Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La desigualdad social es uno de los tópicos favoritos de todo progresista. Es la justificación más recurrente para pedir la intervención del Estado como Dios supremo y agente regulador de la existencia humana, con el noble fin de eliminar estas taras de la realidad y crear un mundo feliz, igualitario y "más justo". Es necesario salir al frente de estas ideas porque esconden el germen del mal y son las que nos han costado millones de muertos.
La desigualdad social es uno de los tópicos favoritos de todo progresista. Es la justificación más recurrente para pedir la intervención del Estado como Dios supremo y agente regulador de la existencia humana, con el noble fin de eliminar estas taras de la realidad y crear un mundo feliz, igualitario y "más justo". Es necesario salir al frente de estas ideas porque esconden el germen del mal y son las que nos han costado millones de muertos.
Hay varias maneras de abordar este problema. No el de la desigualdad sino el de las personas que insisten en esta clase de visiones igualitaristas. Tomando como ejemplo un reciente artículo del historiador marxista Nelson Manrique, podremos sacar algunas conclusiones útiles para desenmascarar a estos ingenuos. Notará que una de las principales características del progresismo es ocultarse detrás de primorosos conceptos.
En principio se insiste en separar al liberalismo entre el "político" y el "económico". Es uno de los primeros trucos de la magia progresista. De este modo se hace una especie de separación entre el bien y el mal. Siendo lo "económico" el mal, y lo "social" el bien. Si usted se preocupa por la economía es un villano, si se ocupa de lo "social" es un progresista. Pero resulta que en el mundo real no existe ninguna separación de ningún tipo. Las cosas son una sola. No hay nada que no sea a la vez un acto "social" y económico. Desde que uno se levanta por las mañanas y entra a la ducha ya empieza a consumir agua y jabón. Ni siquiera el sexo deja de afectar la economía. Hay varias industrias alrededor del sexo. Nada hay pues que no sea a la vez un acto "social" y económico. La separación es meramente conceptual y teórica, maniquea y tramposa. Una trampa para bobos.
Se acusa al "liberalismo económico" de defender la libertad económica y facilitar la acumulación "desmedida" de riqueza y a esta, de pervertir la política. Incluso de ser una amenaza para la democracia. Se menciona a Joseph Stiglitz y otros autores que habrían "demostrado que la liberalización financiera otorgó un poder enorme a la industria financiera, y esta utilizó ese poder político para impulsar una mayor liberalización económica". Lo que nadie llega a entender es cómo la libertad y su defensa pueden ser una amenaza para la democracia, mientras que las ideas que intentan eliminarla son ofrecidas como una ¡solución para la democracia! Esto es una aberración total. Se requiere un Estado totalitario que regule no solo las grandes industrias sino la vida misma de las personas para desaparecer desde su raíz el peligro de que la riqueza se incremente de una forma "desmedida". Solo un Estado totalitario puede, en todo caso, imponer esta curiosa "medida" que -como ya se sabe por experiencia reiterada- al final es siempre la miseria extendida.
Es comprensible el resquemor que producen los ricos. Tanta fortuna en tan pocas manos es algo que perturba a muchos. Pero una mente perturbada no es la mejor herramienta para hacer teorías. Se han escrito las teorías más sorprendentes para justificar las acciones más aberrantes. Debemos tener cuidado con los falsos profetas. Hay una afectación especial que es producto de una milenaria prédica religiosa en contra de los ricos. Incluso podemos añadir algunos otros ingredientes como la envidia y el resentimiento o las frustraciones sociales. Pero de allí a inventar toda una ideología del odio contra la riqueza es exagerado. En una sociedad libre cualquiera puede acceder a la riqueza. Esa es la principal virtud de la libertad. Son falsos esos dogmas socialistas según los cuales existe un "sistema perverso" creado para que los ricos sean siempre ricos y los pobres siempre pobres. Hay millones de historias personales de éxito (y de fracasos) que contradicen esas tesis. En la lista actual de los hombres más ricos del planeta hallarán a más de uno que surgió desde los basurales, pero siempre en un país donde se respetan las libertades. En el Perú actual hay miles que salieron de la pobreza extrema y hoy son prósperos empresarios. Pero nunca hubieran podido surgir si el Estado cercenaba las libertades en la búsqueda de una sociedad igualitaria.
No hay nada que impulse más el desarrollo de una sociedad que la libertad. Definitivamente no todos lograrán alcanzar las metas de riqueza que se desean, pero eso no es por culpa de un "sistema perverso" sino por la propia naturaleza humana y por la esencia azarosa de la existencia social. No todos poseemos el talento para ser futbolistas o cantantes, del mismo modo podemos carecer de las capacidades requeridas para una actividad lucrativa, sea en el campo que sea. Muchos logran enormes riquezas pero terminan en vicios o toman malas decisiones y evaporan su riqueza. En fin, la realidad social en libertad es azarosa y, peor aún, caótica. Y me estoy refiriendo acá al concepto científico de un escenario azaroso y caótico, que es algo que nuestros progres no han asimilado aun porque siguen fundados en teorías económicas del siglo XIX. La política todavía no incorpora los hallazgos de la ciencia cognitiva que nos previene en contra del sentido común y de la emoción social. Toda ley que se fundamenta en el sentido común y en la emoción social tiene un efecto contraproducente.
Nada es tan fundamental como la libertad. Es la condición sine qua non para el progreso. Cercenarla con muy buenas intenciones afecta el desarrollo social. No se trata de "libertad económica" sino de simple libertad, a secas. Apenas se cortan libertades los problemas empiezan a aparecer. Por ejemplo, cuando eliminan la libertad de despido de trabajadores convirtiendo en dogma la "estabilidad laboral" el efecto es contraproducente. Es un absurdo total que en un mundo tan cambiante e imprevisible a alguien se le ocurra imponer una cosa llamada "estabilidad laboral" en el mundo empresarial expuesto a condiciones tan volátiles del mercado, la política y hasta del clima. ¿En qué aspecto de la realidad puede uno ver estabilidad? ¡No existe! Nada hay pues tan absurdo para el empleo como eliminar la libertad de contratación y despido en las empresas, ya que nadie está dispuesto a pagar empleados que eventualmente podría no necesitar más. Todo lo que se consigue con esta clase de normas absurdas es disminuir el empleo, generar informalidad y engendrar una casta de parásitos inservibles y desmotivados en la burocracia.
Lo que deberíamos preguntarnos es ¿por qué para los progresistas el tema de la desigualdad social es un problema? Esto no ha sido sustentado. Simplemente se le señala muy confiadamente como "problema". Pero se trata de un problema conceptual y debe ser convenientemente sustentado. Hay alguien que lo ve como un problema y debería explicar por qué lo ve como un problema. ¿Nada más porque le encantaría que las personas sean iguales, o que las sociedades sean iguales o el mundo sea un lugar de países iguales? Sin duda no basta que la realidad sea distinta a nuestras fantasías para señalar que hay un problema en el mundo.
Nada es más heterogéneo que la especie humana. Los humanos se distinguen por la individualidad. ¿Es esto un problema? No. Es precisamente el fundamento de nuestra evolución. Y la desigualdad social está en relación directa a esta característica de la especie humana en libertad. Lo que podríamos entender a medias es que nos señalen a la pobreza como un problema, y en efecto lo es. Pero lo es junto a una gran variedad de otros males sociales que nos afectan, como por ejemplo los enfermos, los ancianos, las madres abandonadas, los hijos abandonados, etc. Pero el progresismo se ocupa solo de la pobreza y ha hecho de la pobretología toda una ideología política conmovedora. ¿Por qué? Porque se basan en una visión económica de la realidad. Esto quiere decir que su visión es sesgada y parcial. La realidad es demasiado compleja para que alguien nos elabore una ideología comprensiva fundada apenas en uno de sus aspectos.
La pobretología tiene éxito por varias razones. En primer lugar se trata de aprovechar la "sensibilidad social" que ha sido convertida por el progresismo en una virtud política, igual que la religión hizo de la fe una virtud teologal. Entonces, tenerla convierte al portador automáticamente en una buena persona. En segundo lugar la pobretología crea un mercado político muy amplio. Más amplio que dedicarse tan solo a los enfermos, los ancianos o las madres solteras. En tercer lugar la pobretología se asienta en las emociones colectivas y su mensaje es muy simple. Ya tiene identificados a los malos y los buenos, y hasta tiene definido el paraíso: la justicia social. Es algo así como hablar del cielo. Cada quien entiende lo que le da la gana. Además de todo ello la pobretología ofrece la posibilidad de jugar a ser Dios. Todo pobretólogo sueña con crear su propia nueva humanidad e inventar su nuevo mundo. Por lo menos se siente un profeta que anuncia su Tierra Prometida.
Debemos tener mucho cuidado con estos profetas del mundo feliz. Nada hay más peligroso que un probretólogo pretendiendo extirpar los males de la humanidad con un discurso indignado como este: "los 100 mayores billonarios del mundo incrementaron sus ingresos en 240 mil millones de dólares en el 2012. La cuarta parte de esa fortuna bastaría para acabar con la pobreza extrema en el mundo". Tal afirmación es falsa. Ni la cuarta parte ni el total de esa fortuna bastaría para eliminar la pobreza. Todo lo que harían sería aplacarla por un tiempo y una vez consumida esta ayuda, la pobreza volvería nuevamente a apoderarse de esas sociedades. Y es que los pobretólogos hasta ahora no comprenden que la pobreza no es una cuestión económica, no se resuelve repartiendo riqueza. Hasta ahora no comprenden que la riqueza hay que crearla y no repartirla. La repartija solo crea seres dependientes y clientela electoral. Puede aplacar la "sensibilidad social" de mucha gente, pero eso no resuelve nada finalmente.
Los pobretólogos del progresismo critican que los "liberales económicos" se preocupen tan solo de la economía y descuiden "los aspectos sociales de la política". Un discurso que, como ya dije, no tiene ningún sentido. En realidad son los pobretólogos del progresismo quienes pretenden atribuir al aspecto económico todo poder para efectuar el milagro de curar el tremendo y complejo problema social de la pobreza. No tienen pues ni la menor idea de cuáles son los verdaderos orígenes de la pobreza, orígenes que se ocultan en múltiples factores concurrentes que no es el caso tocar ahora. Su falsa tesis marxista del "sistema perverso del capitalismo" ya ha sido desvirtuada y hasta ridiculizada de muchas formas. Una tesis que precisamente se concentra tan solo en los aspectos económicos. De tal forma, el progresismo debería aplicar sus críticas hacia sus propias tesis y tirar al tacho el economicismo de su pobretología.
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