Lo ocurrido recientemente en Venezuela a raíz de la enfermedad del presidente Hugo Chávez nos da un excelente ejemplo para graficar el extraño mundo del socialismo, aun el del siglo XXI. Como se recordará, tras el viaje de Hugo Chávez a La Habana para someterse a la cuarta intervención quirúrgica por un cáncer severo en la zona pélvica, los acontecimientos propios de un mundo socialista se han sucedido como si siguieran un libreto de Hollywood, más aun cuando incluye el viaje apresurado del famoso actor Sean Penn a La Paz, Bolivia, para participar de una vigilia por la salud el presidente venezolano.
Casi detrás del avión presidencial de Venezuela, el lujoso Airbus A319CJ, más conocido como FAV-1 o el Air Force One Bolivariano, aterrizó en La Habana el más modesto avión presidencial del Ecuador, un jet ejecutivo Embraer Legacy 600 recientemente adquirido en Manaos. Se trataba del presidente ecuatoriano Rafael Correa llegando en un súbito y dramático viaje que buscaba demostrarle su solidaridad al agravado líder continental bolivariano, de quien dijo "ha cambiado la historia". Mientras tanto, en Venezuela, el canciller Nicolás Maduro se dirigía a la nación para afirmar, con lágrimas en los ojos y voz quebradiza, su profunda devoción y lealtad inquebrantable al presidente Hugo Chávez Frías, incluso "más allá de la muerte".
Desde luego no es la primera vez que un presidente cae gravemente enfermo. Hay una larga lista de presidentes que incluso cayeron muertos en pleno ejercicio de sus funciones, tanto por dolencias propias como a manos de un asesino. Entre los más famosos presidentes fallecidos en funciones están Franmklin D. Roosevelt, muerto de cáncer cerebral mientras trabajaba sentado en su escritorio. También está John F. Kennedy, asesinado a tiros en Dallas, Texas. En el Perú tuvimos los casos del presidente Manuel Candamo muerto al año de su investidura por alguna extraña enfermedad no determinada, y el del comandante Sánchez Cerro asesinado a tiros en el hipódromo de Santa Beatriz.
En otros países se han dado casos como los de René Barrientos en Bolivia y Jaime Roldós en Ecuador, muertos ambos en accidentes de aviación. En Brasil murió el presidente electo Tancredo Neves antes de asumir el mando. También hay que mencionar la muerte de Juan Domingo Perón en la Argentina mientras ejercía su tercer mandato. En ninguno de los casos señalados se produjo la terrible sensación de catástrofe cósmica que hoy invade el mundo bolivariano. Ni siquiera con Perón. La muerte de Kennedy provocó gestos multitudinarios de dolor e indignación, perfectamente comprensibles, pero en ningún momento hubo la exaltación de una persona a los niveles de delirio colectivo que hoy se observan en Caracas. Estos gestos masivos de histeria y culto por la persona son propios del socialismo. Se vieron recientemente en Corea del Norte tras la muerte de Kim Jong Il y se asemejan a los vistos en Moscú a la muerte de Lenin y Stalin.
Todo este recuento previo nos permite señalar que la muerte no es ningún acontecimiento notable sino más bien un hecho cotidiano. Incluso la muerte de un presidente. Tal es precisamente una de las razones por las que suele designarse un vice presidente o incorporar en la ley una linea de sucesión del mando. Todo está previsto. No hay pues razones para sentir que el mundo llega a su fin con la muerte de un ser humano. Sin embargo esta es la atmósfera que se respira en el mundo bolivariano. Existe la sensación de que, muerto el líder, el experimento bolivariano y el socialismo del siglo XXI pasarán al tacho de la historia como un fracaso más de la izquierda latinoamericana. Más adelante veremos el legado de miseria que dejará Chávez. Por ahora tratemos de describir las características de este mundo de ficción colectiva que es el socialismo.
No importa lo que digan los textos y los teóricos sobre el socialismo. Importan los hechos. A partir de lo visto y vivido como socialismo en el mundo podemos señalar que se trata siempre de una dictadura personalista. Incluso si se oculta tras la escenografía de una democracia electoral, pues otra de sus características es la capacidad para engatusar a las masas mediante el discurso inflamado del líder, los gestos efectistas y las promesas de bienestar muy concretas para los más necesitados. Todo socialismo de fachada electoral se apoya en el poder de la retórica, la consigna y la fe ciega, sostenida con obsequios a los sectores pobres, quienes pasan así a conformar la base electoral de fanáticos del régimen. El arte discursivo es fundamental para construir aquellas imágenes de grandeza que tan solo existen en las mentes de los fieles seguidores. El lenguaje del socialismo se fundamenta en palabras muy sonoras y recargadas de simbolismo extremo, empezando por la mítica y manoseada palabrita "revolución" y la no menos trajinada "pueblo". El vocabulario revolucionario es muy especial; incluye palabras clave y contraseñas que permiten reconocer a los miembros de la secta: comandante, camarada, venceremos, patria o muerte. En el mundo socialista abundan los adornos semánticos que recubren el paisaje ficticio escenificado en las mentes colectivas tales como justicia social, soberanía, independencia, dignidad, igualdad, solidaridad, etc. La verborragia socialista derrocha frases cargadas de conceptos idealistas creando formas literarias propias de la ficción política de izquierda.
Ciertamente, en el mundo socialista el vocabulario revolucionario forma parte de la estrategia de gobierno. Tan importante como es para el capitalismo construir plantas de generación eléctrica, en el socialismo resulta fundamental crear una infraestructura discursiva que sirva de soporte al transcurrir del pensamiento general, una ruta lógico-verbal que facilite las fórmulas explicativas y las respuestas ante cualquier eventualidad, permitiendo tener bien identificados de antemano a los enemigos públicos y culpables de todos los males: el capital, los empresarios, la oligarquía, los grupos de poder, el imperialismo, la CIA y los EEUU. Asimismo nada es tan importante como generar una parafernalia de conceptos estratégicos levantados como monumentos en las plazas públicas del ideario popular: adelante, unidos, construyendo el socialismo, etc.
La importancia del verbo se hace patente en el líder de la revolución socialista, quien suele ser un orador consumado. Fidel Castro figura en el libro de Records Guiness con el discurso más largo de la historia de la ONU cronometrado en 4 horas y media. Pero aun eso resulta nada comparado con las 9 horas y media empleadas por Hugo Chávez para dirigirse al Parlamento en enero del 2012 dando cuenta de su gestión. El líder revolucionario suele emplear los medios con regularidad para dirigirse a la nación con su programa propio, en el que habla hasta agotarse. Pero si decidiera repentinamente dirigirse al país, todos los medios están obligados a enlazarse en cadena nacional para que el mensaje revolucionario llegue a la nación. En el discurso socialista se hace gala del lenguaje revolucionario, empleando las palabras clave y los conceptos míticos que dibujan el país de fantasía en el que todos viven inmersos como en un dulce sueño. Los "enemigos del pueblo" son señalados con aspereza, sin consideraciones diplomáticas de ninguna especie. Se celebra cada insulto como si fuera un gol y se alienta el repudio popular hacia los enemigos de la revolución dentro y fuera del país.
La diplomacia del líder socialista no se distingue por sus frases inteligentes, elegantes y capciosas como las de Winston Churchil o Ronald Reagan dirigidas al comunismo. Por el contrario, las expresiones de todo líder socialista se caracterizan por los malos modales y el insulto artero a sus opositores de turno, aun cuando sean presidentes. La imagen de Nikita Kruschev golpeando con su zapato el atril de la ONU queda como una pecata minuta ante los desaforados insultos que Fidel Castro y Hugo Chávez han propinado a diestra y siniestra no solo en presentaciones informales sino incluso en discursos oficiales en la ONU y otros eventos. Han sido víctimas de su artillería verbal los presidentes de EEUU, secretarios de estado, embajadores, candidatos, sacerdotes y gobiernos enteros como los de España e Israel. Hugo Chavez llegó a decir, desde la seguridad que le da su posición de tirano: "Maldito seas Estado de Israel". A los obispos venezolanos que se pronunciaron pidiendo democracia en Venezuela los llamó cobardes, cínicos y trogloditas, antes de pedirle a su canciller que revisara los convenios con el Vaticano.
El abuso del lenguaje revolucionario no se limita al discurso en plazas públicas sino que es parte de las formas oficiales del gobierno. En Venezuela no dudaron en cambiar de nombre al país para ajustarlo a los tiempos modernos llamándolo "República Bolivariana", aunque nadie sepa exactamente qué significa eso. En Bolivia llamaron al país "Estado Plurinacional" pero oficialmente suelen denominarla también como "Autonómico, Comunitario, Productivo y Solidario". Los ministerios en Venezuela adquirieron el formato pomposo y grandilocuente de "Ministerio del Poder Popular". Pero más allá de la febril pasión por la retórica llamativa y el verbo incandescente, también en los hechos se asumen gestos cargados de gran connotación simbólica. Por ejemplo se crearon ministerios para cada concepto o tarea significativa dentro de la mentalidad revolucionaria: la cultura, el deporte, la juventud, la mujer, las comunidades, la autonomía. Algunos tan específicos y extravagantes como el "Ministerio del Poder Popular para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas".
Pero el simbolismo no termina en la ampulosidad retórica, ni en las denominaciones estrambóticas, ni en las simples pero significativas ocupaciones elevadas a niveles ministeriales. Alcanza también a las personas. Resulta importante que el gobierno sea una variopinta expresión de la diversidad cultural y étnica. Antes que un equipo técnico eficiente, el gabinete debe ser una especie de museo de la etnicidad nacional donde se halle representada la gran riqueza cultural del país, así como todos los sexos y edades. En este demostrativo empeño revolucionario por la igualdad y la representatividad suelen adquirir mayor relevancia las mujeres y los indígenas, pero tan solo por su valor simbólico. De este modo se asume el concepto de igualdad y representatividad de manera literal, llevándola hasta sus últimas consecuencias. Acá ya no se trata de tener en la política una representación cabal de las principales ideas y voluntades públicas, sino que más bien se trata de representar físicamente a las etnias, procedencias, colores, sexos y edades. Un concepto revolucionario de la representación política, sin duda.
Pero el simbolismo no termina en la ampulosidad retórica, ni en las denominaciones estrambóticas, ni en las simples pero significativas ocupaciones elevadas a niveles ministeriales. Alcanza también a las personas. Resulta importante que el gobierno sea una variopinta expresión de la diversidad cultural y étnica. Antes que un equipo técnico eficiente, el gabinete debe ser una especie de museo de la etnicidad nacional donde se halle representada la gran riqueza cultural del país, así como todos los sexos y edades. En este demostrativo empeño revolucionario por la igualdad y la representatividad suelen adquirir mayor relevancia las mujeres y los indígenas, pero tan solo por su valor simbólico. De este modo se asume el concepto de igualdad y representatividad de manera literal, llevándola hasta sus últimas consecuencias. Acá ya no se trata de tener en la política una representación cabal de las principales ideas y voluntades públicas, sino que más bien se trata de representar físicamente a las etnias, procedencias, colores, sexos y edades. Un concepto revolucionario de la representación política, sin duda.
El socialismo es el regreso a las formas tribales de existencia, cuando toda una comunidad confiaba su destino en las manos de un líder carismático. Si bien en aquellos tiempos el líder era elegido por sus dotes de guerrero, su valor o astucia en la batalla, como ocurrió con el Rey David, en el socialismo es elegido por sus alardes mesiánicos, su extravagancia retórica o por la simple debacle de un sistema de partidos clásicos que no le dejó al electorado más alternativas que saltimbanquis e improvisados, fundadores de una nueva izquierda basada en la retórica y en nada más. Algunos llegaron al poder luego de que oleadas de protestas indígenas desestabilizaran el Estado de Derecho, como ocurrió en Ecuador y Bolivia. Una vez instalado el socialismo, todo el poder se concentra en la persona del líder. La estructura del poder político del Estado se vuelve piramidal y vertical. La división de poderes es apenas un formalismo administrativo inoperante ya que en los hechos no existen contrapesos reales al poder central concentrado en el líder. El gobierno se ejerce mediante un despotismo digno de épocas imperiales. El gobernante asume una autonomía tiránica donde su voz es la ley. Nadie hará nada sin consultar su opinión y conocer su voluntad. Pasará a la historia del despotismo socialista del siglo XXI el día que Hugo Chávez paseaba por la Plaza de Bolívar, en Caracas, preguntándole al alcalde "¿De quién es ese edificio?" para luego sentenciar: "¡Exprópiese!".
En tal estado de cosas nadie se atreve a oponer resistencia a la voluntad imperial del déspota socialista. Cualquiera que se atreva a interponer siquiera la ley o la Constitución es inmediatamente expurgado del sistema y señalado como traidor a la revolución, vendepatria o "pitiyanqui", neologismo empleado por Hugo Chávez para estigmatizar a sus enemigos. Es claro en lanzar advertencias: "Los pitiyanquis deberían dar gracias a Dios porque esta revolución es pacífica. Porque somos muchos y si fuera violenta, no quedaría rastro de pitiyanqui alguno en esta tierra". Son pocos pues los que se atreven a pararse en la oposición. Por el contrario, lo que emerge como por encanto son los seguidores e incondicionales al tirano. Gente dispuesta a matar por el líder de la revolución. Tienen paciencia para sentarse a escuchar sus peroratas durante horas, festejar sus bromas y aplaudir sus ocurrencias, extasiados por la voz iluminada de su líder ante quien se arrastrarían de rodillas si este se los pidiera. Viven orgullosos de vestir el uniforme rojo que distingue a los seguidores de la revolución.
La maquinaria de propaganda de la revolución se ocupará de elevar la imagen del líder a niveles sagrados y divinos. Aunque no todo es obra de la propaganda. Por sí solo en el socialismo se produce una conexión mística entre el líder y sus seguidores, tal que estos llegan a la dependencia, al fanatismo y la enajenación. El líder se torna así indispensable. Sensación que es compartida por el propio líder quien no tiene ningún reparo en aspirar a varias décadas de gobierno. Después de todo están inspirados en Fidel Castro y su tiranía de medio siglo. No hay líder socialista que no anhele retener el cargo indefinidamente. En el siglo XXI los socialismos asumieron el poder por la vía electoral a causa de la debacle de la democracia, pero luego de montar el escenario de la revolución han procedido -sin excepción- a cancelar lo poco que quedaba de democracia elaborando una nueva Constitución a la medida, que facilita la permanencia indefinida del tirano y consagra su estilo de gobierno personalista sustentando el poder en las masas y las consultas populares. La Constitución de Bolivia cancela expresamente la democracia representativa, la cual es definida por el gobierno como una "mafia de partidos", casi copiando los argumentos de Cuba. Desde luego, cada Constitución socialista del siglo XXI es una pieza perfecta de retórica frondosa y exuberante, repleta de frases líricas y evocaciones fabulosas donde los derechos adquieren ribetes de promesa bíblica.
En el nuevo escenario político montado por el socialismo todos los críticos son tratados como "enemigos del pueblo", y muy en especial la prensa. La relación entre el socialismo y la prensa es una de las más conflictivas que hay en este mundo tan especial. Desde Venezuela hasta Argentina, pasando por Ecuador, la prensa ha sido objeto predilecto de insultos por parte del poder tiránico, quien no duda en apelar a acciones de intimidación, cierre o expropiación, cuando no en el auto exilio de periodistas o dueños de medio. El poder totalitario socialista no tolera ningún atisbo de libertad. Cualquier segmento social que esté fuera de su control y se desenvuelva con soltura es visto con sospecha. Los que no están con la revolución están contra ella, por tanto son estigmatizados y perseguidos. Cualquier crítica es recibida como afrenta y respondida con insultos y advertencias. Los seguidores y defensores del régimen se ocuparán de las acciones de ablandamiento e intimidación. Toda la estructura del Estado está a disposición de las acciones que el líder socialista disponga, desde la fiscalía hasta los jueces. Una de las claves del poder es el compromiso comprado a los altos estamentos de las Fuerzas Armadas a quienes se les dispensa una gran variedad de prebendas, permitiéndoles incluso manejar sus propios negocios sucios, lo cual es un arma de doble filo que le garantiza lealtad pero puede ser -y será- usado por el tirano para cortar cabezas en el momento justo. El déspota suele rodearse, dentro de su círculo más cercano, de personas mediocres que brillan no por sus capacidades intelectuales ni su sapiencia sino por su obsecuencia servil y su fanatismo al líder, lo que este suele llamar "su compromiso con la revolución". El equipo de gobierno en un Estado socialista suele ser una colección variopinta de gente mediocre que compite por recibir la bendición del tirano y la caricia de su mano. El encargado de cada ministerio se preocupa más de complacer al gobernante que en resolver problemas.
En el nuevo escenario político montado por el socialismo todos los críticos son tratados como "enemigos del pueblo", y muy en especial la prensa. La relación entre el socialismo y la prensa es una de las más conflictivas que hay en este mundo tan especial. Desde Venezuela hasta Argentina, pasando por Ecuador, la prensa ha sido objeto predilecto de insultos por parte del poder tiránico, quien no duda en apelar a acciones de intimidación, cierre o expropiación, cuando no en el auto exilio de periodistas o dueños de medio. El poder totalitario socialista no tolera ningún atisbo de libertad. Cualquier segmento social que esté fuera de su control y se desenvuelva con soltura es visto con sospecha. Los que no están con la revolución están contra ella, por tanto son estigmatizados y perseguidos. Cualquier crítica es recibida como afrenta y respondida con insultos y advertencias. Los seguidores y defensores del régimen se ocuparán de las acciones de ablandamiento e intimidación. Toda la estructura del Estado está a disposición de las acciones que el líder socialista disponga, desde la fiscalía hasta los jueces. Una de las claves del poder es el compromiso comprado a los altos estamentos de las Fuerzas Armadas a quienes se les dispensa una gran variedad de prebendas, permitiéndoles incluso manejar sus propios negocios sucios, lo cual es un arma de doble filo que le garantiza lealtad pero puede ser -y será- usado por el tirano para cortar cabezas en el momento justo. El déspota suele rodearse, dentro de su círculo más cercano, de personas mediocres que brillan no por sus capacidades intelectuales ni su sapiencia sino por su obsecuencia servil y su fanatismo al líder, lo que este suele llamar "su compromiso con la revolución". El equipo de gobierno en un Estado socialista suele ser una colección variopinta de gente mediocre que compite por recibir la bendición del tirano y la caricia de su mano. El encargado de cada ministerio se preocupa más de complacer al gobernante que en resolver problemas.
A diferencia del socialismo clásico del siglo pasado, el socialismo latinoamericano del siglo XXI carece de fundamentos ideológicos claros. Mientras la revolución rusa -y aun los revolucionarios latinoamericanos del siglo XX- discutían los alcances del marxismo, una tesis sumamente ambiciosa, abarcadora y totalizante, los revolucionarios de hoy divagan en una serie de ideas confusas que el comunismo dejó flotando en el aire tras la caída del muro de Berlín. Lo único que sobrevive es el odio al capitalismo y a los EEUU. Mientras el capitalismo es una forma de vida fundada en el trabajo y la creación de riqueza, el socialismo es una doctrina política fundada en el odio al capitalista. Tal odio deriva de la tesis de Marx según la cual el capitalista consigue su riqueza de la plusvalía, es decir, de un supuesto trabajo no pagado, definiendo al capitalismo como un sistema esclavista y explotador. Semejante disparate es una forma equivocada de entender el capitalismo, incluso en esa época. Pero sobre ese disparate se edificó el socialismo. A causa de esta manera tan equivocada de entender la realidad, la vida humana, la economía, el trabajo, la empresa y el mercado, el socialismo asume que la solución es eliminar el afán de lucro, cancelar el mercado y encargar el manejo de todo al Estado. Por su puesto, el principio es cancelar la propiedad privada. Esto significa que a las personas se les privará incluso del producto de su trabajo para que el Estado actúe como el único gran administrador de todos los recursos bajo un principio de equidad. Esta idea hipnotizó por décadas a muchísima gente. Vieron allí la luz del amanecer de un nuevo mundo donde todo sería justicia. Pocos lograron discernir el error implícito en esa idílica visión.
El otro absurdo heredado del marxismo es concebir que el mundo está diseñado por el capitalismo con el oscuro propósito de preservar el esquema de esclavitud, de modo tal que todos los resortes de la vida bajo este modelo son elementos perniciosos que deben ser destruidos. Con tales prejuicios ideológicos en mente, no se puede esperar del socialismo otra cosa distinta que la ruina y la debacle total de un país, pues teniendo por misión la destrucción del mundo pervertido y el combate a los creadores de la riqueza, nada hay que pueda soportar las bases de una vida civilizada. Sin embargo esta crisis material es contrarrestada con una profusa propaganda oficial que, mediante el mágico lenguaje revolucionario y sus artes retóricas, convence a la población de vivir en un mundo mejor donde los beneficios son insustanciales e intangibles, tales como la dignidad, la soberanía, la independencia, la solidaridad, etc. Paralelamente se glorifica a la patria y a la gran revolución para transmitir la idea de que cualquier disconformidad o queja con el sistema es atentar contra la patria. El bombardeo publicitario se sustenta en los ideales que deben defenderse, ideales que suelen vincularse con algún héroe magnánimo convertido en el símbolo supremo de la nacionalidad, el icono de la patria, el dios protector ante cuya imagen se debe desfilar glorificándolo. Puede ser el Che Guevara, Martí, Bolívar, Túpac Amaru, Túpac Katari, Perón o Evita. Cualquiera sirve.
Del mismo modo en que los logros revolucionarios son básicamente entelequias idealistas en medio de la creciente miseria material, los problemas que preocupan al socialismo siguen siendo entelequias. Lo que se combate son monstruos idealizados, enemigos del pueblo, traidores de la patria y agentes del mal. En el campo de la economía se lucha contra la especulación y el afán de lucro, contra los monopolios, oligopolios y terratenientes. Peor aun, se lucha contra lo que el régimen considera "injusticia". Puede ser injusto que alguien tenga algo que vender cuando los otros no lo tienen, o puede que el precio sea lo injusto. No hay parámetros para definir lo justo. Todo queda en manos de la burocracia revolucionaria. Además la mentalidad progresista reposa en la idea de que el Estado puede manejar la economía por decreto y resolver la pobreza repartiendo dinero. Se cree, por ejemplo, que la clave de la ciencia y la tecnología es la creación de un Ministerio que de ocupe de esos temas. En general, en el socialismo apreciamos una marcada tendencia a ignorar o menospreciar la realidad para preferir el espejismo de las ideas, donde el mundo perfecto está ya definido, y donde los obstáculos para llegar al paraíso se superan únicamente con buena voluntad. El poder que encarna el gobernante deriva en el convencimiento de que el Estado es todopoderoso, y a partir de tal ficción se desarrolla la lógica de que un decreto apropiado resuelve cualquier problema. Los fracasos serán atribuidos a la ineficiencia de los encargados o al sabotaje de los enemigos.
Este es pues a grandes rasgos el extraño mundo del socialismo. Un mundo delirante que, pese a sus contraproducentes resultados a lo largo de la historia, mantiene una larga fila de devotos. Un fenómeno de masas que por momentos alcanza niveles de exaltación patológica, digna de estudio desde las ciencias clínicas, pues se trata de salud mental colectiva. Por desgracia aun la ciencia no ha ingresado en los dominios de las perturbaciones mentales colectivas generadas por ideas políticas. Apenas hemos tocado las generadas por ideas religiosas. Pero hay una estrecha conexión en la forma de concebir el mundo real como algo secundario y negativo para aspirar a un nuevo mundo fantástico, más allá de este y a pesar de este. A partir de semejante perspectiva de base, la lógica necesaria para la concepción de la vida o de la política o del Estado cambian radicalmente.
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ResponderEliminarno hace falta explicarlo lo que si es claro que eso no es la existencia maxima de las democracias
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