Hace varios años Enrique Krauze publicó este excelente artículo referido al populismo de Iberoamérica. Hemos querido reproducirlo acá porque resulta que en todo este tiempo, desde su publicación original, el populismo en Iberoamérica ha adoptado la forma del "socialismo del siglo XXI", que fue intensamente predicado y promovido por el extinto presidente venezolano Hugo Chávez, hasta crear toda una red de esta doctrina que incluye países como Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Argentina, además de la propia Venezuela y Cuba y otros asociados en el club del ALBA. Las características descritas por Enrique Krauze son plenamente visibles en los principales líderes del socialismo del siglo XXI. A continuación la descripción precisa que hace Enrique Krauze a la que solo le hemos cambiado la palabra "populismo" por "socialismo" para darle mayor actualidad. En tal sentido el título más tentativo sería:
Características del Socialismo del siglo XXI en Latinoamérica
Por Enrique Krauze
1) El socialismo exalta al líder carismático.
No hay socialismo sin la figura del hombre providencial que
resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. "La
entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra o del gran
demagogo", recuerda Max Weber, "no ocurre porque lo mande la
costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en él. Y él mismo, si
no es un mezquino advenedizo efímero y presuntuoso, 'vive para su obra'. Pero
es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el
séquito, el partido".
2) El socialista no sólo usa y abusa de la palabra: se
apodera de ella.
La palabra es el vehículo específico de su carisma. El socialista
se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de
noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus
pasiones, "alumbra el camino", y hace todo ello sin limitaciones ni
intermediarios. Weber apunta que el caudillaje político surge primero en los
Estado-ciudad del Mediterráneo en la figura del "demagogo".
Aristóteles (Política, V) sostiene que la demagogia es la causa principal de
"las revoluciones en las democracias" y advierte una convergencia
entre el poder militar y el poder de la retórica que parece una prefiguración
de Perón y Chávez: "En los tiempos antiguos, cuando el demagogo era
también general, la democracia se transformaba en tiranía; la mayoría de los
antiguos tiranos fueron demagogos". Más tarde se desarrolló la habilidad
retórica y llegó la hora de los demagogos puros: "Ahora quienes dirigen al
pueblo son los que saben hablar". Hace veinticinco siglos esa distorsión
de la verdad pública (tan lejana a la democracia como la sofística de la
filosofía) se desplegaba en el Ágora real; en el siglo XX lo hace en el Ágora
virtual de las ondas sonoras y visuales: de Mussolini (y de Goebbels) Perón
aprendió la importancia política de la radio, que Evita y él utilizarían para
hipnotizar a las masas. Chávez, por su parte, ha superado a su mentor Castro en
utilizar hasta el paroxismo la oratoria televisiva.
3) El socialismo fabrica la verdad.
Los socialistas llevan hasta sus últimas consecuencias el
proverbio latino "Vox populi, Vox dei". Pero como Dios no se
manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno
"popular" interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de
verdad oficial, y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los socialistas
abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad
militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla. En la
Argentina peronista, los diarios oficiales y nacionalistas -incluido un órgano
nazi- contaban con generosas franquicias, pero la prensa libre estuvo a un paso
de desaparecer. La situación venezolana, con la "ley mordaza"
pendiendo como una espada sobre la libertad de expresión, apunta en el mismo
sentido: terminará aplastándola.
4) El socialista utiliza de modo discrecional los fondos
públicos.
No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las
finanzas. El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para
enriquecerse y/o para embarcarse en proyectos que considere importantes o
gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El socialista tiene un concepto
mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o
incomprensión de los gobiernos socialistas en materia económica se ha traducido
en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse.
5) El socialista reparte directamente la riqueza.
Lo cual no es criticable en sí mismo (sobre todo en países pobres
hay argumentos sumamente serios para repartir en efectivo una parte del
ingreso, al margen de las costosas burocracias estatales y previniendo efectos
inflacionarios), pero el socialista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la
cobra en obediencia.
"¡Ustedes tienen el deber de pedir!", exclamaba
Evita a sus beneficiarios.
Se creó así una idea ficticia de la realidad económica y se
entronizó una mentalidad becaria. Y al final, ¿quién pagaba la cuenta? No la
propia Evita (que cobró sus servicios con creces y resguardó en Suiza sus
cuentas multimillonarias), sino las reservas acumuladas en décadas, los propios
obreros con sus donaciones "voluntarias" y, sobre todo, la posteridad
endeudada, devorada por la inflación. En cuanto a Venezuela (cuyo caudillo parte
y reparte los beneficios del petróleo), hasta las estadísticas oficiales
admiten que la pobreza se ha incrementado, pero la improductividad del
asistencialismo (tal como Chávez lo practica) sólo se sentirá en el futuro,
cuando los precios se desplomen o el régimen lleve hasta sus últimas
consecuencias su designio dictatorial.
6) El socialista alienta el odio de clases.
"Las revoluciones en las democracias", explica
Aristóteles, citando "multitud de casos", "son causadas sobre
todo por la intemperancia de los demagogos". El contenido de esa
"intemperancia" fue el odio contra los ricos: "Unas veces por su
política de delaciones... y otras atacándolos como clase (los demagogos)
concitan contra ellos al pueblo". Los socialistas latinoamericanos
corresponden a la definición clásica, con un matiz: hostigan a "los
ricos" (a quienes acusan a menudo de ser "antinacionales"), pero
atraen a los "empresarios patrióticos" que apoyan al régimen. El socialista
no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a
su favor.
7) El socialista moviliza permanentemente a los grupos
sociales.
El socialismo apela, organiza, enardece a las masas. La
plaza pública es un teatro donde aparece "Su Majestad El Pueblo" para
demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra "los malos" de
dentro y fuera. "El pueblo", claro, no es la suma de voluntades
individuales expresadas en un voto y representadas por un Parlamento; ni
siquiera la encarnación de la "voluntad general" de Rousseau, sino
una masa selectiva y vociferante que caracterizó otro clásico (Marx, no Carlos,
sino Groucho): "El poder para los que gritan el poder para el
pueblo".
8) El socialismo fustiga por sistema al "enemigo
exterior".
Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado
de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen socialista (más
nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el
adversario de fuera. La Argentina peronista reavivó las viejas (y explicables)
pasiones antiestadounidenses que hervían en Iberoamérica desde la guerra del
98, pero Castro convirtió esa pasión en la esencia de su régimen, un triste
régimen definido por lo que odia, no por lo que ama, aspira o logra. Por su
parte, Chávez ha llevado la retórica antiestadounidense a expresiones de bajeza
que aun Castro consideraría (tal vez) de mal gusto. Al mismo tiempo hace representar
en las calles de Caracas simulacros de defensa contra una invasión que sólo
existe en su imaginación, pero que un sector importante de la población
venezolana (adversa, en general, al modelo cubano) termina por creer.
9) El socialismo desprecia el orden legal.
Hay en la cultura política iberoamericana un apego atávico a
la "ley natural" y una desconfianza a las leyes hechas por el hombre.
Por eso, una vez en el poder (como Chávez) el caudillo tiende a apoderarse del
Congreso e inducir la "justicia directa" ("popular,
bolivariana"), remedo de Fuenteovejuna que, para los efectos prácticos, es
la justicia que el propio líder decreta. Hoy por hoy, el Congreso y la
Judicatura son un apéndice de Chávez, igual que en Argentina lo eran de Perón y
Evita, quienes suprimieron la inmunidad parlamentaria y depuraron, a su
conveniencia, al Poder Judicial.
10) El socialismo mina, domina y, en último término,
domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal.
El socialismo abomina de los límites a su poder, los
considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la "voluntad
popular". En el límite de su carrera, Evita buscó la candidatura a la
vicepresidencia de la República. Perón se negó a apoyarla. De haber
sobrevivido, ¿es impensable imaginarla tramando el derrocamiento de su marido?
No por casualidad, en sus aciagos tiempos de actriz radiofónica, había
representado a Catalina la Grande. En cuanto a Chávez, ha declarado que su
horizonte mínimo es el año 2020.
¿Por qué renace una y otra vez en Iberoamérica la mala yerba
del socialismo? Las razones son diversas y complejas, pero apunto dos. En
primer lugar, porque sus raíces se hunden en una noción muy antigua de
"soberanía popular" que los neoescolásticos del siglo XVI y XVII
propagaron en los dominios españoles y que tuvo una influencia decisiva en las
guerras de Independencia desde Buenos Aires hasta México. El socialismo tiene,
por añadidura, una naturaleza perversamente "moderada" o
"provisional": no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario;
por eso alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara
los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la
crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público.
Para calibrar los peligros que se ciernen sobre la región,
los líderes iberoamericanos y sus contrapartes españolas, reunidos todos en
Salamanca, harían muy bien en releer a Aristóteles, nuestro contemporáneo.
Desde los griegos hasta el siglo XXI, pasando por el aterrador siglo XX, la
lección es clara: el inevitable efecto de la demagogia es "subvertir a la
democracia".
Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista
Letras Libres y autor, entre otros libros, de Travesía liberal.
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