miércoles, 29 de agosto de 2012

Economía, medios y burocracia


Durante siglos hemos tratado de entender el mundo que nos rodea. Hemos aprendido mucho acerca de este mundo, e incluso de otros, pero muy poco de nosotros mismos, es decir, acerca del hombre y sus sociedades. Tal vez las mejores teorías relacionadas con el comportamiento humano han sido las que versan sobre una de las principales conductas humanas: la economía. Los estudios de economía han ganado el mayor respeto posible en el ambiente académico y social, y han sido incluso seguidas estrictamente, aunque a veces con poca fortuna, es cierto. Sin embargo no ha sucedido así con los estudios sociológicos, psicológicos o antropológicos, los cuales siempre son vistos como una tarea puramente académica y, a veces, excéntrica. No se otorga ningún Premio Nóbel en estos campos específicos, por ejemplo. Tal parece pues que el estudio del hombre mismo no fuera importante, o al menos no tan importante como otros temas. 

Debemos admitir que gran parte de los estudios realizados sobre el hombre y sus sociedades no han alcanzado el grado de certeza que hay en otras áreas. Tal vez sería más apropiado decir que no han proporcionado el grado de satisfacción que dan otras áreas del conocimiento. El hombre siempre espera que el conocimiento le otorgue ventajas sobre lo que conoce, específicamente una capacidad predictiva y de control sobre ese mundo conocido; pero esto no se da en las áreas del conocimiento que competen al propio ser humano. Como dice Jaspers, el horizonte humano está siempre más allá del sujeto conocedor. Pero además de las dificultades epistemológicas que nos impone la filosofía del conocimiento, una de las razones por la que esta situación de disconformidad se ha producido es que casi todos los estudios del hombre han pretendido abordarlo como si se tratara de un elemento más de este mundo y, en tanto, no han dudado en aplicarle el afamado "método científico". La lógica simple nos indica que si tal método ha sido efectivo para descubrir los misterios de la naturaleza, debe servir también para hacer lo propio con el ser humano. Sin embargo esta lógica simple no ha funcionado. La ciencia tradicional, con todos sus métodos y técnicas, no ha podido hacerse cargo del ser humano. Y cada vez que iniciamos la lectura de un estudio del hombre que se presente como rigurosa ciencia objetiva apoyada firmemente en el método científico, ya podemos empezar a desilusionarnos. Lamentablemente, alejarse del método científico por estos días todavía es algo muy parecido a una herejía del siglo XVI. Sin embargo no nos ha proporcionado ayuda alguna sobre la cultura y sociedad. La epistemología de las ciencias humanas empezó a edificarse con Dilthey y Windelband pero fue inmediatamente atacada por un enjambre de cientificistas que defendieron le ciencia naturalista como la única ciencia verdadera. Esto no ha permitido que las ciencias humanas progresen adecuadamente, y hoy todavía nos movemos en medio de bastante incertidumbre. 

El estudio de la conducta humana debe partir de sus formas de pensamiento, y estas de su origen en la racionalidad que prima en su cultura. La idea central es que toda conducta sigue un pensamiento y que todo pensamiento se acomoda a una forma o a una estructura lógica diseñada por su cultura. En tal sentido, debemos identificar las formas vigentes o los modelos sociales de pensamiento que son el referente obligado del comportamiento individual en la sociedad. 

La humanidad ha tenido básicamente dos tipos de conducta a lo largo de su historia: económica y religiosa, en cualquier orden. Ambas han conducido a otra forma de conducta permanente: la bélica. Pero lo básico ha sido siempre la actividad económica y religiosa. La primera es una conducta productiva y la segunda, con el perdón de la palabra, una conducta improductiva. La economía está vinculada a la vida, a la situación del hombre en la tierra y su permanencia en ella, mientras que la otra se vincula más a aspectos metafísicos, extra terrenos, anteriores al nacimiento y posteriores a la muerte. En otras palabras, estas han sido conductas contrapuestas y simultaneas, como dos caras de una misma moneda. Mientras una se ocupa de la vida en la realidad cotidiana, la otra se ocupa de la muerte y de aspectos ajenos a este mundo. La conducta humana vinculada a la economía tiene que ver con la producción de bienes de toda especie y de servicios diversos destinados al mejor estar sobre este mundo, lo que ha impulsado la creatividad y la libertad de pensamiento como condición esencial de dicha creatividad. Por otro lado, la conducta religiosa se vincula más bien con el supuesto destino del hombre más allá de la muerte, su preocupación está centrada fuera de esta vida, y por su propia naturaleza necesita la restricción del pensamiento y la sumisión a una serie de dogmas. Para no seguir mencionando diferencias, diremos simplemente que bajo un análisis muy simple, todas las sociedades han podido diferenciarse a lo largo de milenios en función de la predominancia de estos dos tipos de pensamiento, de su alternancia y de cómo se ha resuelto la interacción entre el mundo de los hechos y el de las ideas, entre el pragmatismo y el idealismo. En cada una de ellas han surgido variantes y se han producido guerras para conseguir imponer los cambios, tanto en lo económico como en lo religioso. Por un lado, aquellas sociedades en las que prevaleció la conducta religiosa como una actividad regida por un pensamiento unitario, compacto, monolítico, llegando incluso al control del gobierno, hoy son los países más atrasados de la Tierra. En el otro lado, las sociedades en donde la actividad religiosa por diversas razones se fragmentó sin llegar a controlar el gobierno de manera directa, dejando espacio a una actividad económica más amplia y activa, y por tanto, a un pensamiento más libre, son las que hoy muestran el mayor desarrollo en todo el planeta, sin dejar de ser sociedades religiosas, claro está. Estas dos formas de pensamiento han prevalecido siempre. 

Hubo además algunas otras actividades humanas muy reducidas como la ciencia y las artes, pero nunca llegaron a ser predominantes. Aunque en los últimos 200 años la ciencia ha invadido el pensamiento humano, lo ha hecho en la forma de ideas y propaganda, antes que en actividad real. Nos basaremos aquí en las dos principales actividades humanas ya descritas: economía y religión. Diremos algo también acerca de la ciencia y de cómo esta afectó el pensamiento humano para llegar a convertirse en un nuevo modelo de pensamiento vigente aún sin practicarse. Visto entonces de manera general, este es un artículo que aborda la política, ya que ella es el resultado de la actividad de control social enfocado desde los dos aspectos básicos de su conducta: economía y religión. No es pues, por tanto, un artículo de economía ni de religión, en el sentido estricto de las palabras, sino de la presencia de ambas en la política y en el comportamiento social general de las personas sobre la estructura lógica de pensamiento diseñada por estos dos referentes. El foco de nuestro verdadero interés es el pensamiento que conforman las ideas políticas generales de la sociedad, es decir, aquellas con arreglo a las cuales se desenvuelve. Se comprenderá entonces lo difícil que resulta en este momento tratar de definir el espectro que abarcan nuestros análisis. Tal vez por esta causa sea mucho más fácil escribir libros de economía o de religión que de psicología social. 

La realidad que nos rodea es algo sumamente complejo y está más allá de las capacidades sensorio-perceptivas de los seres humanos, y –muy posiblemente- aun mucho más allá de sus capacidades comprensivas. Sin embargo, a los seres humanos nos parece todo lo contrario. El primer error del pensamiento humano es creer que la realidad es todo aquello que podemos percibir o descubrir de alguna manera evidente. En otras palabras, el hombre vive convencido de que la realidad es eso que su cerebro le proporciona como tal. Ya allí tenemos un craso error. De hecho, asumir que aquello que se nos representa en la conciencia como realidad, es la realidad tal cual es un engaño humano. Pero es eso lo que nos ha  permitido construir toda una cultura fundada tan solo en las ideas que subsisten en cada cerebro humano. Esto significa que gran parte de la actuación humana parte de un error fundamental, o de dos. El hombre es un organismo que tiene la curiosa y única capacidad de fabricar su propia realidad –algo fabuloso- en aquello que conocemos como “conciencia”. La conciencia, en términos simples, es un taller en donde se lleva a cabo la construcción de la realidad humana, es una fábrica de realidades. En términos de Baars, es un teatro en el que se escenifica nuestro mundo. Y en términos de Dennett, es una máquina de imprenta que compagina una realidad en cada instante. Lo cierto es que el hombre moderno ya no vive en su medio ambiente ecológico como fuente primaria de su realidad. No respondemos tan solo a dicha realidad ambiental. Esta ha sido suplantada. A través de la evolución del pensamiento humano, los elementos con que se componen la realidad humana en la conciencia han pasado a ser elementos de su propia fabricación, es decir, básicamente ideas. La realidad humana está conformada hoy básicamente por conceptos complejos como justicia, igualdad, democracia, derechos, etc. De modo pues que lo acontecido en los últimos 10,000 años ha sido la transición del hombre de su medio externo a su medio interno, o sea que ha pasado de vivir en la realidad ambiental a vivir hoy en su realidad psicológica interior. Lo que hoy predomina en el pensamiento humano son ideas, conceptos, valores sociales más que hechos o circunstancias objetivas. Y como todo camino evolutivo, este es un camino de no retorno. Hoy el hombre vive sumergido en un inmenso océano de conceptos que configuran su mundo moderno. No se orienta movido por su medio físico, ya no depende enteramente de él, puede incluso controlar los factores ambientales: ya no tiene que pasar largos períodos de hambre ni de frío ni de calor, ni detenerse por un río o un brazo de mar o una montaña. El medio externo ya no controla al hombre sino que es al revés. Incluso el medio ambiente ha pasado a ser hoy un nuevo y moderno concepto que despierta determinadas conductas. Ya no somos organismos actuantes solamente en estrecha dependencia con los factores del medio externo sino que actuamos orientados por ideas, conceptos, pensamientos y, en cierto modo, hasta con un grado bastante grande de desprecio hacia nuestro medio externo, lo que ha tenido serias repercusiones en el presente, como todo el mundo sabe hoy. 

Nadie, supongo, duda que el mundo moderno, o sea, ese que nace a partir de las grandes guerras de independencia y después de la Revolución Francesa, es un mundo dominado por ideologías. Desde la aparición de la famosa “Declaración de Derechos del Hombre”, este es un mundo que se maneja en función de ideas. Ideas de izquierda, de derecha, conservadoras, liberales, económicas, religiosas, moralistas, realistas, idealistas, etc. En un mundo como el de hoy, saturado de conceptos, se ha vuelto fundamental el concurso de los medios masivos de comunicación que son los que llevan no solo las noticias sino también las ideas. En realidad el mundo empezó a cambiar poco antes de las grandes revoluciones del siglo XVIII y XIX. Empezó a cambiar de una manera menos dramática unos cien o doscientos años antes. Nadie se dio cuenta porque tales cambios no ocurrían en el mundo exterior sino en las conciencias colectivas y de una manera paulatina. Empezaron cuando la imprenta permitió la difusión de las ideas de forma escrita y masiva. Esto fue realmente la verdadera causa de todos los cambios en la humanidad. Así fue como llegaron las ideas. Fue ese el inicio de la segunda gran etapa de cambios evolutivos en el desarrollo del pensamiento humano, el cual se había iniciado milenios antes con el lenguaje. 

La imprenta fue el inicio de la revolución de los medios que hoy permiten comunicarse a la humanidad entera no ya en la forma de textos únicamente sino con imágenes, sonidos y videos, con documentos de diverso formato y una gran variedad de productos mediáticos. Esta dramática revolución en los medios de comunicación repercute directa e inevitablemente, en la evolución del pensamiento, lo que no quiere decir que la mejora, sino simplemente que la cambia o altera. Hoy el pensamiento humano está guiado y determinado por los fragmentos de realidad que ofrecen los medios de acuerdo a sus formatos y características. En segundo lugar, ofrecen no una sino diversas interpretaciones de la misma realidad, lo cual genera confusión, y al ser en sí mismas realidades que conllevan realidades, acaban configurando un cuadro realmente caótico, incrementan la entropía y el caos. Siguiendo la lógica que ha tenido la evolución de la especie humana, podemos admitir que los medios son una nueva instancia en la que se lleva a cabo la creación de lo que llamamos “realidad humana”. Esta sería una instancia que se desarrolla a cabo fuera de la conciencia individual pero en algo que podemos llamar “conciencia colectiva”. Visto de este modo, podemos considerar la existencia de una realidad física exterior al hombre (su medio ambiente), una realidad psicológica individual fabricada por la conciencia humana, donde habitan sus elementos religiosos, por ejemplo; y una realidad psicosocial estructurada a partir de las imágenes de los medios, donde priman los conceptos ideológicos modernos como derechos y justicia. 

En particular cuando se trata de la realidad política, que es la más compleja de todas. Entonces ya no hablamos tan solo de lo que ocurre en el mundo, (ciertamente nunca hablamos de lo que ocurre en el mundo) sino de lo que llega a construirse en nuestras conciencias alimentadas diariamente por fragmentos mediáticos que nos muestran siempre una realidad selectiva, distorsionada y fragmentada. Ya no hablamos del mundo sino de nuestras ideas respecto de ese mundo que acaba siendo un vago referente para nuestra recargada realidad mental. Esto es lo que alimenta la crisis social presente. Es una crisis del ambiente político pero también es una crisis de las conciencias colectivas incapaces de formarse una realidad homogénea. Ya no estamos seguros de dónde se origina esa crisis. En cierta forma podemos afirmar que toda crisis es una crisis del comportamiento humano. En ocasiones la crisis es el hecho de no poder obtener aquello que la cultura nos ha obligado a buscar, por ejemplo educación o empleo asalariado. ¿Existe la crisis como una realidad objetiva o sentimos la crisis porque la vemos en los medios, que son asumidos como un reflejo cabal de nuestra realidad, y luego ellas desencadenan conductas que acaban en crisis? ¿Podemos considerar que los medios estructuran diariamente una metarrealidad que es la que finalmente alimenta las mentes de la sociedad? ¿De dónde entonces obtienen las personas una conciencia de su realidad? Hoy los seres humanos tenemos que transitar entre una realidad primaria que nos rodea de manera inmediata, y otra forma de realidad social, secundaria, que nos involucra como parte de una comunidad, pero que es comunicada a través de los medios masivos, los que actúan no solo como canal sino como filtro y codificador. 

Este es un trabajo que pretende meditar en el campo epistemológico y psicológico, entendiendo que la meta principal es lograr explicar lo que puede ser la realidad, nuestra realidad humana, el origen de todo y que es elaborado sobre la base de noticias e ideas. Podemos advertir que los caminos evolutivos en el pensamiento humano pueden estar conduciéndonos a un callejón sin salida. La situación del Perú como la de muchos otros países latinoamericanos se define casi siempre con la palabra crisis. Sobre todo crisis política. Más aun, se habla de “crisis institucional”, lo cual significa que son las instituciones quienes están en crisis. De manera que no parece tratarse de una situación episódica, coyuntural, y menos generada por agentes externos. Por el contrario, las circunstancias externas han ayudado no solo a paliar nuestra crisis sino a sobrevivir. Se trata de una crisis cuyos orígenes pueden rastrearse durante décadas hacia atrás, a veces hasta el inicio mismo de la República. Y en el caso del Perú, podríamos afirmar, sin temor alguno, que esta crisis empieza justamente en aquellos días ya lejanos de la independencia. No ha habido desde entonces ni un solo día sin crisis política, salvo pequeños espacios de serenidad y marasmo. Desde aquellos días hemos venido tratando de explicarnos la crisis, y en este esfuerzo nos hemos alimentado con ideas que lejos de esclarecer nuestro panorama lo han encubierto con una densa ideología, llena, casi siempre, de falsedades admitidas oficialmente. Con el tiempo no solo hemos acumulado una serie de falsas ideas sino que, peor aun, hemos insistido en vivir conformes con ellas, bien porque se trataba de ideas muy agradables, bien porque provenían de personajes muy renombrados, o porque empezaron a formar parte fundamental del concepto de patria y patriotismo que hoy nos sustenta como nación y se volvieron intocables. Lo cierto es que bajo un análisis elemental, es fácil reconocer una serie de incoherencias entre lo que la gente cree y su propia realidad histórica. Tendremos que admitir entonces que en buena cuenta vivimos engañados. Pero si esto es verdad con referencia a conceptos históricos, no es menos cierto que convivimos en todo rato con una serie de conceptos equivocados, según los cuales determinamos nuestra conducta política actual. Estamos saturados de conceptos como derechos humanos, igualdad, justicia, inclusión social, etc. Todo eso no son más que palabras que reflejan ideas vagas difíciles o imposibles de materializarlas en hechos, pero que nos guían la existencia cotidiana con una fuerza brutal. 

El estudio de nuestra crisis nos conduce hacia un recorrido histórico solo para comprobar que se trata exactamente de la misma crisis, la misma enfermedad que nos aqueja como nación y que ha sido diagnosticada: falta de instituciones. Esta carencia fundamental nos ha empujado a la creación casi desesperada de toda clase de entidades burocráticas, como si ellas pudieran llenar ese angustiante vacío, confundiendo en el acto una cosa con la otra. Las entidades no son más que expresiones corporativas de las instituciones, que son en esencia, un espíritu social que se materializa por la acción popular. Las instituciones están en el pueblo, en el vivir cotidiano de la gente, en sus mentes, en su diálogo, en sus acciones. Las entidades tan solo adquieren la forma de ese espíritu popular, las interpretan y las siguen. No obstante, la creación incesante de entidades burocráticas que no representan a ninguna institución social ha sido una constante a lo largo del tiempo, y muy en especial en los últimos tiempos, siguiendo una especie de maldición ineluctable que orienta el accionar político. Por supuesto, la crisis no solo continúa y va en aumento sino que hay algo peor: no parece haber más alternativas de solución a la vista si no es la creación de mayores entidades, dando como resultado algo paradójico: a más entidades, más crisis. Hoy ya no solo se trata de una crisis social, ahora nos enfrentamos a un estadio superior: crisis de entidades. Llamada también "crisis de institucionalidad". Una crisis que se visualiza gracias a las entidades burocráticas ineficientes y corruptas.

En los inicios de la república eran las personas quienes se enfrentaban y se disputaban el poder político a balazos; hoy son las entidades las que pugnan por hacer prevalecer su poder sobre la sociedad. Hay una lucha permanente entre el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, en el mayor escenario, pero que se reproduce también a menor escala con todas las entidades. En ese panorama incierto podemos observar cómo las entidades se enfrentan mutuamente tratando imponerse y de anularse unas a otras, se desautorizan, se acusan, se cancelan y se vacan, en un espectáculo surrealista y vergonzoso. Actualmente el Perú cuenta con casi 200 entidades públicas de todo tipo y nivel encargadas de gobernar y manejar casi todos los aspectos de la vida del país, sin tomar en cuenta a los gobiernos regionales y municipales; no obstante esto, el Estado no existe en gran parte del territorio, la mayor porción de la economía se desarrolla al margen de las regulaciones del Estado, muchas leyes que este promulga son prácticamente ignoradas o no surten mayores efectos por la incapacidad del propio Estado y sus entidades para hacerlas cumplir. Una de las principales preocupación del Estado hoy es materializarse de algún modo en la vida de los ciudadanos, para lo cual no tiene más reflejos que generar otras entidades y producir más leyes. Para cada problema que se encuentra o se conceptualiza surge una entidad. Por ejemplo para el diálogo o la lucha contra la corrupción. Hoy el Estado debe preocuparse también de sí mismo y gastar en la publicidad para mejorar su imagen porque, pese a su frondoso organigrama, es inocuo para la vida de las grandes mayorías. La impresión que nos da es que con cada movimiento el Estado se hunde más en la arena y desaparece poco a poco en medio de una estrepitosa agonía. Deberíamos empezar a descubrir las causas que originan esta situación antes de proseguir en el intento infructuoso de salir de la crisis con los mismos mecanismos que la generaron. 

El excesivo número de entidades, lejos de garantizar un manejo más eficiente del país ha provocado un efecto exactamente opuesto: la crisis ha dejado de ser un fenómeno social y se ha expandido al nivel de las entidades. Donde antes opinaba uno, hoy intervienen muchos y no es fácil determinar quién tiene la última palabra. Siempre es posible interponer un recurso en otra entidad, apelar a otra instancia, ingresar en un juego peligroso que acaba siempre enfrentando a las propias entidades entre sí. Una de las consecuencias de tal situación es que los procesos nunca terminan y se trasladan de una entidad a otra para volver a comenzar, y en esos interminables recorridos van transformándose de causas ganadas en perdidas, de positivas en negativas, de justas en injustas, y viceversa. El país desfallece en medio de cientos de entidades burocráticas que diariamente pierden su credibilidad y autoridad, y entre miles de leyes que lejos de ofrecerle eficiencia a la sociedad la paralizan y confunden. El esquema consume además una cifra considerable del presupuesto y provoca la anemia perniciosa que socava al país. Finalmente, el Estado bajo estas características, se convierte en una seria traba para el desarrollo, cuesta mucho y no beneficia a nadie, excepto, claro, a los que medran del Estado, los mismos que son quienes tienen el poder de decisión para cambiar tal situación, creando un dilema y una paradoja insalvable. 

Es verdad que hasta aquí no hemos dicho nada sorprendente. El lector puede, con todo derecho, pensar “justo lo que nos hacía falta: uno más quejándose del Estado”. En realidad no se trata de una queja, es el inicio para investigar qué hay detrás de este comportamiento social que pide más Estado aunque no deja de quejarse del Estado. ¿Qué clase de pensamientos movilizan a estas personas por este rumbo y qué les impide ver otra clase de soluciones? La pregunta fundamental a responder es ¿porqué la gente hace lo que hace, pero desde el punto de vista social y político? Sin duda, lo que hace es seguir sus ideas. Pero si todo lleva a una crisis, ¿por qué no cambiar esas ideas? Si analizamos todo ese panorama descubriremos que muchas cosas tienen su origen en simples malentendidos de la historia, teorías equivocadas y esquemas de lógica cultural improductivas, con un sustrato final en el pensamiento religioso.

Mientras que unas naciones del planeta se preocupan por asegurar su futuro construyendo gigantescas obras que desafían a la naturaleza, o se ocupan de la conquista del espacio, o se dedican a investigar nuevas fuentes de energía, desarrollar más y mejor tecnología, emprender enormes proyectos que les asegure una existencia más cómoda, por el contrario, algunos países como Perú, Bolivia, Ecuador y Venezuela después de doscientos años de existencia, todavía siguen inmersos en el debate interminable de su Constitución y de sus leyes básicas, reinventando sus mismas instituciones; no han logrado siquiera establecer sus organismos fundamentales y, pese a ello, se ocupan solo de crear más entidades que, igualmente, no funcionan. La pregunta lógica que cualquier analista debe hacerse es ¿qué impulsa a estas naciones a actuar de este modo específico? Por supuesto, esta es una pregunta que involucra a la psicología social, con repercusiones muy amplias en la antropología y también en la historia, a la que tendremos que acudir pero con una actitud diferente: en busca de las piezas faltantes para comprender este escenario. 

Se trata pues de comprender la conducta social de estas naciones. Entender por ejemplo su extrema fijación con la normatividad y la ley, aunque no para cumplirla. Ansían una ley para cada gremio y actividad, para cada segmento social, etc. Y en busca de la norma perfecta transcurren su existencia discutiendo las mismas leyes, y prácticamente toda su estructura jurídica y orgánica permanece siempre en debate. Al igual que la creación de leyes propugnan la creación de entidades para cada problema en la vana creencia de que ellas serán la solución, como si se tratara de templos mágicos con un poder divino. Sin embargo, lo que más debería sorprendernos es que pese al permanente desengaño, no hay ningún cambio de actitud, no hay un cambio de ideas. Parecen sumidos en una ineludible vorágine de ideas que los lleva hacía el mismo vórtice del fracaso, sin escapatoria. Incluso las propuestas de solución siguen el mismo derrotero. Para nuestro punto de vista, lo más sorprendente es que el fracaso de este esquema no nos conduce a modificar la lógica de nuestro pensamiento, sino que se insiste en las mismas fracasadas fórmulas políticas y sociales, incluso en aquellos que se pretenden radicalmente opuestos al sistema, es decir, en aquellos que se creen revolucionarios. Las soluciones que plantean son exactamente las mismas: cambios de Constitución y de leyes, creación de nuevas y mayores entidades estatales, etc. Detrás de todo existe la ilusión de que es posible controlar a la sociedad, manejar cada segmento de la vida y así construir un mundo perfecto.

Todo esto nos lleva a reconocer una de las principales características de estas sociedades subdesarrolladas, algo que podríamos llamar “incoherencia intrínseca”. Se manifiesta en forma de conductas contradictorias y contraproducentes, producto de creer que tanto los males como las soluciones están en una entidad abstracta llamada Estado. Otra característica muy típica es la incapacidad para confrontarse con la realidad y aprender de ella, en lugar de esto se insiste en fórmulas ideológicas. Hay un sustrato de pensamiento mágico en la idea de que el Estado (ese conjunto gaseoso de entidades y leyes) es capaz de manejar la vida y la existencia de cada persona y de la sociedad. En realidad el Estado nunca nació con ese propósito, pero la gente ha trasladado sus creencias místicas hacia el Estado. Antiguamente se invocaba a la acción de los dioses y había un dios adecuado para cada problema y segmento de la vida, a quien se le edificaba un templo y se le ofrecían oraciones y sacrificios. Hoy no hemos progresado mucho. Las cosas apenas han cambiado porque los dioses han sido reemplazados por entidades burocráticas, por ministerios y otras oficinas de menor rango, a quienes se les clama y reclama. Incluso en algunas sociedades Dios ha sido sustituido por el líder que gobierna el Estado. No importa si es un perfecto idiota. Mientras encarne la imagen del dios todopoderoso que derrama sus bendiciones a la gente, será idolatrado. Tampoco importa si los conduce al fracaso y la miseria. Es el dios y seguirá siendo seguido y adorado incluso hasta la muerte.

Como se ve, las preguntas que debemos plantearnos para entender el problema son diversas: ¿Por qué insistir en fórmulas que fracasan? ¿Qué impide que estas sociedades cambien su enfoque? ¿Están destinadas por algún tipo de maldición divina a patinar en el fango eternamente debatiendo las mismas leyes, revisando sus constituciones, creando más entidades para que se ocupen ya ni siquiera de la sociedad sino de otras entidades? ¿Seguirán sin tomar en cuenta el tiempo perdido? ¿Seguirán ignorando los temas básicos que impulsan a otras naciones como el desarrollo tecnológico y científico? 

Hay una mentalidad que mueve a las personas, una forma de pensar que les confiere cierta lógica en sus ideas y conclusiones, una regla de pensamiento según la cual analizan y juzgan la realidad, una fórmula que determina lo que resulta correcto o incorrecto, admisible e inadmisible. Es esta mentalidad la que nos conduce a diario y nos da los argumentos para plantear críticas y soluciones. Se trata de una forma de pensamiento que nos caracteriza, de la misma forma en que nos distingue el color de nuestra piel y la forma de nuestro rostro. El hecho de empeñarse a vivir con un Estado rebosante de entidades inoperantes, y seguir planteando el mismo tipo de soluciones fracasadas sin más alternativas, obedece a cierto tipo de mentalidad que otorga características conductuales típicas a ciertas regiones como la andina o latinoamericana. Ahora, el desafío intelectual que debemos emprender es descubrir cómo se forjó semejante mentalidad, qué características específicas alcanza, y si es posible transformarla. Lo haremos próximamente.