miércoles, 16 de mayo de 2012

El fin del capitalismo, una vez más


“El capitalismo moderno ha llegado al final de su camino. No es capaz de sobrevivir como sistema,” ...“Lo que estamos viendo es la crisis estructural del sistema. Una crisis estructural que comenzó en la década de los setentas del siglo XX y que mantendrá sus nefastos estertores por diez, veinte o cuarenta años. No es una crisis a resolver en el curso de un año o un momento. Se trata, pues, de la mayor crisis de la historia. Estamos en la transición a un sistema nuevo y la lucha política real que se ha desatado en el mundo con el repudio de la gente, no plantean el nuevo curso del capitalismo, sino sobre el sistema que habrá de reemplazarle”. Inmanuel Wallerstein

El capitalismo es el "sistema económico" que más veces ha sido declarado muerto o sin futuro, y sin embargo nunca ha dejado de estar vigente. Hasta cierto punto ya resulta ridículo escuchar los anuncios de muerte del capitalismo cuando incluso los ex países socialistas han ingresado al capitalismo y ahora les va mucho mejor. A decir verdad lo que han hecho es volver a la realidad, porque aquello que conocemos como "capitalismo", más que un "sistema económico", es la vida común y corriente en un mundo natural y libre. El socialismo, por su parte,  es un mundo de ficción gobernado por una ideología. Nunca pudo ser declarado sin vida porque se murió antes de que nos diéramos cuenta. Es cierto que muchos vaticinaban su extinción debido a que era materialmente insostenible a largo plazo. Finalmente colapsó bajo el peso de sus propias contradicciones. Las versiones modernas de socialismo, que van desde la socialdemocracia hasta el "socialismo del siglo XXI" y que han abandonado ciertos aspectos políticos e ideológicos clásicos, pero que siguen el mismo derrotero económico fundado en un rígido control estatal del mercado, haciendo del Estado el principal agente económico y convirtiéndolo en una gran Beneficencia Pública que proporciona servicios gratuitos a toda la sociedad indiscriminadamente, han vuelto a colapsar, todas ellas, tal como lo vemos hoy en Europa y empezamos a ver en Latinoamérica.

Más allá de la retórica catastrófica de los progresistas que vaticinan la muerte del capitalismo, lo que nos interesa es ver la realidad de los hechos. Estos son los que cuentan. Y estos hechos demuestran que el capitalismo siempre es fuerte aunque a veces tenga que atravesar algunas crisis, pero sigue firme llevando a las naciones al progreso; mientras que los socialismos de cualquier marca terminan invariablemente en el fracaso y en la miseria de las naciones. ¿A qué se debe esta insólita situación del capitalismo que aparenta estar en crisis y de pronto resurge con más bríos, mientras que los socialismos -incluso los más moderados- acaban siempre en el fracaso total e irremediable? Esto es lo que debería ser motivo del análisis, en lugar de andar vaticinando la muerte de un sistema natural, surgido de la vida misma de las personas en su tarea de intercambio de bienes y servicios mutuos. El capitalismo es, en última instancia, un nombre sobrepuesto a la realidad, así como "mercado" es una etiqueta sobrepuesta a la sociedad. No existe ni capitalismo ni mercado como entidades diferenciadas del mundo libre y de la sociedad. Son lo mismo.

Hay que tener en cuenta que muchas de las actuales crisis económicas le son atribuidas equivocadamente al capitalismo siendo en realidad el resultado de medidas socialistas, basadas en la teoría de la "redistribución equitativa de la riqueza" mediante la prestación de servicios públicos masivos y gratuitos por parte del Estado, realizados con el soporte de una gran burocracia. Este es un sistema adictivo ya que se sustenta con deudas. Por muy largos plazos que tengan estas deudas, tarde o temprano hay que pagarlas. Y es entonces cuando el gran sistema de fantasía social colapsa para volver a una dramática realidad. Este no es un sistema capitalista. Tampoco es culpa de los bancos. Es más bien consecuencia de un sistema socialista que se basa en la irresponsabilidad de políticos populistas, quienes no dudan en contraer deudas a largo plazo creyendo que algún día se resolverán solas. Estas deudas tratan de cubrir las brechas cada vez más grandes entre sus gastos y sus ingresos. Algo inevitable porque el socialismo siempre está combatiendo el mercado, que es el único generador de riqueza, mientras que por otro lado pretende repartir una riqueza que se agota cada vez más rápidamente. Es una fórmula sin sentido. La crisis actual no es pues del capitalismo ni de la banca sino de un populismo de izquierdas que no cree en el mercado, ni en un mundo libre con economía abierta sino que viven convencidos de que es misión divina del Estado combatir "la voracidad y el afán de lucro desmedido de la empresa privada", a la vez que montan un paraíso de servicios públicos gratuitos, pues no creen en las responsabilidades individuales de los ciudadanos. No hay ninguna manera de sustentar ese mundo tan contradictorio donde se ataca el mercado y a los empresarios, para luego ofrecer todo gratis a los ciudadanos, incrementando constantemente los gastos del Estado y afectando cada vez más al mercado. Es un mundo de esquizofrenia total.

Ese mundo de ficción donde el Estado se hace cargo de todo es simplemente insostenible. Es la razón de que el socialismo fracase siempre y que el capitalismo sea fuerte porque reposa en la libertad individual del ciudadano libre. Mientras que el socialismo apuesta a una sola carta -el Estado- el capitalismo le apuesta a muchas: los ciudadanos libres dotados de poder de decisión. Lo peor es que el socialismo le apuesta a una carta podrida, porque el Estado siempre acaba carcomido por la corrupción, la irresponsabilidad y la negligencia de los burócratas. No hay manera alguna de que el Estado funcione mejor que el libre mercado, pues en la sociedad abierta existe una competencia individual y corporativa por el éxito, mientras que en el Estado solo hay inmovilidad, conformismo burocrático sin responsabilidades ni expectativas personales. Esto es algo tan simple de entender que deberían enseñarlo en las escuelas, así nos evitaríamos la pena de tener más tarde estos progresistas iluminados que pretenden utilizar al Estado como su varita mágica para crear lo que llaman "justicia social". La "justicia social" asumida como concepto para ser administrada por el Estado es simplemente una aberración.

En esencia, la crisis presente de los países de Europa son derivadas de una larga mentalidad eurocomunista surgida en la posguerra (pero con raíces muy viejas) y asentada en el ideario y el discurso político que da sustento al "pensamiento correcto" del progresismo. En particular la crisis que afecta a España y Grecia, es una crisis del tamaño del Estado y de los abultados presupuestos que exige su funcionamiento. Es el Estado el que ha resultado ser una carga demasiado grande para la sociedad. No hay manera racional de solventar sus gastos, y fundamentalmente el peso de su deuda. Hay un punto en el que ya resulta imposible seguir sustentado la ficción de un mundo feliz. La necesidad de superar esta crisis exige volver a la realidad y hacer recortes en el Estado, es decir, achicarlo. Los recortes han tenido que darse desde los sueldos y pensiones hasta las prestaciones de salud, así como el cierre de oficinas públicas. ¿Es eso la crisis del capitalismo? No. Es más bien la crisis del progresismo. Una crisis que podríamos llamar también de "adicción", porque el Estado es adicto a la deuda y los ciudadanos son adictos al Estado. Al final esta droga les permite vivir en un mundo de ficción en donde todos se engañan; pero algún día hay que volver a la realidad: el día en que se te acaba la droga porque ya no tienes dinero para seguir comprándola. Y la realidad es que cada quién tiene que hacerse cargo de su existencia y que la sociedad tiene que aprender a solucionar sus problemas por sí misma. Esa es la realidad. El Estado actuará para legitimar el orden natural y acudirá a cubrir las brechas; pero no es papel del Estado (en última instancia el gobernante) diseñar una sociedad y un mundo según su visión, y someter a todos a ella. Aunque lo intente con la mejor de las intenciones, su destino final es siempre el fracaso.

En otros casos la crisis se atribuye al papel jugado por la banca. Esto es comprensible si se tiene en cuenta que la banca simboliza al capitalismo hasta en las tiras cómicas. Cada vez que se pretende dañar la imagen del capitalismo o "matarlo" se tiene que llegar a la banca, considerada el corazón del capitalismo. Pero gran parte de la crisis financiera ha sido producto del exceso de confianza o de la irresponsabilidad o corrupción de funcionarios. Todo el sistema bancario y financiero reposa en un manto de confianza, tanto en el sistema como en las personas. El exceso de confianza y de expectativas lleva a períodos de crisis por una especie de "sobre explotación", pero también genera vacíos en el sistema que son aprovechados por los corruptos. En principio, el sistema financiero bien manejado, funciona. Y de hecho es la base del capitalismo. Por eso mismo resulta lógico que los gobiernos acudan al rescate de la banca en medio de una crisis. Los enemigos del capitalismo han puesto el grito en el cielo por el rescate bancario, creyendo ver en ello un pecado del liberalismo. Pero acá hay una diferencia notable. La intervención se hace para rescatar al sistema, y se le rescata porque es esencial. No hacerlo sería peor, incluso para los países socialistas que son los que más se endeudan. Pero se ha tomado nota de la crisis y algo se hará al respecto. Sin duda algo surgirá, así como surgieron en su momento el Banco Mundial y el FMI. Hace tres siglos que este sistema se viene perfeccionando de diversas formas. El capitalismo es en realidad producto del ingenio humano para crear riqueza y hacer que las ofertas y demandas se encuentren mutuamente, de manera que todos los agentes involucrados en la operación obtengan un beneficio. No hay nada que sea intrínsecamente malo en ese sistema. Por el contrario, este es el motor del desarrollo de las naciones. No estamos haciendo alarde ni fantasía. Son expresiones respaldadas por hechos históricos y pruebas tangibles. Cualquiera que dude, si esto es posible, solo tiene que estudiar el éxito de los emporios del capitalismo a lo largo de la costa asiática, empezando por Hong Kong.


El capitalismo se funda en el libre mercado y esa es la mejor fórmula para el progreso social. Gracias al libre mercado, que no es otra cosa que la misma sociedad libre, los ciudadanos encuentran múltiples fórmulas y soluciones para hacer que la economía funcione. El capitalismo permite que cualquier individuo tenga la posibilidad de obtener beneficios de sus ventajas o capacidades, ya sea para crear y ofrecer bienes o servicios, directos o indirectos, o para administrar algún aspecto de ese mercado ofreciendo sus artes o servicios orientados al mejor flujo de la información, las mercancías, los capitales, los clientes, o todo eso al mismo tiempo. No hay pues forma de que exista un sistema mejor. No confundamos las crisis que derivan del crecimiento del sistema. A medida que el capitalismo incrementa su complejidad mediante el empleo de más instrumentos financieros, aparecen escenarios desregulados donde las cosas pueden fallar. Pero esta es una crisis del crecimiento y la complejidad. Tarde o temprano se tendrá que reparar y el sistema recobrará sus bríos nuevamente. Las crisis suelen ser parte de la evolución del sistema. Cada crisis da lugar a nuevas reglas de juego y al nacimiento de nuevas instituciones. Es parte de la evolución del capitalismo. Y el papel del Estado es precisamente garantizar el funcionamiento de este libre mercado mediante una regulación que se orienta a impedir el juego sucio. En otras palabras, el papel del Estado en el mercado es el mismo que en la sociedad: perseguir a los rufianes. Y uno de los rufianes del mercado suele ser el propio Estado cuando cae en manos del progresismo. Todas las experiencias negativas sobre el mercado han permitido crear reglas de juego e instituciones que garantizan una constante evolución del capitalismo.

Esto es algo que no ocurre con el socialismo. Es decir, el socialismo no evoluciona. Y no lo hace porque es fundamentalmente una teoría. Es decir, no se basa en la realidad sino en las ideas. Y para colmo, en ideas malas, que parten de prejuicios y de fantasías. Mucho peor aun, se basa en ideas que ya han probado su fracaso no una sino varias veces. El socialismo no tiene fórmula de solución. Está siempre condenado al fracaso. Y es que el socialismo carece de fuerzas dinámicas propias que lo impulsen al desarrollo. El esquema es muy pobre debido a que se basa en las ideas de unos pocos que manejan el gobierno y controlan el Estado. Si en el capitalismo existen millones de ciudadanos libres intentando fórmulas de éxito, en el socialismo suele haber solo un genio iluminado que es el profeta máximo y líder absoluto tratando de resolver todos los problemas de la sociedad con un interés general muy político, puesto en la fidelidad del sistema y la doctrina antes que en el ciudadano libre. La visión es muy general, no hay ciudadanos sino sociedad. Esta visión castrante de la realidad humana es el impedimento para que se active el caldo de cultivo que es el libre mercado. En el socialismo todo transcurre en la monotonía de la doctrina del bien común, cuyo único responsable es el Estado. La consecuencia lógica de este sistema es la miseria y la pobreza. No hay manera de que un sistema socialista genere una sociedad de progreso. Nuevamente no estamos expresando simples opiniones sino afirmaciones que están probadas por la historia y cuyas evidencias están a la vista. Veamos el caso cubano. En Cuba se ha vivido ya más de medio siglo ininterrumpido de socialismo bajo el mismo régimen castrista. Una continuidad política de la que no ha gozado ningún país de Latinoamérica. Y lo que Cuba muestra hoy solo puede llamarse crisis, miseria y fracaso. No tienen ninguna escusa. Viven en la misma crisis hace décadas, y como fórmula de salvación han empezado a hacer lo mismo que todos los países socialistas cuando les llega la hora final: reducir el Estado.  Acaban de echar un millón de trabajadores estatales a las calles para que sobrevivan por cuenta propia, trabajando en un capitalismo de pequeña escala.


Los únicos peligros del sistema capitalista están del lado de la corrupción, pero esto sí es parte intrínseca de la humanidad, por lo que afecta a cualquier sistema económico. No obstante, afecta con peor intensidad a los sistemas socialistas que concentran poder gratuito, es decir, no producto de una capacidad de manejo de mercado sino simple poder político con capacidad de decisión arbitraria sobre el mercado. Es muy difícil que en un sistema capitalista la corrupción se mantenga indefinidamente sin alterar la dinámica básica del funcionamiento de una economía. En el capitalismo esto suele ocurrir en esclusas independientes que al detectarse no repercuten en el sistema general. Ocurre muy seguido y nadie más allá del cluster afectado se entera. Pero en el socialismo la corrupción suele ser una especie de cáncer permanente que corroe las entrañas de todo el sistema sin que nadie lo perciba hasta que el sistema total colapsa, como ocurrió con el comunismo soviético y como está ocurriendo hoy con los países super burocratizados de Europa.

Muchos de los que pronostican el fin del capitalismo tienen una idea muy equivocada de lo que es el capitalismo. Incluso es curioso ver cómo estos "indignados" gritan consignas en contra del mercado. ¡Pero si el mercado son ellos mismos! Todos y cada uno de los miembros de la sociedad conformamos el mercado. Le damos vida a diario. Apenas nos levantamos y abrimos la llave de la ducha ya empezamos a consumir, empezando por el agua y el jabón. El mismo acto de untar el pan con mantequilla es una decisión de mercado. Salir a trabajar o quedarse en casa afecta la economía. No podemos renegar del mercado sin renegar de nosotros mismos. ¡Nosotros somos el mercado! ¿A quién le echamos la culpa? ¿No somos nosotros los que tomamos las decisiones a la hora de comprar, pedir una hipoteca, aceptar una tarjeta de crédito, firmar un contrato, etc.? Entonces ¿a qué mercado le estamos reclamando? ¿Quién quieren que tome las decisiones? Solo en la mente de los progresistas existe este divorcio artificial entre el mercado y la sociedad. Cuando decimos "mercado" nos estamos refiriendo a la sociedad en sus acciones y decisiones que toma sobre la economía, ya sea al consumir, vender, comprar, alquilar, ofrecer, etc. Resulta cómico pues leer a los progresistas satanizando al mercado y defendiendo a la sociedad. Es parte de la esquizofrenia progresista. Esto significaría que los ciudadanos son muy buenos cuando nos referimos a ellos en términos de "sociedad", pero son una escoria cuando nos referimos a ellos en términos de "mercado". ¿Quién entiende a los progresistas?

Hay muchos mitos regados en torno al capitalismo. Algunos parten de tesis totalmente equivocada, como por ejemplo, que el beneficio del capitalista reside en una diferencia entre el valor del trabajo y el sueldo que paga. Es decir, que para obtener beneficios el capitalista debe pagar siempre por debajo del valor real del salario. Eso es simplemente una aberración. El valor del trabajo lo decide otra vez el mercado, es decir, los trabajadores cuando aceptan o rechazan un empleo basados en el salario. Hay casos en que los salarios se disparan porque de pronto hay un requerimiento exagerado de cierta mano de obra, como la que ocurrió en Lousiana luego de Katrina. Los sueldos de los obreros de construcción se triplicaron. Es la demanda de empleo la que hace que los sueldos suban y que las condiciones de trabajo mejoren.

A lo largo del tiempo se han levantado mitos en contra del capitalismo. Han enfrentado absurdamente al empleador y al empleado, graficando esta relación como una especie de esclavitud. Han cifrado las ganancias en la plusvalía. Nada es más equivocado que esa idea. En el capitalismo se han producido las más diversas formas de lograr utilidades mediante la inventiva, administrando de diversas formas los bienes, las ofertas y las demandas. Incluso muy pocos llegaron a entender la dinámica del capitalismo financiero. En su libro "El dinero", John Kenneth Galbraith nos hace una narración de los inicios de la banca que son muy ilustrativos. En ella veremos que las crisis son consustanciales al sistema, y que estos siempre se corrigen. En estas líneas veremos cómo resulta sorprendente el ingenio del capitalista para crear riqueza. Y eso que estamos hablando solo de los inicios de la banca. En apenas un siglo se llegarían a generar diversas variantes que le darían forma al complejo mundo de las finanzas como la aparición de los numerosos títulos valores, los conglomerados comerciales, las sociedades anónimas, las bolsas financieras, las franquicias, los trust, los holdings, las corporaciones, etc. Veamos cómo empezó toda esta magnífica historia de creatividad.

"El proceso de creación del dinero por los Bancos es tan simple que repugna a la mente. Tratándose de algo tan importante pareciera que un mayor misterio sería lo más adecuado. Los depósitos del Banco de Amsterdam que acabamos de mencionar estaban sujetos, según las instrucciones de sus dueños, a transferencias a otros para liquidación de cuentas. (Esto había sido, desde hacía tiempo, una facilidad ofrecida por los Bancos). La moneda en depósito no servía menos como dinero por el hecho de estar sujeto a transferencia por el rasgo de una pluma.

Inevitablemente se descubrió -en realidad por los ciudadanos conservadores de Amsterdam, al verlo reflejado en sus propias necesidades como Directores de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales- que otro plumazo bastaba para que otro prestatario del Banco, no acreedor del primitivo depositante, obtuviese un préstamo tomado del primitivo e inoperante depósito. El depositante podía saber que su depósito sería empleado para este fin... y tal vez cobrar por ello. El depósito original seguía siendo acreditado por el depositante primitivo. Pero ahora había un nuevo depósito producido por los réditos del préstamo. Ambos depósitos podían ser empleados como dinero para hacer pagos. De este modo se había creado dinero. El descubrimiento de que los Bancos podían, de este modo, crear dinero, se produjo muy pronto en la evolución de la Banca. Había este interés a ganar. Y con la perspectiva de esta recompensa, en el hombre afloraba un instinto natural de innovación.

Pero había otra posibilidad alternativa: la de los billetes de Banco, que habría de ser maravillosamente explotada en la futura república americana. Consistía en dar al prestatario no un depósito sino un billete convertible en dinero efectivo colocado en el Banco gracias al primitivo depósito. Con este billete, el prestatario podía hacer su pago; el receptor de este pago, en vez de convertir el billete en dinero, podía emplearlo para sus propios pagos y así ad infinitum. Mientras tanto, el Banco iba cobrando intereses por el préstamo primitivo. Tal vez un día el billete sería devuelto y cobrado en dinero efectivo del depósito original, pero entonces el prestatario habría pagado ya su débito, también en dinero efectivo. Todo habría ido bien, y se habría ganado un interés.

También había la posibilidad de que el billete siguiese circulando de mano en mano sin hacerse jamás efectivo. El préstamo que había dado lugar a su emisión ganaría intereses y a su debido tiempo sería pagado. Mientras tanto, el billete seguiría circulando, y nunca se reclamaría el dinero primitivo que había permitido el préstamo original. En los años de 1960, Mr. George W. Ball, eminente abogado, político y diplomático, abandonó sus funciones públicas para ingresar como socio en la gran empresa Lehman Brothers, de Wall Street. Apenas se hizo cargo de sus nuevas funciones preguntó: "Bueno, ¿y por qué no me habían hablado antes de la Banca?"...

La maravilla de los Bancos en relación con el dinero -la maravilla de crear depósitos o emitir billetes para este fin- pendía de un hilo finísimo. Este era la necesidad de que los depositantes o tenedores de billetes acudiesen en un número bastante reducido a cobrar el dinero que el Banco estaba obligado a pagarles. Si lo hacían todos a la vez, el Banco no podría pagarles...

Así, al desarrollarse la Banca y a partir del siglo XVII se desarrollaron también, con la ayuda de otra circunstancia, los ciclos de euforia y de pánico. Su duración dependía a grosso modo del tiempo que tardaba la gente en olvidar el último desastre, del tiempo en que tardaba el genio financiero de una generación, hundida y desacreditada, en ser sustituidos por nuevos artífices capaces de hacer que el público les atribuyera las dotes de Rey Midas".

John Kenneth Galbraith, "El dinero", 1975



Dante Bobadilla Ramírez


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