sábado, 18 de febrero de 2012

Hugo Chávez y las estrellas de Hollywood



Hace noventa años una turba de bolcheviques irrumpió en el Palacio de Invierno, en San Petersburgo, arrestaron al gobierno provisional e instalaron una "dictadura del proletariado". Aunque la revolución rusa ya no es muy popular (ni siquiera para los rusos, que ya no conmemoran la Revolución de Octubre sino la expulsión de los polacos de Moscú en 1612), sentí que era importante señalar la ocasión. En honor al aniversario de la Revolución de Octubre, volví a leer "Diez días que estremecieron al mundo", la famosa narración de la revolución rusa escrita por John Reed. Luego volví a leer la semana pasada los informes de prensa del reciente encuentro entre Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, y Naomi Campbell, la famosa supermodelo británica.

Tal como lo recordaba, el libro de Reed transmite magníficamente toda la energía que se respiraba en el otoño de 1917 - "Era una aventura, una de las más maravillosas aventuras que un hombre jamás haya emprendido: entrar a la Historia encabezando las masas proletarias"- así como su propia fascinación y aprobación de la violencia que veía a su rededor. Después de asistir a un funeral masivo, explica por qué los rusos ya no necesitan la religión: "Ellos están construyendo en la Tierra un reino más maravilloso que el que cualquier cielo podría ofrecer, y por el cual morir sería un gran honor". En cambio se siente avergonzado cuando tiene que explicar que en los Estados Unidos la gente trata de cambiar las cosas mediante la ley -una situación que sus nuevos camaradas rusos encuentran "increíble".

Avanzo rápidamente 90 años y, sorprendentemente, poco ha cambiado. Es cierto que la revolución rusa en sí ya no se admiraba mucho, ni siquiera por los herederos de Reed en la extrema izquierda. Pero aquel impulso que llevó a Reed a San Petersburgo sigue existiendo. La debilidad occidental de la violencia revolucionaria de los otros, la creencia en el glamour y la benevolencia de los dictadores extranjeros, y la insistencia en ver ambos a través del prisma de los debates políticos occidentales, está todavía muy presente entre nosotros. 

La prueba A es, por supuesto, Naomí Campbell. Aunque es más conocida por su gusto por los zapatos que por sus opiniones sobre la economía de América Latina, sin embargo, la semana pasada en Caracas lanzó un discurso sobre el "amor y coraje" que el presidente Chávez vierte en sus programas de asistencia social. Usando lo que un periódico venezolano llamó "un exquisito y revolucionario vestido blanco de la prestigiosa casa de moda Fendi", elogió al país por sus "largas cascadas". Por supuesto, Campbell no mencionó las manifestaciones anti-Chávez celebradas en Caracas la semana anterior a su visita, ni la propuesta de cambios constitucionales diseñados para permitir a Chávez mantenerse en el poder indefinidamente, o el hostigamiento de Chávez a dirigentes de la oposición o medios de comunicación.

Pero entonces no era ese el motivo de su visita, al igual que no lo fue cuando el actor Sean Penn, un radical autoconsciente y enemigo declarado del presidente estadounidense, pasó un día entero con el Presidente Chávez. Juntos recorrieron el campo. "He venido aquí en busca de un gran país. Y me encontré con un gran país", declaró Penn. Por supuesto, se encontró con un gran país. Penn quería un país donde podía ganar adulación por sus puntos de vista sobre la política de EEUU, y el presidente venezolano se lo proporcionó con mucha felicidad.

De hecho, para los descontentos de Hollywood, la academia y las pasarelas, Chávez es un aliado ideal. Al igual que los simpatizantes extranjeros a quienes Lenin llamaba "tontos útiles", ya que proporcionaban amplio apoyo a Rusia en el extranjero, sus equivalentes modernos proporcionan al presidente venezolano legitimidad, atención y buenas fotografías. Él, a su vez, les ayuda a superar la frustración que John Reed una vez sintió: la frustración de vivir en un aburrido país no revolucionario donde la gente prefiere cambiar las cosas a través de la ley. A pesar de su brillantez, Reed no podía llevar el socialismo a Estados Unidos. A pesar de su riqueza y fama, el acceso a los medios de comunicación y el poder de Hollywood, Sean Penn no pudo sacar a George W. Bush. En cambio, presentándose ante la compañía de Chávez, puede al menos obtener mucha más atención por sus opiniones. 

En cuanto a la política venezolana o el pueblo venezolano estos no importan en lo absoluto. El país está simplemente jugando un papel enterrado en el pasado por Rusia. Pero es junto a Cuba y Nicaragua una expresión de ese sistema anacrónico, y que además resulta por este momento el único aceptable. Es evidente que Venezuela es más fácil de idealizar que Irán y Corea del Norte. Aunque la actitud de Chávez hacía las mujeres no conduce hacia modelos de pasarela, siendo además francamente hostil a Hollywood. Venezuela es además un país cálido, relativamente cercano y un país de hermosas cascadas.

Después de todo, no solo al líder de Venezuela le desagrada el presidente de Estados Unidos -también lo hacen la mayoría de los otros jefes de Estado- pero Chávez se refiere al presidente de EEUU como "el diablo", un "dictador", un "loco" y un "asesino". A quién le importa lo que Chávez hace en realidad cuando Sean Penn no está mirando? Noventa años después de la tragedia de la revolución rusa, Venezuela se ha convertido en el "reino más brillante que cualquier otro el cielo podría ofrecer" una nueva generación de compañeros de viaje. Mientras el petroleo les dure.

Traducción: Dante Bobadilla


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