lunes, 23 de febrero de 2015

Venezuela es una vergüenza


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Lo que ocurre en Venezuela en estos días y desde hace una década y media es simplemente una vergüenza. No hay otra manera de calificarlo. Es una vergüenza en muchos sentidos y no solo para América Latina sino hasta para la humanidad en pleno, pues se trata una vez más de la claudicación de la razón, la exaltación del delirio, el triunfo de la prepotencia, la majadería del totalitarismo con toda su arrogancia, cinismo y estupidez. Y además de todo eso, Venezuela es hoy, como lo fue Cuba en el siglo pasado, el empeño más burdo de cierta intelectualidad para justificar el caos y la sinrazón en aras de un ideal utópico que agoniza en el desastre más patético.

Podemos señalar las razones puntuales por las que Venezuela es una vergüenza. Lo es en primer lugar porque se trata de otro régimen de oprobio que, desde sus orígenes con Hugo Chávez, se fundó exclusivamente en la prepotencia personal y totalitaria de un clásico personaje mesiánico y delirante. El régimen de Hugo Chávez no fue más que simple voluntarismo autoritario y narcisista de un típico líder todopoderoso, uno de esos típicos dictadorzuelos latinoamericanos y caribeños tantas veces retratados por la literatura latinoamericana, y de los que vanamente pensamos que nos habíamos librado ya y que eran cosa del pasado. Pero no. Latinoamérica y el Caribe son tierras fértiles para el surgimiento de esta clase de líderes de pacotilla que a base de retórica encendida, posturas retadoras y con la misma lógica barata de luchar contra los tradicionales fantasmas señalados por la charlatanería de la izquierda, son capaces de llevar a todo un pueblo a la debacle. Realmente nos avergüenza que Latinoamérica no haya superado esa trágica costumbre de caer en los embustes de un titiritero.

En segundo lugar, Venezuela es una vergüenza porque siendo uno de los países más ricos del planeta ha sido llevado irresponsablemente a la ruina económica, precisamente por los delirios y caprichos ideológicos de Hugo Chávez, quien a despecho de las enseñanzas de la historia, pretendió reinventar el fracasado socialismo tomando como modelo nada menos que la miseria cubana. El absurdo camino de la estatización compulsiva de empresas no obedecía a estrategia económica alguna sino a las locuras y caprichos del dictador. El montaje de industrias socialistas y la elección de aliados comerciales tampoco se fundaba en razones económicas y ni siquiera en la racionalidad sino en meras afinidades ideológicas. Todo lo que regía en la mentalidad de Hugo Chávez era un antiamericanismo enfermizo que lo llevaba a buscar aliados entre la escoria más raleada del planeta. 

La inmensa riqueza petrolera de los venezolanos fue simplemente saqueada por el régimen de Hugo Chávez, quien luego de apoderarse de PDVSA se dedicó a regalar petroleo para formar su grupo de países adeptos. Los fondos públicos de Venezuela, aparentemente infinitos, se despilfarraban en toda clase de proyectos disparatados a sola firma del dictador. La economía de Venezuela se sujetó a la voluntad de una burocracia corrupta e inepta que se hizo cargo de todo gracias a una de las leyes más absurdas de la historia y de la economía: la ley de costos y precios justos. La consecuencia de más de 1700 empresas estatizadas, miles de fincas enajenadas, casi diez mil empresas cerradas por voluntad propia a falta de posibilidades de subsistencia, generó la pavorosa situación de desabastecimiento que hoy padecen los venezolanos. 

En tercer lugar, Venezuela sigue siendo una vergüenza para la clase intelectual porque aun hay una amplia legión de escribas defendiendo el desastre bolivariano como lo hacían el siglo pasado con Cuba, pese a su evidente condición de dictadura totalitaria y fracasada. Es todo un reto para las ciencias humanas descubrir qué lleva a los intelectuales a tratar de defender el desastre, el oprobio, la dictadura, la irracionalidad y el fracaso absoluto de un régimen. La mayoría de ellos, como el celebrado escritor norteamericano Noam Chomsky, solo se fundan en sus viejas rencillas contra los EEUU al que consideran el origen de todos los males de la humanidad. Para ellos solo hace falta que un régimen se declare antinorteamericano para gozar de sus simpatías. Es una alianza patológica. La clase intelectual de Latinioamérica ha perdido otra brillante oportunidad de condenar la locura.

En cuarto lugar, Venezuela también representa una vergüenza para la clase política del continente, pues han callado en todos los idiomas convalidando los atropellos que antes Chávez y hoy Maduro han cometido y cometen impunemente. Con la excepción solitaria de los EEUU y unos cuantos líderes como Sebastián Piñera y Andrés Pastrana, la clase política le ha dado la espalda al pueblo de Venezuela y ha preferido la hipocresía diplomática. La mayoría de países de UNASUR son de algún modo clientes del chavismo y le deben algo, si es que no son simpatizantes y promotores directos del despotismo chavista, como los miembros del ALBA. En ese concierto, Perú, bajo el régimen de Ollanta Humala, ha hecho el papel de cortesana. Siendo presidente pro tempore de UNASUR el Perú avaló las amañadas elecciones donde Maduro se alzó como triunfador en medio de una dudosa contienda y en medio de un clima enrarecido. Los tibios intentos de revisar la situación política en Venezuela, fueron acallados de inmediato por el propio Maduro, quien se tomó la libertad de insultar y amenazar al canciller del Perú, Rafael Roncagliolo, sin que el gobierno de Ollanta Humala se atreviera a asumir una postura decorosa en defensa de la dignidad del país.

Por último, Venezuela es una vergüenza para la democracia y para todos los organismos políticos de la región, que en cada cumbre firman declaraciones líricas de apoyo a la democracia. Ningún régimen puede reclamar el título de democracia solo por haber surgido o refrendado su legitimidad en unas elecciones. La democracia no es solo elecciones. Es fundamentalmente respeto a la división y separación de los poderes públicos, respeto y defensa de la libertad, en especial las libertades de expresión y de prensa. Es el respeto de las minorías y especialmente de la oposición. Es el respeto a la propiedad privada, al Estado de derecho y al debido proceso. Nada de esto se observa en Venezuela desde hace más de una década. 

Venezuela es gobernada por una dictadura de partido único que ha copado todos los poderes públicos con sus militantes, sin mostrar el menor escrúpulo. Ha cerrado diversos medios de expresión como diarios y canales de TV, ha amenazado a periodistas y encarcelado a líderes de oposición. Han golpeado cobardemente a una líder de la oposición como la diputada María Corina Machado en el propio recinto del parlamento, por parte de huestes chavistas que nunca fueron procesado por esa vil agresión con daños físicos. Antes peor, fue María Corina Machado la que resultó desaforada y expulsada del parlamento en una muestra más de la canallada del régimen. Con líderes de oposición en la cárcel y estudiantes asesinados por la guardia bolivariana, Venezuela es una vergüenza para la especie humana que aspira a vivir en condiciones dignas. Nuestro apoyo al pueblo venezolano que no se ha vendido a las dádivas del chavismo, nuestro apoyo incluso a esos seis millones de empleados públicos que viven comiendo de las manos ensangrentadas de la dictadura y que son obligados a marchar y apoyar al régimen bajo amenaza. 

No falta mucho para que este régimen caiga. Ya no es mucho lo que pueden hacer. Están quebrados y nadie está dispuesto a darles más créditos. La última gira mundial de Maduro lo ha confirmado. No se puede esperar nada de los gobiernos latinoamericanos comprados por el chavismo como los de Argentina, Ecuador o Bolivia, y tampoco en los que tienen, como Ollanta Humala, rabo de paja y techo de vidrio frente al chavismo. Solo la presión de los EEUU por fuera y la presión popular interna sumadas a la crisis económica harán que el chavismo tambalee. No será fácil. El cáncer ha carcomido las instituciones sociales y la batalla será dura. La dictadura cubana ya ha superado el medio siglo, esperemos que el chavismo de Maduro no llegue a culminar su mandato. Debe irse ya.

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