Sin duda muchas conductas humanas son difíciles de explicar. Incluso imposibles. Por ejemplo, alguna vez todos hemos tratado de explicarnos por qué la chica más bella del barrio elige al muchacho más idiota del grupo. En esta ocasión hacemos esfuerzos por comprender por qué el pueblo de Venezuela insiste en elegir al que, sin duda alguna, es el político más impresentable de la región y, peor aun, el que está hundiendo a Venezuela en una situación que se hace cada vez más difícil de manejar, aun con el inagotable recurso petrolero que al final arregla todo presupuesto.
Usualmente las mujeres que siguen eligiendo a sus verdugos se aferran a la idea de que son amadas, y que toda la violencia y miseria que atraviesan por culpa de ese verdugo son solo muestras de su amor profundo. El supuesto amor lo justifica todo para ellas. Es preferible una vida de sufrimiento con amor que una vida de larguezas sin amor. Esto lo vemos a diario. Y seguimos preguntándonos ¿cómo se concilia el amor con el dolor, el sufrimiento y la miseria? Los psicólogos tenemos una explicación muy compleja de este fenómeno pero no es el caso exponerla aquí. Desde luego, no se parece en nada a las explicaciones que nos dan los más conocidos psicoanalistas de programas radiales.
Pero es importante señalar que en todos los casos existe un marcado énfasis en la relación retórica. Más allá de los hechos y circunstancias reales están las imágenes mentales de una fantasía de ensueño, en las que se apela a un futuro de felicidad, un más allá de gloria, a un paraíso, una tierra prometida, al triunfo final de la revolución o del amor. En este discurso se invoca al sufrimiento, a la necesidad de atravesar toda clase de retos y penurias "con honor y dignidad" para ser merecedores del cielo o la justicia.
El pueblo venezolano ha actuado ayer como las mujeres que defienden a sus agresores convencidas de que los golpes que reciben son golpes de amor, y que al final habrá un cambio, "va a cambiar" es la típica expresión de estas mujeres. Ayer el pueblo venezolano ha apelado casi a esta expresión. Han dicho que solo falta consolidar la revolución para llegar al cielo de la justicia. Ese es el "cambio" por el que siguen apostando. Vale la pena soportarlo todo por ese futuro cambio y por la esperanza de un mundo mejor.
Unos dirán que cualquiera que sabe esto podría emplear semejante estrategia y hacerse de un país. Cierto. El caso es que no todos reúnen las suficientes dosis de vesanía, estupidez, hipocresía, irresponsabilidad, megalomanía y capacidad retórica farfullera como para emprender semejante aventura con todo un país. Los hay poco, afortunadamente, aunque a causa de la crisis de institucionalidad democrática en nuestros países cada día parecen aparecer con más recurrencia.
Se requiere un líder que, en primer lugar, crea en su propia demencia. Sería fácil darse cuenta de que alguien que no está loco nos pretenda vender una fantasía de locura. Tienen que ser alguien convencido de sus alucinaciones como Adolfo Hitler, Salvador Allende, Fidel Castro o Hugo Chávez. Alguien que además tenga una retórica incontenible como arma, incluyendo grandes dosis de palabras gruesas para dirigirlas no a sus enemigos sino a los "enemigos del pueblo". Alguien que tenga la capacidad para hablar por horas sin aburrir al auditorio, combinando el mensaje político con las anécdotas y la cháchara amical. En otras palabras, tiene que ser un auténtico vendedor de sebo de culebras.
La estrategia de estos vendedores de ilusiones es siempre la misma. En primer lugar inventan un dios al que el pueblo pueda adorar. Este dios simboliza lo más sagrado de la patria. En el caso de Cuba fue incialmente Martí pero pronto llegaría la figura estilizada del Che. En Venezuela se erigió con mañosa habilidad la figura de Bolívar, elevado a la divinidad por Hugo Chávez, quien ha convertido todo en "bolivariano", incluyendo al propio país, declarado "república bolivariana". Traicionar la "revolución bolivariana" sería una traición a Bolívar. Hay pues una hábil identificación del país con el "bolivarianismo" convertido en esencia misma de la revolución chavista.
No importa pues que todo sea un desastre en Venezuela. Los alimentos básicos escasean, la corrupción se ha apoderado de la administración pública, la inflación golpea aunque todavía sea manejable con un 30%, la cada vez más grande carencia de fuentes de empleo es sustituida por una cada vez más creciente burocracia, que a su vez alimenta una sociedad cada vez más dependiente del gobierno. No hay agua ni energía eléctrica y la inseguridad ciudadana es dramática. Los que pueden ya han salido de Venezuela. Hay casi un millón de venezolanos emigrados en los últimos diez años. Hasta las empresas se han ido y las que se quedaron han sido nacionalizadas. Hay que estar loco para invertir en Venezuela. Lo que ha obligado al gobierno a iniciar relaciones con gobiernos lejanos y excéntricos como el de Rusia, Irán y China.
La dependencia absoluta que la gigantesca administración pública tiene de la voluntad de Hugo Chávez se ve graficada en la empresa Venirautos, creada por los gobiernos de Chávez y Ahmadineyad para producir autos y que nunca alcanzó los niveles de producción previstos. Las enormes distancias que separan ambas naciones (Venezuela e Irán) hacía muy lenta la provisión de las piezas. Pero lo más grave se reflejó este año en que Chávez tuvo que pasar varios meses de tratamiento en Cuba. Hasta julio de este año Venirautos no había iniciado la venta de los modelos 2012 porque Hugo Chávez no había aprobado la lista de precios.
Las aventuras empresariales del Estado venezolano están guiadas no por el mercado sino por la voluntad de Hugo Chávez. Y lo peor de todo es que nadie mueve un dedo hasta que Chávez lo apruebe. Las cifras que ofrece Venezuela son aterradoras para cualquier economista. La avalancha de petrodólares no parece ser suficiente para cubrir todos los problemas. Incluso la empresa petrolera PDVSA, el único surtidor de ingresos que tiene Venezuela, ha bajado considerablemente su productividad y hoy es un peligro ecológico porque sus accidentes ambientales se han incrementado en 250% en los últimos diez años. Su planilla sigue creciendo ya que es una de las empresas que absorbe artificialmente la creciente desocupación laboral.
Pero nada de esto parece ser suficiente para el pueblo venezolano. Siempre es mejor aspirar a un sueño, un paraíso y una ilusión. Total, Chávez sigue siendo un excelente vendedor de sebo de culebras. El voto del pueblo venezolano equivale a las expresiones de una mujer golpeada por su pareja: es por amor, pero todo va a cambiar porque me ama.
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