lunes, 17 de febrero de 2014

Socialismo y democracia en Venezuela


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Latinoamérica, más que ningún otro lugar del planeta, ha sido un territorio fértil en la producción de líderes que emprendieron la tarea mesiánica de conducir pueblos, pero -sobre todo- en la de apropiarse del poder para implantar un régimen personal, autoritario y corrupto, con pretensiones de eternidad, dejando incluso como legado una dinastía o una legión de fanáticos seguidores. Muy larga es la lista de dictadores que se lucen en la vitrina de la historia política latinoamericana, que es a su vez una vitrina del delirio y la locura. Es imposible no reconocer demencia en el escenario político latinoamericano donde a menudo se lucha contra fantasmas retóricos y se idolatran iconos que no significan absolutamente nada en la realidad. Y lo peor de todo es que no son conscientes de sus errores y fracasos, por lo que no cesan en repetirlos una y otra vez.

Venezuela es hace más de una década escenario del último drama de demencia política latinoamericana. La llegada de Hugo Chávez al poder significó el inicio de esa especie de locura colectiva que suelen llamar "revolución". La única auténtica revolución que ha existido en América fue la de los norteamericanos cuando expulsaron a los ingleses en busca de su independencia, luego fundaron una democracia ejemplar donde los derechos de las personas se pusieron delante de todo. En hispanoamérica la independencia fue producto de la debacle de la corona española, básicamente, aprovechada por Bolívar quien se subió a un caballo disfrazado de militar, dando inicio así al típico estilo latinoamericano del caudillo que procura un proyecto personal, y que es proclamado revolucionario y salvador de la patria. Desde ese momento solo hemos visto la llegada de pistoleros uniformados asaltando el poder a punta de balazos. Desde México hasta Argentina, pasando por Cuba, durante el siglo XX, los revolucionarios latinoamericanos han sido solo asaltantes del poder y luego dictadores sempiternos.

Para terminar el siglo XX al mejor estilo latinoamericano, Hugo Chávez intentó asaltar el poder mediante una asonada golpista que fracasó. Y como ya es costumbre en Latinoamérica engrandecer la figura de estos asaltantes uniformados, Hugo Chávez fue sacado de la cárcel para ser idolatrado como héroe y convertido en presidente gracias a su retórica barata invencible. Por supuesto que Chávez no perdió la oportunidad para convertirse en dictador. Y lo hizo con todos los ingredientes de delirio y barbaridad que ya es tradicional en las revoluciones de Latinoamérica. Y todavía más, pues acabó convertido en dios de Venezuela e ídolo continental. Antes de su muerte designó a su heredero, y hoy su legado de locura, autoritarismo y prepotencia sigue vigente gracias a la exaltación permanente de unas masas idiotizadas con la verborragia y escenografía revolucionaria, en medio de un país que se cae a pedazos.

Venezuela es por estos días el mejor ejemplo del fracaso en todos los escenarios. La barbarie chavista no tuvo peor idea que adoptar el modelo político más fracasado de Latinoamérica: el castrismo. De este modo la miserable isla de los hermanos comunistas Fidel y Raúl Castro, dictadores perpetuos de la isla  e inspiradores de la insania continental desde hace 55 años, fue la madre nodriza del proyecto bolivariano. Con asesoría cubana se montó la escenografía completa que requiere una revolución. Bolívar pasó a ser lo que es Martí en Cuba. Se inventó una novedosa terminología revolucionaria y así todo pasó a ser "bolivariano", incluyendo las fuerzas armadas y hasta el mismísimo nombre del país fue cambiado sin rubor. Se señalaron a los enemigos de la patria: el imperialismo yanki y las empresas privadas. El patriotismo se identificó con la revolución y esta se vistió con los colores patrios hasta en el más mínimo detalle, de tal modo que estar en contra de la revolución significaba estar en contra de la patria, es decir, ser un traidor. La "patria socialista" fue impuesta como el único pensamiento político en Venezuela, y así la libertad de pensamiento y de expresión quedó anulada. Solo había libertad para adorar a Chávez. El país entero fue cubierto con la imagen del líder supremo. 

Tal vez debido al fracaso mundial del comunismo y al desprestigio de este concepto, Hugo Chávez prefirió bautizar su modelo como un "socialismo", aunque tipificado como "del siglo XXI", tratando de maquillar las gastadas tesis de izquierda como algo moderno. Pero lo cierto es que no pasaba de ser mero chavismo. Todo lo que pasaba en Venezuela durante el mandato de Hugo Chávez salía de su delirio personal y no de una teoría política o económica. El único poder era la voluntad de Hugo Chávez. El chavismo se apoderó de las masas, todas, absolutamente todas las instancias del poder fueron copadas por el chavismo, desde las fuerzas armadas, corrompidas con cargos y libertad para delinquir, hasta el Congreso de la República, a lo que luego sumaría descaradamente el Ministerio Público, el Tribunal Supremo de Justicia y hasta el Concejo Nacional Electoral, manejados exclusivamente por militantes del Partido Socialista Unificado de Venezuela, el PSUV, comandado por el propio Hugo Chávez Frías. Más que un partido político, el PSUV es una iglesia donde se idolatra la imagen y el mensaje de Chávez. El chavismo se convirtió en la nueva religión de Venezuela. Lo que hoy domina Venezuela es una maquinaria perversa y bien organizada de poder absoluto en manos de un partido y de una camarilla que usufructúa la herencia política de Hugo Chávez.

¿Qué es lo que tiene de socialista el régimen chavista? Casi nada. Durante la gestión de Hugo Chávez no fue más que una dictadura personalista y prepotente que utilizó el poder del Estado para someterlo todo a su sola voluntad. Hoy no ha cambiado nada ya que Nicolás Maduro pretende ser una copia fiel de su maestro. ¿Que tiene el chavismo de democracia? Absolutamente nada. La democracia se fundamenta en la división de los poderes del Estado, mientras que el chavismo consiste en el copamiento total del poder. La democracia consiste en la tolerancia y en la convivencia de diversidad de ideas, mientras que el chavismo se basa en la imposición fanática de una sola idea: la patria socialista. La democracia se funda en la alternancia del poder, mientras que el chavismo se las ha arreglado para mantenerse en el poder durante 15 años, apelando a toda clase de artimañas, desde modificar la Constitución hasta convertir a millones de venezolanos en dependientes del Estado. La democracia defiende las libertades básicas de la sociedad, como la libertad de expresión en todas sus formas, mientras que el chavismo ha sido siempre un enemigo de la libertad de expresión, atacando a todos los que piensan diferente, incluyendo a la Iglesia. Al final Venezuela es un país sin medios independientes de expresión, pues todos han sido censurados y se han bloqueado las señales de medios extranjeros.

No existe pues manera razonable de llamar democracia al régimen chavista, como tampoco lo hay para llamar así a la dictadura cubana de 55 años que le sirve de inspiración. El régimen que hoy preside Nicolás Maduro, heredero designado por el mismo Hugo Chávez, mantiene todos los rasgos autoritarios y delirantes del chavismo. Su lucha es contra fantasmas de toda clase, desde el imperio norteamericano y la derecha fascista hasta el ex presidente de Colombia Alvaro Uribe, quien según Maduro, sería quien está financiando la desestabilización de su régimen. Fantasmas y enemigos de la patria sobran en el delirio chavista. Todo lo malo que ocurre en la economía no se debe a las malas políticas sino al sabotaje de los empresarios. Estos ya han sido amenazados por Maduro con ser expropiados si siguen atentando contra la patria. Cualquier rasgo de oposición ciudadana es una maquinación del imperialismo norteamericano.

El estado patológico del gobierno venezolano en estos días es alarmante. Ya no distinguen la realidad. Para ellos, los jóvenes universitarios que protestan por la inseguridad en que viven son mercenarios de la ultraderecha financiados por la CIA, grupos fascistas armados que buscan acabar con la revolución y la patria venezolana. Sin embargo los manifestantes son solo jóvenes universitarios cansados de la situación de inseguridad. Iniciaron su protesta en Táchira y Mérida debido a una violación sufrida por una estudiante en la universidad, lo que colmó su paciencia e indignación. Y, lo que es peor, es un movimiento estudiantil sin liderazgo alguno. Henrique Capriles se ha desdibujado como líder de la oposición y han surgido otros. Nicolás Maduro ha enfrentado las protestas con la máxima brutalidad posible, no solo con el empleo de la policía nacional bolivariana sino con los cuerpos de choque del chavismo, financiados por el Estado bolivariano y la asesoría y entrenamiento cubanos. La represión ha sido cruenta y seguida de discursos delirantes con amenazas a los típicos fantasmas de siempre: la CIA, los EEUU y la ultraderecha. No podía faltar la ya clásica expulsión de funcionarios norteamericanos para "demostrar" que todo es una maquinación urdida por el imperio. Para el chavismo es imposible que el pueblo venezolano sienta un grado mínimo de insatisfacción ante el gobierno. Todo tiene que ser un intento de golpe tramado por los enemigos de la patria. 

Para nadie es un secreto que el chavismo mantiene sus grupos de defensa diseminados entre los barrios de Caracas y otras urbes. Son mantenidos con dineros públicos y gozan de prerrogativas para actuar con total libertad, por lo que no dudan en atacar negocios y empresas que consideran antirevolucionarios. El empleo de esta clase de escoria social como elementos de apoyo del gobierno ha disparado la delincuencia a niveles siderales, resultando un problema imposible ya de manejar para el gobierno. La delincuencia se ha desatado y el chavismo es parte central de ella. Pero eso es solo un aspecto de los logros de la revolución bolivariana. Todo lo que hoy se puede observar en Venezuela, se mire donde se mire, es decadencia. La demencia chavista consiste en un afán enfermizo de controlarlo todo a través del Estado. La gigantesca burocracia ha generado uno de los estados más corrupto del planeta y la tramitología asfixia a los ciudadanos que deben esperar meses para las cosas más elementales. Una patética expresión de esta enfermedad mental es la funesta Ley de Costos y Precios Justos. Su objetivo es controlar desde el Estado cada precio y movimiento comercial en toda la república. Las Fuerza Armada Nacional Bolivariana se ha prestado a servir de agente de control fiscal en cada supermercado y negocio.

Bastaría conocer el desastre ocasionado por el control de las divisas en manos del Estado bolivariano, que ha logrado que las principales aerolíneas dejen de operar en Venezuela y que los pasajes alcancen niveles alucinantes jamás soñados. En otro escenario, muchas empresas como la ensambladora de autos Toyota han tenido que paralizar su producción por falta de divisas para importar piezas. Desde luego, no hace falta explicar la razón por la que Venezuela no es nada atractiva para las inversiones internacionales. La petrolera estatal PDVSA ha registrado caídas en su producción, junto con una serie de problemas de gestión que incluyen incendios de refinerías e innumerables accidentes ecológicos. Casi la mitad de las exportaciones petroleras de Venezuela ya no reportan ingresos al fisco pues son parte de convenios o de pago de deuda.

La época dorada del precio del petroleo fue aprovechada por Hugo Chávez para comprar lealtades en varios países -incluyendo Perú- intervenir en sus políticas internas financiando candidatos, y también para ayudar a sus amigos del caribe, principalmente Cuba, tratando así de montar un imperio personal convencido de su grandeza personal e inmortalidad. Hoy no queda nada de ese delirio idiota excepto un país en la ruina y una serie de organizaciones internacionales inútiles, creadas para eludir la presencia de los EEUU y dominar la escena con los monigotes del chavismo continental. Probablemente Maduro pueda balear a los jóvenes y hacerlos retroceder, podrá censurar a todos los medios de expresión para ocultar el descontento popular y el fracaso de la revolución, podrá llenar las plazas con los millones de parásitos sociales creados por el chavismo que hoy son dependientes del Estado, podrá dar discursos durante horas de horas en sus canales adictos y gozar de las sonrisas y aplausos de sus compinches, pero lo que no podrá evitar Maduro es el colapso de su economía, la inflación, la escasez y la crisis. Tal como ya ha ocurrido antes, la realidad es insobornable y se encarga de barrer los delirios humanos sin misericordia. Solo hay que sentarnos a esperar para ver cómo cae y se hace trizas el chavismo, la última gran demostración de la inagotable estupidez humana.

jueves, 13 de febrero de 2014

La crisis social en Venezuela



Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

La situación en Venezuela se torna cada día más insostenible para el gobierno de Nicolás Maduro. Por un lado tiene el crítico panorama de la economía sumida en la inflación, la baja producción, el desempleo, el endeudamiento galopante, la escasez de productos básicos, todas ellas lógicas y naturales consecuencias de la estupidez socialista, empeñada en combatir a la empresa privada y controlar los precios y las divisas. Frente a esto emerge otro panorama oscuro, pues parece ser que ya se desató el descontento social con manifestaciones abiertas en las calles. Aunque por lo pronto se trata solo de jóvenes, cabe esperar que esta ola de indignación popular crezca, sobre todo si los líderes políticos de oposición saben dirigir a las masas. 

Como era de esperar, el régimen de Maduro y toda su camarilla de empleados chavistas en los medios oficiales, no se han demorado en llamar "ultraderecha fascista" a los jóvenes que protestan hartos de vivir en un país que se hunde cada vez más en la miseria y la crisis. Maduro y sus acólitos a sueldo ya hablan de intentos de golpe y hasta han llamado a los países vecinos a defender la democracia. Incapaces de reconocer algún grado mínimo de error y concederles un ápice de razón a los jóvenes manifestantes, Maduro y sus genios chavistas tampoco han tardado en señalar la mano negra de la CIA detrás de estas protestas, una acusación que ya es casi un acto reflejo de la izquierda latnioamericana. 

De inmediato han empezado a trabajar los agentes del chavismo como la fanática Eva Golinger, editora del meloso Correo del Orinoco, y se ha puesto en marcha toda la maquinaria progresista latinoamericana para salir en defensa del régimen socialista. Los parecidos con la asonada de abril del 2002 que culminaron en el fallido golpe de Estado a Hugo Chávez son ridículos. Hoy en Venezuela casi no existe prensa libre. La única emisora independiente fue acallada de inmediato para impedir que transmita imágenes de la protesta. Hoy en Latinoamérica existe una cofradía socialista, montada por Hugo Chávez con dinero de todos los venezolanos en la época dorada de los petrodólares. Pero además, luego de la experiencia del 2002, el chavismo supo asegurarse la sobrevivencia comprando a las FFAA y convirtiéndolas en las FFAA bolivarianas, es decir, chavistas. 

No seamos ingenuos. Los únicos que pueden dar un golpe de Estado son los militares. En Venezuela esto ya es imposible porque han sido comprados por el régimen. Desde la llegada de Hugo Chávez, cerca de dos mil militares han pasado por cargos públicos. Maduro aprendió las lecciones de Hugo Chávez en todos los terrenos. Desde su llegada al poder, hace ocho meses, Maduro ha nombrado a casi 400 militares en importantes cargos del gobierno, empezando por varios ministerios. A esto hay que sumarle los miles de militares que hoy están a cargo de las miles de empresas expropiadas por el chavismo en la última década. Pero a todo esto hay que añadirle la total y absoluta corrupción que en estos días existe en la milicia chavista. La corrupción militar va desde el contrabando hasta el narcotráfico sin que nadie se atreva a investigar. 

Así las cosas es imposible pensar en un golpe en Venezuela. ¿Qué queda? La represión. Nada más. Ya han sacado a las fuerzas del orden junto a sus cuerpos de sicarios chavistas conocidos como tupamaros, lumpen que se moviliza en motocicletas con los rostros cubiertos y disparando a mansalva. Se trata solo de uno de los varios grupos chavistas formados para defender la revolución, completamente financiados por fondos públicos a manera de programas sociales. Son organizaciones sociales conformadas a imagen y semejanza de las CDR cubanas, especializadas en el espionaje barrial, la delación, el bullying y, finalmente, el asesinato. Después de todo, en estos días, la vida en Venezuela no vale nada. Un muerto más a nadie le importa. Ese es el paraíso socialista al que aspira la izquierda latinoamericana.

Es difícil creer que un grupo de jóvenes ilusos logre detener la insanía mental del chavismo. Hay más de 4 millones de personas que dependen de la generosidad del Estado bolivariano. La Venezuela chavista es un país de novela ficción, tiene de tragedia, de comedia y mucho de estupidez humana. Ese mundo de ilusión y fantasía que Hugo Chávez montó gracias a la inesperada alza del petroleo, que de 9 dólares por barril al momento de su llegada al poder trepó hasta los 180 dólares por barril, no podía sostenerse eternamente. No solo el petroleo bajó sino que el mismo Hugo Chávez sucumbió al cáncer. La fabulosa fortuna que Venezuela obtuvo en la primera década de este siglo, no gracias al socialismo chavista sino al capitalismo que elevó los precios de las materias primas, fue estúpidamente dilapidada por el fantoche de Chávez que se creyó eterno y que se ocupó más en formar su propio imperio personal que en desarrollar su nación.

Hoy Venezuela es un país paralizado, irónicamente sin reservas, empeñado a la China y Rusia, dependiente de Cuba, sumido en la inflación, el desempleo y la escasez. La sociedad está harta de las colas y de la falta de futuro. Los que pudieron se largaron del país hace rato y formaron una colonia en Miami, al igual que los cubanos y argentinos. Así como existe la pequeña Habana que empezó en Brickell y hoy se extiende ya por toda la calle 8, así como la pequeña Haití en el NE de la Second Avenue, así como se formó en la última década la pequeña Argentina en Miami Beach, hoy existe ya la pequeña Venezuela en El Doral. Estas formaciones de inmigrantes son una señal clara de la decandencia de un país. Ocurrió también con los peruanos que emigraron en la década de los 80 y llegaron a Patterson en New York. 

La reacción internacional a la crisis de Venezuela no ha sorprendido en lo más mínimo. Los huérfanos de Chávez han salido a condenar la violencia callejera y a proclamar su apoyo a la democracia, es decir, al régimen de Maduro, aunque no es lo mismo. No se puede llamar democracia a un régimen en el que el partido de gobierno, el PSUV, controla con sus militantes a todos los poderes del Estado, incluyendo el Concejo Nacional Electoral, el Ministerio Público y el Tribunal Supremo de Justicia. Claro que todos estos rasgos de la democracia chavista no llaman la atención de los demócratas latinoamericanos, quienes incluso acuden a Cuba para firmar proclamas a favor de los derechos humanos. Tampoco la izquierda peruana ha tenido un ápice de honestidad para condenar en Venezuela todos los rasgos de autoritarismo y dictadura que no se cansan de condenar en el fujimorismo. 

Las protestas callejeras en Venezuela protagonizadas por los jóvenes, al margen de cualquier liderazgo político, son la última esperanza de la verdadera democracia latinoamericana y del pueblo venezolano. Es una llama que se ha prendido y que convendría mantenerla encendida hasta que incendie la pradera. Si las fuerzas legales e ilegales del régimen chavista logran acallarlas y apagar esa flama, ya nada podrá detener la locura socialista, salvo, claro la propia realidad, cuando todo finalmente colapse.