domingo, 19 de mayo de 2013

El socialismo peruano y venezolano


El origen del socialismo del siglo XXI

Mucha gente joven cree que Hugo Chávez fue el creador del llamado "socialismo del siglo XXI". Esta idea es falsa. El verdadero inventor del socialismo que hoy se ha dado en llamar "del siglo XXI" fue realmente el general Juan Velasco Alvarado, quien asaltó el poder en el Perú en la aciaga madrugada del 3 de octubre de 1968, cuando derrocó al presidente constitucional Fernando Belaunde Terry, inaugurando así una nueva era de experimentos socialistas con nefastas transformaciones sociales, económicas y políticas que condujeron al país a una situación muy parecida a la que hoy enfrenta Venezuela. La única ventaja para el Perú fue que el dictador enfermó pronto y tuvo que dejar el cargo, forzado por un compañero de armas, pero las transformaciones quedaron como una enfermedad mortal que fue debilitando la salud de la nación hasta llegar al colapso. Venezuela no ha tenido que esperar tanto tiempo gracias a los excesos de Hugo Chávez, quien llevó el socialismo velasquista al extremo confiado en la inmensa riqueza petrolera.

El Plan Inca
En aquellos tiempos de la dictadura velasquista Hugo Chávez estudiaba en la Escuela Militar de Chorrillos y pudo ser testigo de la mayor parte de esas "transformaciones profundas", que era como se llamaba a los cambios forzados que la dictadura militar imponía en el Perú bajo la inspiración de un amplio equipo de asesores de izquierda. Hugo Chávez llegó incluso a desfilar en la Pampa de la Quinua durante la celebración del sesquicentenario de la batalla de Ayacucho. Es evidente que, tal como lo ha reconocido en más de una ocasión, Chávez volvió a Venezuela muy impresionado por todo lo visto y vivido en el Perú. Ya tenía el modelo político de una izquierda socialista que no seguía el radicalismo marxista-leninnista de Cuba ni el de Allende. Años después Chávez aplicaría en Venezuela casi al pie de la letra este modelo con el nombre de "socialismo del siglo XXI". Pero ha sido hidalgo en reconocer que se inspiró en el general Velasco y en el Plan Inca, el cual ha citado en varias ocasiones.

El gran parecido socialista

Si comparamos la revolución bolivariana con la velasquista encontraremos que se parecen como dos gotas de agua, de principio a fin, incluyendo los efectos catastróficos adonde condujeron ambos procesos. El Perú ya fue Venezuela. Conocemos de memoria todo lo que está pasando el pueblo venezolano sumido hoy en carestía, inflación, inseguridad, inestabilidad, colas, gigantesca burocracia corrupta, multitud de empresas estatales ineficientes y onerosas, etc. Ambos socialismos incluso se asemejan en su financiamiento, ya que fueron solventadas por los petrodólares. El gobierno de Velasco usó los prestamos fáciles que en los años 70 ofrecían los bancos recargados de petrodólares como producto del alza desmesurada del crudo, establecida por la OPEP cuando esta empezó a funcionar para hacer sentir su poder. En esos días, cada préstamo concedido al Perú era celebrado por la prensa gobiernista como un triunfo de la revolución. 

Hugo Chávez aprovechó también los exorbitantes ingresos que tuvo Venezuela gracias al alza incontenible del petroleo que -de los 11 dólares el barril en 1999- llegó a trepar hasta los 140 dólares por barril en el 2006. Este inusitado ingreso de divisas fue aprovechado por Hugo Chávez para financiar no solo su programa de transformaciones internas sino para expandir su modelo hacia otros países y para ayudar a sus mentores cubanos. Semejante lluvia de dólares alcanzaba para mucho más. Incluso compró simpatías en otros continentes, reclutando a todos los que levantaban una bandera antinorteamericana en busca de formar su clan de chicos malos, siempre con su perfil de líder internacional.

Desde luego que el antinorteamericanismo es un componente común de todo buen socialismo. En el caso peruano, Velasco Alvarado fue un enemigo público de los EEUU, cuyas empresas nacionalizó o expulsó, creando toda una mística de rechazo hacia lo norteamericano, incluyendo a los superhéroes de los cómics, al ratón Mickey y al Papá Noel. Productos netamente norteamericanos como la Coca Cola fueron objeto de acoso buscándose pretextos que llegaban a la ridiculez para limitar su circulación y publicidad, como por ejemplo que la frase "toma Coca Cola" llevaba implícito un "mensaje subliminal" que hipnotizaba a las personas obligándolas a consumir más. La Coca Cola se vio obligada a cambiar la palabra "toma" por "disfruta". Esta era la clase de cosas de las que se ocupaba el socialismo antinorteamericano.

Obviamente nadie ha llevado más lejos que Hugo Chávez el antinorteamericanismo retórico. El insulto a los yanquis -e incluso a la persona misma del presidente de los EEUU- fue el principal recurso de la diplomacia chavista. Nada más efectivo que crear un "enemigo de la patria" y tanto mejor si es extranjero porque eso ayuda a exigir unidad patriótica en torno al líder y al gobierno. El discurso inflamado de la revolución bolivariana se dirige a construir la imagen de los EEUU no solo como el principal enemigo a combatir sino como el causante de todos los males, desde la pobreza mundial y el cambio climático hasta las catástrofes telúricas y el cáncer de los mandatarios de izquierda. No existe freno alguno en la imaginación delirante del antimperialismo revolucionario. Hay enemigos por todos lados.

Torre abandonada
La afectación mental que produce el antinorteamericanismo de un revolucionario lo lleva a tomar decisiones muy riesgiosas, como por ejemplo cambiar la matriz tecnológica del equipamiento militar dejando a un lado la dependencia de los EEUU para trasladarse hacía el otro lado del mundo, pasando a depender de la URSS o Rusia, China y otros países. Velasco obligó a las FFAA del Perú a dar un súbito y brusco cambio de tanques y aviones franceses por rusos. Este tipo de decisiones no dependían de evaluaciones técnicas, logísticas o geopolíticas sino del capricho del dictador, guiado únicamente por sus convicciones ideológicas y odios políticos. Una buena parte de la cuantiosa deuda pública que dejó Velasco se originó en las compras de armas. Otra parte corresponde a los incontables empréstitos que se realizaban, los que en buena cuenta fueron a financiar las megaconstrucciones de la ciudad, fastuosas edificaciones burocráticas que derrochaban espacio y grandeza tales como el lúgubre Centro Cívico (hoy remodelado y convertido en centro comercial), el llamado "pentagonito", especie de country club que es la sede del Cuartel General del Ejército, el fabuloso complejo de Petroperú, el hoy Museo de la Nación y las caóticas edificaciones de la seguridad social en la Av. Arenales, donde incluso queda una torre de 30 pisos, abandonada como muestra del despilfarro y la incuria de la época.

El discurso de Velasco giraba en torno a una aparente neutralidad política mundial: "Ni con el capitalismo, ni con el comunismo". En los hechos era un socialismo no marxista ni leninnista. Esta postura le permitió crear el "socialismo del siglo XXI" treinta años antes de que Chávez lo bautizara con ese término. La intención era no caer en ninguna dependencia. No se deseaba cometer el error de Cuba que pasó de las manos de EEUU al regazo de la URSS. La diplomacia velasquista emprendió cercanías con diversos regímenes del mundo que no estaban alineados con los EEUU y que se llamaban pomposamente "no alineados". Aunque muchos de ellos eran realmente dependientes de la URSS. Ese fue el inicio de un nuevo modelo de diplomacia transoceánica que sería la característica de Hugo Chávez, viajero impenitente hacia el Medio Oriente y África en busca de extrañas alianzas con líderes de la talla de Kadafi y Mahmud Ahmadineyad.

Otro rasgo común y fundamental del accionar socialista de Velasco, seguido luego por Chávez, fue el odio a lo que llaman "la oligarquía". Velasco empezó su reforma agraria atizando un peligroso odio social hacia los terratenientes. Sembró el país con carteles que decían: "Campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza". La reforma agraria fue un simple despojo de propiedad lleno de abusos que más tarde provocaría la falta de producción y luego la desesperada importación de alimentos mediante un nuevo Ministerio de Alimentación, como ocurre hoy en Venezuela. Luego Velasco inició la estatización de empresas y otras reformas en el ámbito empresarial destinadas a enajenar la propiedad de las empresas en favor de los trabajadores, mientras se ufanaba de sus actos con otra de sus famosas expresiones: "Le hemos roto el espinazo a la oligarquía". Esta conducta fue luego seguida por Hugo Chávez como si tuviera el Plan Inca en el bolsillo. Como consecuencia el Estado se llenó de empresas que además de ineficientes significaban un enorme costo y una inagotable fuente de corrupción.

Hugo Chávez además copió a Velasco en materia de armamento militar. Las dictaduras socialistas tienden a armarse hasta los dientes porque se sienten amenazados por todos lados. El empeño por mantenerse en un constante enfrentamiento con sus "enemigos" lleva al dictador a su afición favorita: el armamentismo. Durante la revolución bolivariana Venezuela ha gastado muchos más en armas que en cualquier otra cosa. Los especialistas calculan que las compras de armas en ese período superan los 22 mil millones. Solo a Rusia le ha comprado un importe de 11 mil millones en armas. Esta insólita obsesión por las armas la explicaba Hugo Chávez apelando a la "amenaza del imperio" (EEUU). En su momento, Juan Velasco Alvarado justificó las millonarias compras de armamento ruso por la cercanía del centenario de la Guerra del Pacífico (1979), momento en que según el mito criollo se recuperarían los territorios perdidos ante Chile. Hubo otras versiones según las cuales se trataba del armamento comprado por Allende y que tras el golpe de Pinochet quedó a la deriva. Nadie ha confirmado oficialmente ninguna de las versiones.

La parafernalia revolucionaria

Pero además Hugo Chávez copió fielmente toda la parafernalia revolucionaria caracterizada por la idolatría a un personaje símbolo como lo fue Túpac Amaru en el caso de la revolución velasquista. Este personaje fue impuesto a la población peruana como el ídolo supremo al que se debía idolatrar. Se acuñaron monedas con la imagen estilizada de Tupac Amaru, a la manera de un Che andino, con su sombrero y su melena. La fiebre por Túpac Amaru incluyó todos los espacios públicos, sellos oficiales, y textos de historia. Se le dedicaron poemas, se confeccionaron banderas, su nombre empezó a usarse para denominar plazas, puentes, calles, barrios y hasta cooperativas. El tradicional Salón Dorado del Palacio de Gobierno fue cambiado de nombre a Salón Túpac Amaru, y se le redecoró incluyendo un gigantesco y extravagante cuadro del cacique cusqueño dominando todo el ambiente e intimidando al visitante con su mirada ceñuda.

Por su parte la revolución chavista eligió a Simón Bolivar como el personaje símbolo de la revolución. Todo pasó a ser "bolivariano", desde el nombre del país que fue cambiado a "república bolivariana" hasta las fuerzas armadas que también se convirtieron en "bolivarianas". La exaltación fanática de Bolívar por parte de la revolución chavista no tuvo límites. Su figura se impuso en cuanto espacio público existe. La adoración a estos ídolos patrios en la revolución socialista peruana y venezolana superan ampliamente a la que en Cuba se hace de Martí o el Che. En Venezuela Hugo Chávez llegó al extremo de profanar la tumba del libertador tan solo para confirmar su teoría personal de que Bolívar no murió por una enfermedad, como lo establecen los historiadores, sino asesinado por una conspiración norteamericana y colombiana. 

Es evidente que Hugo Chávez tomó la idea de estatizar empresas a partir de sus vivencias en la revolución velasquista. El Plan Inca, al cual Chávez ha hecho referencia varias veces, señala la necesidad de que el Estado controle los "sectores estratégicos" de la economía. Sin embargo, en ambos casos el estatismo pasó a ser una clara tendencia que convirtió al Estado en empresario multifacético. En el Perú el Estado tenía toda clase de empresas, desde siderúrgicas y aerolíneas hasta hoteles y supermercados. Las estatizaciones se hacían manu militari y en la mayoría de los casos eran simples confiscaciones, apelando siempre a la misma retórica patriotera de "recuperar lo nuestro" o la necesidad de que esté "al servicio del pueblo". Todas las empresas públicas tenían el sufijo "Perú" en el nombre: SIDERPERU, AEROPERU, ENAPUPERU, PETROPERU, MINEROPERU, etc.

Hugo Chávez llevó el afán estatizador a niveles extremos. La estatización de una empresa no se basaba en una necesidad de coyuntura, en un estudio ni en nada parecido que lo hiciera al menos razonable. Tampoco dependía de que la empresa estuvieran en unos de los consabidos "sectores estratégicos", concepto empleado por el velasquismo para justificar las expropiaciones. En el caso de Hugo Chávez no había más que su sola voluntad. Podría tratarse de una cólera repentina contra el director de un banco porque no le respondió una llamada telefónica, y en el acto Chávez dictaba el decreto de su expropiación. No se puede negar que su gobierno era una dictadura, pero además era un despotismo. No existía contrapeso alguno al poder omnímodo que detentaba Hugo Chávez.

La legitimidad de las dictaduras

Para sostenerse en la aceptación popular, Velasco aprovechó el descrédito del sistema político y sobre todo la campaña sucia de difamación que se montó contra el presidente Fernando Belaunde, a quien acusaron de "entreguista" por una supuesta página perdida en una copia del borrador de un contrato entre la Empresa Petrolera Fiscal y la International Petroleum Company. Esta fue la famosa "página once" que sirvió como pretexto para demoler al gobierno. En medio del escándalo de acusaciones en que el APRA y la UNO se empeñaron sucedió el golpe de Estado. Velasco Alvarado aprovechó la situación generada para satanizar a todo el sistema político por corrupto y vendepatria. De este modo aparecían las FFAA como salvadoras de la patria y defensoras de los intereses del pueblo.

El origen de Hugo Chávez fue bastante parecido. Supo subirse a la ola de descrédito en que se ahogaba la clase política venezolana tras una década de penosas crisis. Tras un intento de golpe fallido en el 92 que le dio a conocer, Hugo Chávez saldría indultado al cabo de dos años de cárcel que le sirvieron para planificar mejor su futuro. A partir de ese momento su vida pasó a ser la política, siempre con el perfil de un nuevo líder que era la antítesis del político tradicional. Todo su discurso giraba en torno a la condena total del sistema político imperante. En poco tiempo, y ayudado por la crisis económica, su figura se convirtió en la única esperanza del pueblo venezolano.

El primer paso paso de todo dictador es ganar legitimidad ante el pueblo. No ante la la ley sino ante el pueblo. Cuando sienten que ya tienen la legitimidad popular, entonces es cuando acometen sus reformas con mayor confianza. Velasco tuvo que levantar muy en alto el fantasma de la intervención extranjera y el pecado del "entreguismo" utilizando como pretexto el escándalo del contrato con la IPC. Sus primeros discursos se orientaron desesperadamente a ganar el apoyo popular mediante esta estratagema. Incluso apeló al recurso cinematográfico cuando anunció el 9 de octubre, seis días después del golpe, que los tanques del ejército habían recuperado los campos de Talara como si se tratara de una invasión a territorio extranjero.

"El Gobierno Revolucionario, después de declarar la nulidad de la indigna "Acta de Talara" y del lesivo contrato celebrado por el régimen que la Fuerza Armada ha depuesto, en cumplimiento de la misión de cautelar los derechos de la República que le impone el articulo 213 de la Constitución del Estado, acaba de promulgar el Decreto-Ley que ordena la inmediata expropiación de todo el complejo industrial de La Brea y Pariñas y anuncia al país que en este preciso momento las Fuerzas de la Primera Región Militar, haciéndose eco del clamor de la nación están ingresando al campo de Talara para tomar posesión de todo el complejo industrial, que incluye la refinería; y con la más alta emoción patriótica hace flamear el emblema nacional como expresión de nuestra indiscutida soberanía."
Más tarde la televisión mostraría a los tanques dentro del complejo petrolero. Un despliegue inútil desde el punto de vista legal, pues hubiese bastado con un mensajero entregando una carta notarial. Pero la imagen de espectacularidad fue efectiva y permitió conquistar de inmediato el apoyo popular. Se abusó del recurso de la "dignidad nacional" y la "soberanía de la patria" para alcanzar ese objetivo. Luego se instituyó esa fecha como el "Día de la Dignidad Nacional". De esta manera se inauguró en el Perú una nueva época de la política, signada por el empleo intensivo del psicosocial, basado en el abuso de la retórica y en la apropiación de determinados conceptos símbolos del proceso: dignidad, soberanía, independencia, patria, pueblo, etc. Pero sin duda el concepto más manoseado sería el de "revolución".

El caso venezolano fue exactamente igual. Hugo Chávez siguió al pie de la letra el guión aprendido en el Perú. Abusó de la retórica en extremo y apeló a los mismos conceptos de soberanía, independencia, patria y revolución. Igualmente el petroleo se convirtió en el eje de la política reivindicativa y las empresas extranjeras simbolizaron al imperialismo yanqui, explotador y abusivo. Cuanta más abyecta la imagen de los agentes extranjeros, la grandeza de Chávez crecía al aparecer como el salvador de la patria de un peligro mayor. No tardó mucho para que esta retórica se dirigiera directamente al presidente de los EEUU, con lo cual Chávez alcanzaría una dimensión de líder continental y hasta mundial. En este aspecto, Chávez usó más el referente de Fidel Castro como líder del antimperialismo más ruidoso, copiando su diplomacia basada en el insulto y el desafío a cuanto líder le pareciera incómodo.

La lucha por la verdad

Todo político sabe que la realidad para la gente es la que se le cuenta. Nadie es capaz de conocer toda la realidad. Por lo tanto, solo queda creer en lo que se nos informa respecto de ella. De allí la importancia de controlar la información que se le brinda a la gente. Toda dictadura socialista apela al psicosocial, que es un proceso consistente en jugar con las imágenes y los conceptos para montar una realidad ficticia en la mente del pueblo. Su objetivo es crear una falsa noción de la realidad para despertar emociones a favor del gobierno y del líder, y en contra de los supuestos "enemigos del pueblo" que irán siendo señalados por el régimen, y de los cuales, por supuesto, el gobierno es el firme defensor. Esta situación crea la necesidad de controlar la información que sobre la realidad se le transmite a la gente. Aquí es cuando el régimen socialista debe enfrentarse con su peor competencia: la prensa libre.

Necesariamente se genera una rivalidad entre el gobierno y la prensa por la verdad. El gobierno solo quiere dar noticias favorables y positivas, mientras que a la prensa le interesa todo lo contrario. Poco a poco la prensa se convierte en uno de los "enemigos del pueblo" que el gobierno debe enfrentar. Allí es cuando el gobierno socialista empieza a generar el psicosocial para señalar a la prensa como aliados del imperialismo, agentes que defienden a los grupos de poder económico, oligopolios, etc. La meta es simple: eliminar la competencia por la verdad. El gobierno socialista está en la imperiosa necesidad de hacerlo debido a que sus enemigos asó como sus triunfos y victorias son ficticios. Y a medida que el fracaso del gobierno se consolida, la necesidad de silenciar la verdad crece. Todo gobierno socialista miente incluso en sus cifras oficiales. Y en el mejor de los casos, niega la información, como ocurre en Cuba.

Bajo la dictadura de Velasco todos los medios fueron a caer en manos del gobierno apelando a los clásicos argumentos: "democratizar los medios para ponerlos al servicio del pueblo". En buena cuenta los medios fueron confiscados y administrados por la dictadura mediante directores nombrados por el gobierno. Hugo Chávez repitió exactamente los argumentos en contra de la prensa: su carácter oligopólico, formar parte de la estructura de poder y de dominación y de control del poder y de la sociedad, etc. Se enfrentó incluso a la Sociedad Interamericana de Prensa y a los medios extranjeros. El hostigamiento de los hombres y empresas de prensa fue una constante del gobierno de Hugo Chávez. Además el Estado inició la creación de medios y llenó a copar el escenario mediático.

Por supuesto que el enfrentamiento entre un gobierno socialista y la prensa se observa también en Ecuador y Argentina, con lo cual queda confirmado lo que hemos señalado. Tanto Correa como Cristina Fernández tienen una lucha por la verdad, que en el caso argentino ha llegado a la confrontación con organismos internacionales que han llegado a desmentir sus cifras oficiales de inflación. Hoy los intentos de control de la verdad han llevando a los gobiernos socialistas a restringir la Internet.

Conclusiones

No hace falta ahondar más en las semejanzas de los regímenes que hoy se definen como el "socialismo del siglo XXI", así como en las que estas guardan con el gobierno del general Juan Velasco Alvarado, quien por lo enumerado acaba siendo el principal inspirador de Hugo Chávez, y este a su vez en el modelo que inspiró, animó y dio soporte ideológico, político y económico a los demás socialismos latinoamericanos de este siglo. Se trata de un modelo sencillo, un socialismo no marxista que se fundamenta apenas en un antimperialismo yanqui y el empleo del Estado como instrumento de dominación de todo lo posible, desde la economía hasta el deporte y la prensa. En el caso de la revolución peruana no quedó un solo escenario de la vida que no fuera intervenido por el Estado. A partir de ese momento se inició la degradación paulatina en todas esas áreas, desde el fútbol hasta la educación en todos sus niveles. La capacidad productiva disminuyó en el campo y en la industria. El Perú sufrió un claro retroceso en muchos aspectos, incluyendo lo cultural.

Pese a las cercanías de Hugo Chávez con Cuba, el modelo venezolano se distancia del que se practica en la isla en muchos aspectos. El general Velasco tampoco se inspiró en Cuba, pero guardó una especial cercanía con Fidel Castro. Velasco anunció que su modelo era "no alineado", es decir, que no seguía ni al capitalismo ni al comunismo sino que buscaba crear su propio modelo. En el caso peruano fue posible crear este modelo intermedio porque la revolución se apoyó en una importante élite intelectual de izquierda académica muy lúcida. Fueron estos intelectuales y no los militares quienes dieron el soporte ideológico a la revolución. Este estilo sería más tarde copiado por el general Augusto Pinochet en Chile, pero su ejército de asesores liberales pertenecía a la escuela de Chicago. Mientras en el Perú se construía un nuevo socialismo que nos llevaría al colapso, en Chile se construyó una nueva nación con modernos conceptos del capitalismo, que más tarde impulsarían a Chile hasta las puertas del mundo desarrollado.

En el caso de Hugo Chávez el modelo ya estaba en su mente. Lo había visto y vivido y le gustaba. Trató de copiarlo en todas sus formas y llevarlo más allá con la confianza y el poder que le otorgaba la infinita riqueza petrolera. Tuvo su propio personaje-símbolo pero manejó los mismos conceptos retóricos de Velasco. Quizá su más grave error fue rodearse de la peor mediocridad que pudo hallar en su entorno militar y en los partidos menores de la izquierda venezolana, de donde surge su Estado Mayor: Nicolás Maduro, Elías Jaua y Diosdado Cabello, entre otros miembros encumbrados en el poder pero pertenecientes a la más baja estofa. El asesoramiento cubano se limitó al montaje de la estructura de organización barrial. Con todos estos elementos en el círculo del poder y de las decisiones políticas, la revolución bolivariana estuvo destinada no solo al fracaso inevitable que le corresponde a cualquier revolución socialista sino al desastre más patético de un régimen político: el colapso de una nación.