lunes, 2 de abril de 2012

La pobreza como pretexto de la izquierda



Introducción

La pobreza es el argumento más utilizado por la izquierda, tanto para legitimar su doctrina y accionar como para desprestigiar al capitalismo. Según la perspectiva de izquierda, los pobres son una prueba del fracaso del "sistema capitalista". Ellos defienden el socialismo, un sistema que garantiza la inexistencia de pobres, un paraíso de igualdad donde no habría ni ricos ni pobres. Sin embargo, hay varios elementos y hechos reales que demuestran la precariedad de las visiones de izquierda y lo iluso de sus aspiraciones. En este trabajo veremos, en primer lugar, cómo la pobreza es un concepto muy manoseado por las ciencias sociales y por los políticos. En segundo lugar, consideraremos las pruebas que ya la historia nos proporciona sobre las posibilidades reales de las tesis de izquierda aplicadas a los hechos. Luego mostraremos cómo el capitalismo es el sistema que ha logrado sacar de la pobreza a varias naciones en el último medio siglo, mientras que el socialismo hundió en la miseria a varias otras. Por último, aprenderemos que la política no consiste en construir un mundo especial sino en manejar la existencia humana en un ambiente de libertad y de respeto por los seres humanos, que son en sí mismas las metas más preciadas que la política puede garantizar.


La política de la pobreza

Para comenzar aclaremos una primera diferencia entre ambos sistemas en cuestión. Si bien empleamos el concepto "sistema" para referirnos al capitalismo, es necesario dejar en claro que no existe un "sistema capitalista" en el mismo sentido en que existe un "sistema socialista". El capitalismo no es un sistema que haya sido concebido teóricamente por alguien, con el objetivo explícito de solucionar los problemas de la humanidad, y el cual debe ser montado en la sociedad e impuesto por la fuerza siguiendo los planos teóricos, con sus respectivos controles rigurosos para impedir cualquier desviación. Así funciona el socialismo; pero no el capitalismo. En tal sentido, el capitalismo no es un sistema sino la expresión conceptualizada de un mundo libre, regido por el intercambio de bienes y servicios en un ambiente de libre mercado. En otras palabras, estamos hablando de algo que ha existido de manera natural y de diferentes formas a lo largo de miles de años en la humanidad. Por ello, mientras que la libertad es consustancial al capitalismo, no ocurre igual en el socialismo, donde predominan las restricciones. Actualmente, en muchos países, incluyendo el Perú, existe una situación anómala donde ambas nociones se mezclan un poco, mostrando sectores con muchas restricciones, como el campo laboral, junto con sectores de mucha libertad, como las inversiones y la banca. Hecha esta precisión, vayamos ahora a hablar de los pobres.

La izquierda acostumbra "denunciar" la pobreza, señalando a los pobres como prueba de que el sistema capitalista o "neoliberal" no funciona. Cada vez que señalamos el éxito del Perú en los últimos veinte años con una política de libre mercado, la izquierda refuta de inmediato afirmando que aún hay mucha pobreza. La pregunta que deberíamos plantearnos es si estamos en busca de erradicar la pobreza. ¿De eso se trata realmente? No. Para ser honestos, la política no consiste en eso. Aunque los políticos parecen haberse quedado en esa percepción, pues todos aseguran gobernar para los más pobres, la política en realidad no trata de los pobres. Eso es lo que nos ha hecho creer la izquierda con su retórica centrada en la pobreza, y mostrándola como una prueba del fracaso de la política. Tanto nos han señalado a los pobres como prueba de fracaso que los políticos ya solo piensan en "gobernar para los más pobres". Pero se trata de un error. Uno de los muchos errores a los que la izquierda nos ha llevado con su retórica llena de falacias. Mucha gente ha caído víctima de las confusiones teóricas generadas por la izquierda, y hoy nos movemos en medio de una sociedad confundida, manejada por políticos confusos y repletos de falsos conceptos que ya forman parte de lo "políticamente correcto".

La política no consiste en erradicar la pobreza sino en generar posibilidades que permitan crear riqueza. Sería mejor dar un ejemplo simple. La política es como organizar una fiesta para que todos puedan divertirse. Podemos hacer eso, pero no podemos garantizar que todos se divertirán y, mucho menos, que lo harán en un mismo grado de igualdad. Siempre habrá quienes no se interesen por la fiesta, además de gente que por creencias religiosas tiene impedido divertirse, por ejemplo. Pero ¿eso prueba el fracaso de la fiesta? ¿Estamos obligados a que todos se diviertan por igual o simplemente a dar una buena fiesta en la que cualquiera pueda divertirse, si lo desea? En la política ocurre lo mismo. Debemos crear buenas condiciones para que todos puedan aprovecharlas, pero no podemos garantizar que todos lo harán, y menos en igualdad de condiciones, y mucho menos en igualdad de resultados. Hasta allí no llega la responsabilidad ni las posibilidades de la política. Existe una distancia saludable entre la vida de los ciudadanos y los alcances y posibilidades de la política de un Estado. Debemos respetar, exigir y defender esa distancia. No podemos obligar a la gente a tomar decisiones para su propio beneficio. Nadie está obligado a crear riqueza y a integrarse a la dinámica económica del mundo. Podemos ofrecer educación, pero no garantizar que todos aprenderán igual. Podemos ofrecer servicios de salud, pero no evitar que sean negligentes con su salud. Podemos ofrecer créditos, pero no impedir que sean malgastados. Podemos ofrecer seguridad bancaria pero no obligar a la gente que use los bancos. Hay una gran distancia entre lo que la política puede hacer y las decisiones que las personas deben tomar. Por lo demás, la vida humana tiene muchos matices y formas de existencia, y debemos entender y respetar todos esos matices y formas de desarrollar la vida. Una cierta forma de pobreza y de riqueza es parte de esos matices que tiene la vida. La existencia humana se basa en la variabilidad y no en la igualdad.


La pobreza

No estamos hablando obviamente de una pobreza endémica, apoderada de una nación entera, creando condiciones que hacen imposible el despegue autónomo del país, como es el caso de Haití. Nos referimos a los matices que se dan en un país en donde existen posibilidades reales de generar riqueza y esta existe visiblemente. Desde luego que puede haber también una pobreza generalizada y derivada directamente de las condiciones políticas y económicas que rigen a un país, como observamos en Cuba. Pero por otro lado, lo que solemos llamar "pobreza" en términos generales es también un conjunto de diversas formas de vida que se generan por diferentes razones. Incluso el calificativo de "pobreza" responde a una cierta forma de ver y entender el mundo, antes que a una condición específica real. Hay "pobreza" desde el punto de vista de la economía, pero referida a veces a comunidades que tienen ciertas condiciones culturales propias, no derivadas de la política de un Estado. Podríamos diferenciar a la pobreza por el grado de vinculación que tiene una comunidad con el Estado. Muchas viven al margen de las influencias de la política y del Estado.

La pobreza más cercana a las políticas del Estado es la que se genera alrededor de las grandes ciudades como cinturones de miseria, consecuencia también de características culturales (migración, crecimiento familiar descontrolado, invasiones de tierras, etc.) o debido a fenómenos coyunturales (catástrofes naturales, violencia política, etc.), pero estas formas tienden a ser temporales y los pobres llegan a salir de esa situación si hay buenas condiciones políticas. Lo hemos visto en Lima, en todo el cono norte que hoy es el foco del poder económico, pero que treinta años atrás eran zonas de miseria. También lo hemos visto en el emporio comercial de Gamarra, creado por migrantes pobres que se iniciaron en la venta ambulatoria. Por eso usamos la simpática palabra "emergentes" para denominar a esos ex pobres que con su esfuerzo y trabajo lograron construir un destino de prosperidad, gracias a un ambiente de libertad y de derechos que ofrece un régimen capitalista.


Pero hay muchos otros tipos de "pobreza" mal conceptualizados, como el que se observa en comunidades nativas de la sierra y la selva. No podemos violentar el estilo de vida de estas comunidades para alcanzar nuestros estándares occidentales de riqueza. También existe una pobreza endémica, propia de regiones que, pese a sus riquezas naturales, viven marginadas por la falta de vías de comunicación. Existe otra pobreza de tipo postal, que permanece igual por la propia naturaleza de su afincamiento, como la que observamos en los cerros más próximos de Lima, donde vive gente que habiendo acumulado riqueza suficiente no cambia su régimen de vida o la mejora en ese mismo espacio, como lo evidencian las construcciones de material noble. El caso es que esa postal de "pobreza" siempre la veremos como parte del paisaje, aunque sea una imagen engañosa. En suma, tenemos muchas formas de "pobreza", incluyendo la ficticia, aquella que se simula solo para poder alcanzar los beneficios sociales del Estado. Una buena parte de la estadística estatal es de ese tipo. Pero al final de todo, los órganos del Estado nos ofrecen estadísticas de pobreza muy simplificadas que no nos explican de qué clase de pobreza hablan. Solo nos dicen 35% de pobreza. Esa manera de mostrar y entender la pobreza nos parece sumamente ineficiente e irreal.


La izquierda y la pobreza

Como acabamos de ver en este rápido y apretado análisis, existen muchas formas de "pobreza" y ninguna de ellas es consecuencia del capitalismo. Al contrario, el capitalismo permite que muchas formas de pobreza sean una condición temporal, y ofrece la oportunidad de emerger o salir de ella. En cambio los regímenes de izquierda ayudan al pobre pero no les permiten escapar de esa condición. Más allá de esto, la relación de la izquierda con la pobreza es paradójica. No hay político de izquierda que no haga campaña a favor de los más necesitados, y que no pretenda erigirse en el redentor de los pobres, el mesías que conducirá a los desposeídos hacía la tierra prometida, liberándolos de la miseria; pero lo cierto es que la izquierda no les permite emerger ni salir de su pobreza. Hoy el discurso de izquierda habla de "incluir" a los pobres. La frase de moda es "inclusión social" pero en el plano político es simple asistencialismo estatista. Se ha entendido la "inclusión social" como una forma de llevar el accionar del Estado a zonas que no han sentido su presencia, pero lo que han hecho es llevar ayuda. Esa no es la clase de inclusión que los pueblos necesitan y reclaman. El Estado debe llegar con carreteras, redes eléctricas, tuberías de alcantarillado y agua potable, seguridad, etc. La ayuda temporal del Estado solo debe llegar cuando hay emergencias, y la permanente debe estar focalizada en sectores realmente vulnerables como ancianos, huérfanos, etc.

No hay duda que los pobres son el público objetivo de los políticos de izquierda. Es una actitud que se recubre con valores altruistas como solidaridad y "sensibilidad social". Todo esto hace que la izquierda sea vista como la opción correcta. Los de izquierda se muestran como los seres más sensibles y nobles del mundo, pero detrás de esa aparente sensibilidad por los pobres, practican una doctrina del odio y la violencia. Lo curioso es que pese a esta pasión y dedicación por los pobres, en todo el siglo XX y hasta el presente, la izquierda es la clase política que más pobres ha generado, llevando incluso a países enteros a la miseria más agobiante. Y es que no basta hablar de los pobres para que estos dejen de serlo. Tampoco da resultados ir hacia los pobres con ayudas directas, convirtiendo al Estado en una gran beneficencia, como el Estado cubano o venezolano, repletos de programas sociales asistenciales y permanentes, que a la larga se pervierten de diversas formas, entre ellas, la corrupción. Eso no funciona. La política no puede reducirse a la ayuda a los pobres. Eso es perder de vista los objetivos generales que persigue la política como la gran tarea de construir una nación. Una tarea que no la hace solo el Estado sino básicamente los propios ciudadanos a quienes el Estado debe garantizar la libertad, ofreciendo seguridad y soporte real traducido en recursos, infraestructura y formas complementarias de sostener el accionar de la gente, como el acceso rápido y eficaz a la justicia. La política entendida como ayuda a los pobres se reduce a una simple misión asistencialista y clientelista, que no crea fortalezas entre los ciudadanos. En muchas ocasiones la ayuda que los regímenes de izquierda ofrecen se convierte en un premio a la pobreza, lo que alienta a seguir en dicha condición.

Durante el siglo XX la izquierda socialista mundial se caracterizó por crear regímenes de pobreza y miseria. Aunque en este siglo el socialismo marxista ha desaparecido, hay una nueva versión de socialismo populachero que no ha producido resultados muy diferentes, como podemos observar en los países dominados por esta nueva izquierda, tales como Venezuela y Argentina, donde los regímenes de Hugo Chávez y Cristina Fernández han incrementando notablemente el número de pobres, pese a las grandiosas ayudas estatales. La pobreza crece al margen de los fabulosos ingresos que tienen estos países por la venta de sus commodities, lo que solo se refleja en el crecimiento estadístico de su economía, pero que va paralela a su degradación social. Otros países, como Brasil con Lula, han conseguido que las estadísticas no contabilicen tanta pobreza, pero no porque los pobres hayan superado su condición sino porque gozan de programas asistenciales que evitan su contabilización. Al menos es un truco mejor que el de Cuba que falsea sus estadísticas o simplemente las niega.

A estas alturas de la historia ya no es ningún secreto que los regímenes de izquierda generan pobreza, mientras que los de derecha generan progreso y riqueza. Los ejemplos más claros y contundentes son los cuatro tigres del Asia: Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwan. Estos tres últimos escaparon de la miseria en menos de treinta años, orientando sus exportaciones al mundo y convirtiéndose en economías globales. Por su parte, regímenes de izquierda como los de Cuba y Corea del Norte solo han generado miseria y degradación humana, en medio de regímenes cerrados, totalitarios y vergonzosos.

¿Cómo explicar que quienes más dicen preocuparse por los pobres acaban generando más pobreza y miseria?  Peor aún: ¿cómo es posible que después de comprobarse el fracaso de los planteamientos de izquierda a lo largo del mundo entero, todavía existan políticos insistiendo en estos planteamientos, y gente dispuesta a escucharlos y seguirlos? Podríamos preguntarnos incluso ¿cómo es posible que la izquierda latinoamericana, responsable de miseria, muerte y destrucción, a causa de regímenes de opresión como el de Cuba, terrorismo genocida como el de Sendero Luminoso, guerrillas criminales y despiadadas como las FARC, y otras formas perversas de política basadas en la violencia y el desprecio por la ley, tenga todavía audiencia en la juventud actual? Una respuesta simple y fácil podría ser: la infinita estupidez humana. Pero creo que incluso la estupidez merece explicación.


La ideología del odio social

Vamos a pasar por alto el hecho de que muchos políticos hablan de los pobres y se ocupan de ellos tan solo en términos populistas y clientelistas, vale decir, en busca de votos. Este tipo de actitudes lejos de resolver el problema tiende a mantener la pobreza y, peor aun, a premiarla. Pero vamos a dejar a los clientelistas como Hugo Chávez y a ocuparnos de la teoría de la izquierda en torno a la pobreza. No hay una teoría oficial que explique la pobreza pero la izquierda sugiere que es el resultado de una estructura social y de un esquema económico. La teoría social nos habla de clases dominantes que oprimen a las clases débiles. Es decir, que los ricos son ricos a costa de los pobres. La teoría económica nos habla de la propiedad de los medios de producción y de la plusvalía. Es una especie de explotación de los trabajadores por parte de los empresarios. A partir de estas concepciones de base, la izquierda genera su prédica de odio de clases y de revolución en busca del cambio del sistema económico.

Bajo esta perspectiva, la izquierda fue a lo largo del siglo XX la fuente de una nueva violencia mundial, que reemplazó a las tradicionales guerras entre naciones para pasar a guerras intestinas a cargo de guerrillas y terroristas enfrentadas al Estado por la conquista del poder, inspiradas en la revolución francesa y bajo los mismos lemas de justicia, igualdad y solidaridad. La izquierda ha sido el sector político encargado de sembrar el odio de clase, el odio a la empresa privada y la animadversión de los trabajadores contra sus patrones, con el objetivo de crear las "condiciones históricas y sociales" necesarias para su revolución. La izquierda ha sido la fuente de todos los odios que han alimentado la política nacional a lo largo del siglo XX, y lo sigue siendo hoy. Culpar de la pobreza a otros ha sido la estrategia para sembrar el odio como principal ingrediente de la agitación social. En el Perú, la revolución de Velasco llenó el país con carteles que decían "Campesino: el patrón no comerá más de tu pobreza". Parte de ese encono social sería aprovechado más tarde por Sendero Luminoso para desatar su guerra genocida.

Esta prédica sistemática de odio en contra del sistema capitalista, contra las empresas, los empresarios y las "clases dominantes", así como contra ciertas entidades y países como el FMI y los EEUU, y prácticamente contra toda la cultura occidental como los responsables de todos los males del planeta, ha hecho de la izquierda el sector más delirante y peligroso de la política a nivel regional. Los líderes de izquierda suelen ser evidentes desequilibrados mentales que predican el odio, y que no dudan en insultar a otros presidentes, políticos o instituciones que no gozan de su aprobación.  Tampoco dudan en emprender acciones criminales y genocidas, como ya hemos visto tantas veces. Mediante la prédica del odio a los supuestos "enemigos del pueblo", procuran reclutar adeptos a su causa. Promueven acciones de repudio, revueltas sociales y agitación política escudados en una pretendida nueva forma de democracia, a la cual llaman "democracia participativa y popular", opuesta a la tradicional y real democracia representativa, fuente de toda civilización, pero a la cual detestan y combaten. En realidad su "democracia participativa y popular" no es más que una etiqueta con la que justifican sus acciones de violencia social y desestabilización política.

Lo que debemos preguntarnos es si el interés de la izquierda por los pobres es genuina. No nos referimos a su interés por utilizarlos como combustible de su revolución sino para sacarlos de la pobreza. No lo creo. Primero porque no les conviene eliminar la pobreza ya que perderían toda su razón de ser y existir como opción política, y segundo porque tampoco saben cómo hacerlo. No hay duda de que sus tesis sobre el origen de la pobreza son equivocadas. La pobreza no se origina a causa de una estructura social o de un sistema económico. Hay un componente cultural implícito en muchas formas de pobreza. No siempre la pobreza es aquello que entienden los políticos, los burócratas y los economistas. Hay una tendencia a la medición económica para determinar la pobreza, pero eso no basta. Hay ambientes donde los ingresos no se miden en dinero porque el dinero no existe o no es tan importante, tampoco lo es el acceso al crédito bancario o el empleo de ciertos electrodomésticos. De hecho, las condiciones de vida no tienen por qué equipararse o medirse según los estándares de una sociedad occidental moderna y tecnificada. De modo que primero habría que entender lo que es la pobreza como fenómeno cultural complejo y variado.


Pobreza y cultura

Hay diferencias notables para entender la pobreza urbana y la rural, así como para calificar a comunidades aisladas que viven siguiendo su propia idiosincrasia. Ya está comprobado que la pobreza no es una cuestión económica. Familias y comunidades asistidas económicamente subsisten en su condición de pobreza. Hoy se habla de asistirlos de otras formas, con capacitación y "empoderamiento", por ejemplo. Pero no somos muy optimistas con estas nuevas formas de asistencia, pues al fin y al cabo son asistencias, y esto solo produce resultados artificiales en el afán de cambiar estilos de vida. La pobreza es en muchos casos una manera de ver a comunidades que simplemente son diferentes. El subdesarrollo es también consecuencia de una manera de entender la vida y de actuar frente al mundo con ciertos valores propios de una cultura. Sabemos que la religión es un gran componente cultural que aporta la cosmovisión básica de un pueblo y tiene una gran influencia en el proceso social.

Obviamente no es casual que los países más prósperos tengan una religión protestante y mantengan una clara separación entre el Estado y la Iglesia, mientras que los países menos desarrollados o atrasados son católicos o islámicos o de otras religiones de menor influencia, con escasa o ninguna separación entre la Iglesia y el Estado. Tampoco es casual que los países donde existe mayor libertad hayan alcanzado el desarrollo más rápido, especialmente la libertad de pensamiento, lo cual exige precisamente una cierta distancia de la Iglesia o de la religiosidad popular, pero también de creencias ideológicas. Es evidente que los países donde se han mezclado la religión y la ideología de izquierda, son lugares explosivos, causantes incluso de la nueva plaga de la humanidad: el terrorismo. Todas estas cuestiones no se evalúan con la necesaria profundidad a la hora de analizar la pobreza, y se tiende a proponer explicaciones facilistas, como la falta de inclusión social. Parece persistir una visión generalizada en la que el Estado es el gran responsable de la vida de los individuos. Cosa que es falsa.

El típico discurso izquierdista alrededor de la pobreza lleva a creer que la pobreza es una especie de enfermedad que puede ser erradicada con algún tipo de tratamiento por parte del Estado, lo que conduce a hablar en términos de "lucha contra la pobreza", traducida en programas de asistencia social. Parecen estar convencidos de que la pobreza es un mal aislado y definido, casi un objeto material, que puede ser trabajado y cambiado con acciones directas. Desde luego, toda esa concepción es equivocada. 

En las zonas urbanas donde suele concentrarse la pobreza como un manto que se esparce alrededor de la ciudad, se trata de una condición inicial muy natural. El hombre nace pobre, por decirlo así, y debe hacer algo para salir de esa pobreza. Si no hace nada persistirá en su condición de pobreza. Pero si toma las decisiones acertadas puede escapar de la pobreza al cabo de unos años. Pruebas de esto hay a montones, y ya hemos señalado algunos ejemplos. Pero para mayor abudamiento, mencionaremos que en la lista de los hombres más ricos del planeta tenemos buenos ejemplos de gente que empezó en la pobreza y hoy cuenta su riqueza por miles de millones. Hay biografías ilustres como la de Aristóteles Onasis. No son cuentos de hadas sino realidades. Pero para que esto pueda ocurrir se precisa un ambiente político y económico de libertad, donde se valore el trabajo y la creatividad individual, y se respete la propiedad. Ese es el ambiente que garantiza el capitalismo.

En resumen, no precisamos de las revoluciones sangrientas ni de los discursos de odio que promueven las izquierdas de latinoamérica si lo que deseamos es salir del atraso, el subdesarrollo y la pobreza. La solución es harto conocida. Solo tenemos que seguir el ejemplo de los países que lograron salir de la miseria. Hay ejemplos en Latinoamérica, como Chile, que luego de superar el desastre que significó el gobierno de izquierda de la Unidad Popular y Salvador Allende, ingresó a una etapa de refundación del Estado, con una visión moderna de la economía, que hoy ha llevado a esa nación a los umbrales del desarrollo. Desde luego, tampoco necesitamos que estas transformaciones sean hechas en dictaduras. Aspiramos a que nuestros países se desenvuelvan dentro de la democracia representativa y del Estado de Derecho. Pero para esto, me temo que debemos enfrentar a la izquierda cavernaria y violentista de inspiración marxista, y a las modernas versiones de neosocialismo extravagante de izquierda populachera. Adicionalmente, debemos enfrentar las posturas tibias e improductivas de los "políticamente correctos", lo que significa eliminar la hipocresía de la política.

(c) Dante Bobadilla Ramírez
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2 comentarios:

  1. Estimado Dante aprovecho en enviarte última columna publicada hoy en Expreso. Saludos.

    Ambigüedades antiliberales

    Mientras Sendero tomaba rehenes en el Cusco, los radicales en Cajamarca retomaban su ‘guerra’ ideológica por punas, plazas y medios sin la prudencia de esperar el resultado del peritaje técnico en Conga. Asunto crucial para inflar sus candidaturas de ‘nueva izquierda’ y acorralar al ‘diablo liberal’. Pugnan por el 31% de votos huérfanos del candidato Humala. Lo curioso es que a la par y en la capital, el ‘progresismo’ zurdo socialdemócrata sale a apoyar las paralizaciones de sus chocheras radicales antimineros. Todo un frente antiliberal, antesala de lo que seguirá ocurriendo con otras imprescindibles inversiones para la economía nacional y la reducción de la pobreza.

    Sector al que M. Vargas Llosa presenta como los ‘más cercanos’ al liberalismo. Una socialdemocracia que dice haberse ‘europeizado’ pero que con su apañamiento a los ultras marxistas nos dicen todo lo contrario. El resultado imprudente podría ser la fragmentación de un sano marco liberal por la terquedad en juntar perro, pericote y gato en ‘cercanías’ social confusas alimentados por penosos odios personales.

    ¿Es factible un liberalismo peruano orgánico y competitivo de la mano con los que ahora se alían y codean con la zurda más intervencionista –hasta bolivariana– que existe, petardeantes del crecimiento? Mientras se permita hacer creer que las libertades económicas son mucho menos importantes que las políticas, la distorsión socavadora va a brotar en los intentos políticos libertarios pro partidos que se puedan armar. El doble sentido seguirá gobernándonos si los consensos en torno al mercado y la democracia, que un 70% de peruanos viene abrazando objetivamente, son disociados. La gran revolución liberal pendiente condiciona hacerse bajo la batuta de auténticos actos e ideales liberales económicos y políticos. Condición que la socialdemocracia ‘caviarizada’, a la que se guiña el ojo, parece no tener ganas de entender o que acomoda pendencieramente. Con la misma habilidad que una comadreja tiene para succionar el contenido de un huevo sin romper la cáscara, ese ‘progresismo’ ha hecho lo mismo con muchos temas propios del liberalismo.

    En el Perú actual, o se está con el mercado y la democracia sin los cuales la integración no sería posible, o se está con las poses radicalizadas y estatizantes antiliberales. El enemigo es la ambigüedad, la tergiversación de los idearios que no se cansa de seguir gobernándonos y que es herramienta adicional de los manipulables conflictos político económicos como los que estamos viendo.

    Miguel Lagos.Diario EXPRESO 18/04/2012

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  2. e parecen acertadas , claras y a propósito estos planteamientos de la realidad contemporánea

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