista Mónica Feria Tinta, labor en la que instituciones como la Defesoría del Pueblo unida a las ONGs de izquierda han contribuido grandemente en la derrota jurídica del Estado peruano y en el resarcimiento de terroristas.

La labor de la izquierda en el campo de los derechos humanos fue un paso natural a partir de estas ONGs creadas estratégicamente en los 80 para ocuparse de la defensa legal de sus miembros capturados por las fuerzas del orden, o para conseguir reparaciones para sus familiares cuando habían sido ejecutados. Y de hecho fue así también como estas ONGs iniciaron su contacto con el ambiente judicial del que ahora son casi un apéndice oficioso. Una cosa llevó a la otra, hasta que el terrorismo fue definitivamente derrotado y las ONGs tuvieron que asumir un nuevo rol, siendo el principal desmontar todo el sistema jurídico diseñado por Alberto Fujimori precisamente para enfrentar con éxito al terrorismo. Lo hicieron apenas cayó Alberto Fujimori, y cuando un nuevo gobierno les abrió las puertas a los miembros y dueños de estas ONGs.

Para entonces las ONGs tenían una década de acción y estaban muy bien organizadas. Muchos miembros de izquierda que perdieron protagonismo político ante el accionar de Sendero Luminoso pretendieron darle una "batalla ideológica", tarea obsesiva en la izquierda. Dejaron de lado sus micro agrupaciones políticas y se sumaron a los cuadros de escribientes que desarrollaban sesudos análisis de la violencia política desde la academia o una ONG. Para inicios de los 90 y tras la derrota de Sendero Luminoso y el MRTA lo que quedaba de la izquierda era básicamente un frente amplio de ONGs muy activas de diverso cuño. Aunque el mayor protagonismo político fue ganado por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, buque insignia y madre nodriza de todas las ONGs de DDHH de izquierda. 

La máxima obra de estas ONGs de izquierda fue montar la Comisión de la Verdad y Reconciliación, obra del ilustre abogado Diego García-Sayán, dueño de la ONG llamada "Comisión Andina de Juristas" cuya labor principal es precisamente la asesoría en DDHH. Integraron esta CVR connotados líderes de izquierda revolucionaria de viejo cuño, incluyendo amigos y compañeros de Abimael Guzmán, ni más ni menos. Por si fuera poco, la integraron miembros de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. No hace falta decir el tono que tuvo el informe de dicha Comisión, pero lo más importante es que consolidó el discurso de los derechos humanos como propiedad de la izquierda, convirtiéndola en sinónimo de antifujimorismo. El informe final de la CVR condena al Estado y a las FFAA colocándolos al mismo nivel de los grupos terroristas, aunque menciona que en el caso del Estado el asunto es más grave por su misión de protección de la sociedad. Es decir, el Estado acabó siendo el terrorista. Ese es el enfoque de los derechos humanos desde la visión de la izquierda. Siempre lo fue, pues es una enseñanza de Marx.

El panorama actual, luego de la derrota de Sendero Luminoso y del MRTA por parte de Alberto Fujimori, y la posterior caída de Alberto Fujimori y la derrota del fujimorismo por parte de la izquierda oenegienta de derechos humanos, es que el asunto de los DDHH sigue siendo propiedad de la izquierda y herramienta de lucha contra el fujimorismo. Ese es el rol central de los DDHH por ahora y se saca a relucir cada vez que hace falta. La principal bandera de la CNDDHH es defender el informe de la CVR y exigir el cumplimiento de sus recomendaciones, las cuales incluyen grandes negociados para las ONGs de DDHH como el desentierro de unas 18 mil fosas en todo el país para la identificación de restos. Tarea insulsa al cabo de 30 años que solo tiene sentido como negociado para las ONGs.

Habiendo superado la etapa de guerra popular y lucha contra el Estado, tanto en su forma militar como jurídica, la izquierda de nuestros días ya no recibe financiación de gobiernos comunistas, deseosos de formar cuadros de subversivos que los ayuden en la Guerra Fría combatiendo a los EEUU, camuflados con esa gastada cantaleta del antimperialismo. Ahora reciben financiamiento de ingenuas y algunas no tan inocentes fundaciones con diversos intereses. No importa cual sea el propósito de la lucha actual. Los verdaderos intereses se esconden detrás de una noble causa. Siempre será posible emplear cualquier causa para seguir en el delirio del antimperialismo y el anticapitalismo. Así es como hoy las ONGs de DDHH acogen toda clase de causas, por ejemplo, la causa de los pueblos indígenas para oponerse a las inversiones de todo tipo, incluyendo las obras del propio Estado para beneficio del país, tales como carreteras e hidroeléctricas.

Otra causa muy recorrida es la del medio ambiente, que también resulta ideal para los mismos fines. Las ONGs de izquierda han aprendido a reciclar las causas y llevarlas todas hacia sus propios cauces políticos. El discurso ha variado de la lucha contra el imperialismo a la lucha por el agua y el medio ambiente. Se han sumado una larga lista de derechos a la causa de los DDHH, han aparecido derechos inusitados que van desde los "derechos económicos" hasta los "derechos sexuales". Cualquier cosa puede ser rápidamente convertida en un derecho por los magos de la retórica progresista. Para ello abundan en sociólogos, antropólogos y abogados que conforman un frente eficiente manejando muy bien una pestilente retórica elevada a niveles de "ciencia social", ética política y moral filosófica con trascendencia universal.

Total, lo importante es seguir recibiendo financiación. Luego es fácil dar el salto desde la ONG al partido político, y desde la lucha ambientalista a la campaña presidencial. Así es como los derechos humanos acabaron en manos de la izquierda y utilizados como nuevo instrumento de acción política.

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